Joseph Henrich, antropólogo evolutivo: “El mejor antídoto contra el supremacismo blanco es más ciencia y discutir ideas”
El presidente del Departamento de Biología Evolutiva Humana de la Universidad de Harvard publica ‘Las personas más raras del mundo’ acerca de cómo Occidente, pese a creerse la unidad de medida universal, es psicológicamente extraño
Al profesor Joseph Henrich (Norristown, EEUU, 54 años) las explicaciones culturales clásicas de la antropología no le resultaban eficaces para entender las diferencias psicológicas entre las personas. Por eso, este antropólogo, presidente del Departamento de Biología Evolutiva Humana de la Universidad de Harvard, se puso a trabajar en su segundo libro Las personas más raras del mundo: cómo Occidente llegó a ser psicológicamente peculiar y particularmente próspero (Capitán Swing). Con este voluminoso trabajo pretende explicar cómo difieren las poblaciones alrededor del mundo y por qué las sociedades raras —por su acrónimo inglés WEIRD, “occidental, educado, industrializado, rico y democrático”—, no pueden utilizarse como el estándar global sobre el que mirar a la humanidad en su conjunto.
Para explicar estas diferencias, el investigador aúna el trabajo científico de su campo en la antropología evolutiva, junto a la psicología, la historia y la economía, siempre teniendo en cuenta la fuerte raíz biológica del comportamiento humano. Heinrich aplica un enfoque interdisciplinar para estudiar los orígenes y la evolución de las estructuras familiares, poniendo especial énfasis en la institución del matrimonio y las normas religiosas. La base de la que parte es la siguiente: estos comportamientos sociales a lo largo de los siglos han tenido un gran impacto acumulativo en la psicología humana, hasta convertir a los occidentales en las personas más raras del mundo.
Pregunta. ¿Considera difícil explicar su gran tesis acerca de la evolución genética impulsada por la cultura?
Respuesta. Somos una especie cultural. Más que cualquier otro animal dependemos del aprendizaje de otras personas. Esto da lugar a un segundo sistema de herencia: junto a los genes ocurre la coevolución biológico-cultural, un desarrollo bastante grande dentro de nuestra comprensión de la evolución humana. Miras a un humano, y puedes investigar los genes que ha heredado de sus padres, pero esa persona también ha adquirido creencias, valores, prácticas, normas, idiomas, formas de pensar, una gran acervo cultural de sus progenitores y otros miembros de su comunidad. Todo ello afecta conjuntamente al comportamiento de las personas. La cultura, como los genes, se acumula a lo largo de las generaciones.
P. El resultado final es algo tan elaborado que nadie en su origen podría haberlo creado ni siquiera imaginado, ¿ocurre lo mismo con el conocimiento?
R. Pensamos que la cultura tiene probablemente, al menos, un millón de años y esto es mucho tiempo para que afecte a la evolución genética de nuestra especie. Es similar a las herramientas, que se vuelven más complejas a medida que pasa el tiempo.
La cultura, como los genes, se acumula a lo largo de las generaciones. Es un segundo sistema de herencia
P. A toda tecnología, pero especialmente a los objetos como las lanzas, se le sigue considerando algo artificial y ajeno a nosotros, cuando no habríamos sobrevivido sin ellas.
R. Sí, la gente todavía hace esto, tenemos este dualismo mente-cuerpo donde pensamos en la cultura como algo independiente de la biología. Pero lo que se puede ver a lo largo de la historia es que los aspectos biológicos y culturales son inseparables. Esto realmente se puede entender a la luz de que somos una especie que ha transmitido culturalmente cómo hacer fuego y cocinar. Nuestros pequeños dientes requieren herramientas de corte para poder masticar la carne y el fuego en la cocina para ablandar las raíces antes de comerlas. Hemos dependido de la tecnología y la cultura desde el principio. Los humanos no saben innatamente cómo hacer fuego, pero podemos aprenderlo. Llevar tanto tiempo digiriendo alimentos cocinados ha ido modificando nuestra fisiología y anatomía, lo que lleva a un colon corto y un estómago pequeño, así como dentaduras minúsculas y a unos músculos de la mandíbula débiles.
