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Las noches se quedan sin lechuzas, autillos o mochuelos, pero todavía se oyen: esta es su voz

Las rapaces nocturnas que viven en zonas agrícolas son las que más declive experimentan. Algunas especies se acercan a zonas arboladas de las ciudades donde es posible escucharlas

Un mochuelo europeo con las alas desplegadas.
Un mochuelo europeo con las alas desplegadas.Manuel ROMARIS (Getty Images)
Esther Sánchez

Un ulular, un chillido agudo, una especie de lamento o de alarma, son las voces de las rapaces nocturnas: búhos, lechuzas, autillos, mochuelos… Estrategas del camuflaje, son complicadas de ver, y algunas especies se enfrentan a un importante declive. Pero todavía se pueden escuchar al declinar el día y no siempre es necesario salir al campo. En parques urbanos y periurbanos hay mochuelos, cárabos, autillos o búhos, e incluso aparecen por bulevares o urbanizaciones con arbolado, como los tres búhos reales que revolucionaron este marzo a los visitantes del parque del Retiro en Madrid.

Dentro de las especies de rapaces nocturnas de la península Ibérica, el búho real es la única que crece. Autillos, lechuzas y mochuelos ―asociadas a medios agrícolas― están en declive, mientras que las de zonas arboladas, como el búho chico y el cárabo común, consiguen mantenerse estables. La falta de datos sobre el búho campestre y el mochuelo boreal impiden conocer su estado real, indican los datos del programa Noctua de la ONG de ornitología SEO/BirdLife, que dio sus primeros pasos hace 25 años y ahora cuenta con 55.000 registros.

Muchas mueren atropelladas, por colisiones con tendidos eléctricos, afectadas por los pesticidas que eliminan roedores e insectos, y por la pérdida de hábitat, entre otras razones, indica Xavier Riera, responsable de la unidad de divulgación y formación del Instituto Catalán de Ornitología (ICO). Este experto en vocalizaciones de aves, anima a escuchar su canto. “Son bastante fáciles de reconocer, y el paisaje cambia para siempre cuando sabes hacerlo”, asegura. Así suenan las esquivas y discretas rapaces nocturnas.

El altivo búho real (Bubo bubo)

Búho real en vuelo.
Búho real en vuelo. Lillian King (Getty Images)

A principios de marzo, tres búhos reales, revolucionaron el parque del Retiro de Madrid. No eran los primeros de la capital, el primer pollo de la especie procedente de las calles madrileñas llegó al centro de recuperación de rapaces nocturnas Brinzal hace 17 años. Desde entonces, las parejas han aumentado en Madrid, asentándose poco a poco en distintos lugares de manera discreta, lo que muestra que cada vez es más tolerante con los humanos.

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Es la mayor de las rapaces nocturnas ibéricas: mide entre 60 y 70 centímetros y pesa entre 1,5 y 2,5 kilos y es a la que mejor le va, con una población que crece. SEO/BirdLife estima que existen unas 3.000 parejas en la península Ibérica. Si hay conejo, sus densidades aumentan, aunque es un súperdepredador, que come topillos, ratas, aves de tamaño mediano, lagartos, ranas, peces... Sin embargo, en Cataluña la especie está “próxima a la amenaza”, indica el Servidor de Información Ornitológica de Cataluña.

Su principal amenaza es la colisión con tendidos eléctricos, que ha provocado el declive local de algunas poblaciones. En Murcia, por ejemplo, uno de los lugares con más búho real, la especie perdió 297 ejemplares por ese motivo en 2021.

La inquietante lechuza común (Tyto alba)

Lechuza común (Tyto alba) posada en una rama.
Lechuza común (Tyto alba) posada en una rama. MARK HUGHES (MARKOH2011) (Getty Images)

Los dos ojos oscuros en medio de un rostro en forma de corazón, confieren a la lechuza común un aspecto fantasmagórico al que se une su chirriante y agónico grito. La especie se encuentra en regresión: su población descendió un 35% entre 2006 y 2018 y su área de distribución ha disminuido un 43% en dos décadas, resalta SEO/BirdLife. En la Comunidad de Madrid se estima que quedan entre 25 y 37 parejas reproductoras, cuando hace dos décadas eran 100, explican desde Brinzal, donde socorren al año a unas 300 rapaces nocturnas. En algunos hábitats, como la cornisa cantábrica, se mantiene estable, aunque también hay casos de extinción local.

Al ave, de 300 gramos de peso, le gustan los ratones, topillos, musarañas... y las aves pequeñas, y es vecina del hombre. Se instala en desvanes, ruinas, iglesias y viejas buhardillas. Pero la intensificación de la agricultura y los productos químicos asociados, en particular los pesticidas, afectan a su reproducción. También les faltan lugares para nidificar debido a la ruina de las casas de campo e iglesias y a las obras de restauración de edificios históricos, que cierran los huecos. Los atropellos completan el mortal círculo.

El diminuto autillo europeo (Otus scops)

El pequeño y rechoncho autillo europeo (Otus scops).
El pequeño y rechoncho autillo europeo (Otus scops).Birol Dincer (Getty Images/iStockphoto)

Es la más pequeña de las nocturnas, mide tan solo 20 centímetros y pesa unos 100 gramos y su canto es similar a una alarma o un sonar. Su plumaje es tan mimético que parecen troncos de árboles. El autillo gusta de paisajes agrícolas tradicionales, con pequeños bosquetes, árboles dispersos, setos, huertos tradicionales… pero también se instala en parques y jardines. Come insectos, y de vez en cuando pequeños pájaros, anfibios y reptiles. Ha desaparecido del 20% de su área de distribución y hay territorios especialmente afectados como Extremadura o la Comunidad Valenciana. Los resultados del programa Noctua de SEO/BirdLife avisan de una reducción del 32% de la población entre 2006 y 2018.

Cuando se instala cerca de viviendas, puede llegar a molestar a los vecinos. Alberto Foruny, coordinador del centro de recuperación de aves nocturnas Brinzal, cuenta que cada año reciben varias llamadas para trasladar a algún autillo, porque no deja dormir. “Algo que, por supuesto, no podemos hacer, en la ciudad hay que aprender a vivir con la naturaleza”, puntualiza.

El mochuelo europeo (Athene noctua), en peligro

Un mochuelo europeo con las alas desplegadas.
Un mochuelo europeo con las alas desplegadas. Manuel ROMARIS (Getty Images)

Este pequeño búho de silueta regordeta e inmensos ojos amarillos continúa siendo habitual en las zonas agrarias. Pero está en regresión. En dos décadas, ha desaparecido del más del 20% de su hábitat y la población ha bajado más del 50%. La agricultura intensiva es su principal problema, al que se suman la pérdida de lugares de nidificación y la escasez de insectos y pequeños mamíferos, base de su alimentación. Otra de las amenazas es el atropello, en especial en individuos jóvenes en julio y agosto.

Cárabo común (Strix aluco)

Un cárabo común (Strix aluco), cuya población se mantiene estable.
Un cárabo común (Strix aluco), cuya población se mantiene estable. Shirley Milburn (Getty Images)

Joan Carles Senar, jefe de Investigación del Museo de Ciencias Naturales de Barcelona, relata la sorpresa cuando descubrió a un cárabo en un paseo de Barcelona, cerca del parque de la Ciutadella. “Necesita grandes árboles, porque nidifica en sus agujeros, y allí los ahí”, describe. Son rechonchos, de ojos negros y pueden alcanzar los 600 gramos. Es una de las poblaciones que consigue mantenerse estable. Su hábitat típico es el bosque caducifolio, dehesas y parques urbanos. No es muy selecto con la dieta y come mamíferos, aves, peces, lagartos e insectos, lo que puede contribuir a su mantenimiento.

Búho chico (Asio otus)

Ejemplar de búho chico (Asio octus), otra de las rapaces nocturnas que permanece estable.
Ejemplar de búho chico (Asio octus), otra de las rapaces nocturnas que permanece estable. Sonya Wilson (Getty Images/iStockphoto)

El búho chico es una de las rapaces más desconocidas, de ojos naranjas y unos 300 gramos de peso, también aguanta. Su población se mantiene estable, indican los datos del programa Noctua. Es bastante común en el sur de Europa y vive en pequeñas arboledas y bosques de coníferas rodeadas de extensas áreas abiertas para cazar. También pasa completamente desapercibido y come, sobre todo, roedores: topillos, ratones, ratas y en menor medida aves e insectos.

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Sobre la firma

Esther Sánchez
Forma parte del equipo de Clima y Medio Ambiente y con anterioridad del suplemento Tierra. Está especializada en biodiversidad con especial preocupación por los conflictos que afectan a la naturaleza y al desarrollo sostenible. Es licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense y ha ejercido gran parte de su carrera profesional en EL PAÍS.

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