P. La evolución cultural nos ha modificado tanto que, pese a ser cazadores-recolectores durante gran parte de la historia de nuestra especie, si ahora nos arrojaran a cualquiera de nosotros en el bosque, no sobreviviríamos.
R. Claro, así es, porque ya nos hemos convertido en una especie que no puede vivir sin su cultura. Otros animales no la requieren para encontrar comida o hacer el nido, pero nosotros sí que necesitamos un gran bagaje de información cultural. Solo sobrevivimos si interactuamos. Es el secreto del éxito de nuestra especie, y radica en la capacidad que tenemos para aprender de los demás.
P. ¿La diferencias culturales bastan para explicar la diversidad que se da entre poblaciones en el mundo?
R. Haciendo trabajo etnográfico de campo durante el doctorado como antropólogo en Perú me di cuenta de que solo el análisis cultural para el estudio del comportamiento humano era inadecuado. Entonces decidí que debía leer psicología, ciencias políticas, el trabajo sobre recursos comunitarios de Elinor Ostrom o la toma de decisiones de Kahneman y Tversky, también le dediqué mucho estudio a la economía del comportamiento. Toda mi investigación desde ese momento ha sido multidisciplinar, una recombinación de ciencias sociales y biología.
P. Todo ese trabajo de décadas desemboca en su nuevo libro, ¿cómo se convirtió Occidente en “psicológicamente peculiar”?
R. Quería explicar la diversidad psicológica que hemos encontrado, especialmente la global en contraste con la de los países que agrupamos como raros. El mapa del pensamiento occidental comienza con el individualismo y el pensamiento analítico, y una característica que se llama socialidad impersonal, la confianza en la cooperación con los extraños. Como explicación, sugiero que la organización familiar juega un papel importante. Las familias son las primeras instituciones con las que los humanos se encuentran en el mundo y dan forma a muchos aspectos de nuestras relaciones, afectan a la forma de pensar de las personas. Y resulta que muchas poblaciones de ascendencia europea tienen familias inusuales, que tienden a ser pequeñas, nucleares y monógamas, en comparación con las redes familiares mucho más amplias, que incluso llegan a todo el clan, que encontramos en otros lugares.
A lo largo de la historia, los aspectos biológicos y culturales son inseparables
P. Pero entonces, ¿por qué partes de Europa son inusuales en esta perspectiva?
R. Continúo el trabajo del antropólogo Jack Goody que hace mucho tiempo argumentó que Europa era peculiar debido a las decisiones tomadas por una rama del cristianismo, la que se convirtió en la Iglesia Católica Romana durante la antigüedad tardía. La Iglesia tomó un montón de decisiones acerca de los tabúes sobre el incesto, como la prohibición del matrimonio entre familiares cercanos, que llevó a estas redes de parentesco extendidas a convertirse en pequeñas familias nucleares monógamas. Por supuesto, esto tiene lugar a diferentes ritmos dentro de Europa, lo que explica la gran variación del continente. Es importante destacar que no hay una Europa monolítica. Y luego miro a un montón de otras instituciones que surgen como consecuencia de este proceso. Una vez que se eliminan las familias como estructura central, la gente tiene que encontrar otras instituciones para la producción y la seguridad social, el cuidado de los ancianos, los huérfanos, las viudas... Así que tenemos gremios o las universidades, que conducen a la creciente urbanización. Todo eso hace que florezca la Revolución industrial y científica, y la Ilustración.
P. ¿Y todo empezó cuando se dio cuenta de que las muestras de la investigación académica con las que trabajaba estaban sesgadas al contar solo con universitarios, ya de por sí los más peculiares de entre los raros?
R. Así es, en 2010 lo publiqué en el departamento de Psicología y Económicas de la Universidad de Columbia Británica en Vancouver (Canadá), junto a los psicólogos Steven J. Heine y Ara Norenzayan. Todos habíamos notado que en las áreas en las que trabajábamos las poblaciones más estudiadas por los psicólogos eran inusuales en la distribución global. Y eso nos llevó a crear el acrónimo raros, como una forma de señalar un problema en la psicología social. Las ciencias sociales durante décadas habían hecho generalizaciones sobre el comportamiento humano basadas exclusivamente en sujetos raros, cuando la mayoría del mundo no lo es.
Las ciencias sociales habían estado durante décadas haciendo generalizaciones sobre el comportamiento humano basadas exclusivamente en un sujeto raro —occidental, educado, industrial, rico y democrático—, cuando la mayoría del mundo no lo es
P. ¿La Iglesia llegó a legislar contra sí misma durante la Edad media?
R. Muchas de las cosas que la Iglesia adopta están en realidad en desacuerdo con doctrinas que se encuentran en la Biblia. Así, por ejemplo, la prohibición de la poligamia, que era rampante en el Antiguo Testamento. También estoy interesado en los orígenes del protestantismo, me parece una religión muy extraña que requiere ser analizada. Max Weber lo utilizó para tratar de explicar aspectos de las sociedades mercantiles que se estaban desarrollando. Pero desde mi punto de vista, como antropólogo, intento exponer una perspectiva histórica a más largo plazo que podría responder a cómo se llega a un proceso tan individualizador.
P. ¿Se trata de una consecuencia no buscada del Protestantismo, debido a la alfabetización, porque necesitaban leer por sí mismos la Biblia?
R. Sí, el fondo es que el Protestantismo en comparación con el Catolicismo está más centrado en los estados mentales de la persona. No hay una interfaz entre el individuo y lo divino. Solo eres tú y dios. La persona se encuentra en una situación de desventaja frente a su deidad, y debe crear su propia relación.
P. Lo que, defiende, provoca la emergencia de las diferencias psicológicas durante los últimos siglos en la población europea.
R. Se ve la variación a lo largo de todo tipo de dominios. Los europeos tienen los mejores datos en el individualismo y la independencia, la conformidad y la obediencia, la confianza y la justicia. Parámetros que cambian bastante en los propios países europeos.
En trabajos de campo, si alguien rompe una práctica común sin ser criticado, era una costumbre; pero si es rechazado por todos, lo violado era una norma
P. ¿Los países amigos del comercio son un catalizador para estos cambios?
R. El cambio en la prosocialidad. En el mundo anterior impera el modelo de relaciones interpersonal, donde construyes amistades cercanas y duraderas dentro de una comunidad, por lo que si necesitas ayuda, tratas de pensar en quiénes son tus primos para echarte una mano. Cuando empieza la transición hacia una prosocialidad más impersonal, tienes muchas interacciones con extraños. Buscas a la mejor persona en su trabajo, hay más competencia en el mercado. Se dan más intercambios y eso lleva a la gente a cultivar otras disposiciones como querer ser honesto o inteligente. Las poblaciones comerciantes tienden a favorecer una socialización más impersonal, y eso lleva a la gente a confiar y cooperar más con desconocidos.
P. Transgredir una norma, más cuando es una tradición, le puede dejar a uno muy solo; pero incluso cuando son meras convenciones sociales, y no leyes.
R. Exacto, así es. Haciendo trabajo de campo a la gente le presentamos escenarios donde alguien, presuntamente, ha quebrantado una norma, y preguntamos por su opinión. Si el sujeto es heterodoxo, está en minoría respecto a una práctica común, pero no recibe críticas de los demás por discrepar, es una mera costumbre sin repercusiones. Pero si hay un rechazo generalizado que lo considera una “mala acción”, lo roto era una norma.
La inmigración energiza poderosamente la innovación; prohibir el mestizaje cultural mataría algunos de nuestros más preciados legados de las generaciones anteriores
P. El libro trata en profundidad la disminución de la violencia. ¿Ese tipo de control vía normas culturales, una vez se rompen los lazos de parentesco comunitario, nos han pacificado?
R. Se puede pensar en ello como un cambio en las normas de un mundo con un parentesco más intenso a uno individualista. En un mundo de sociedades de alto parentesco, a menudo se tienen un fuerte noción del honor. Defiendes la lealtad respecto a tu grupo, tu familia, clan o tribu, y el país. Si estás en un bar y alguien te ofende atacando a alguna de esas cosas puede llevar a la violencia. Mientras que en un mundo individualista, donde cada uno está tratando de venderte sus bienes, ya sea una amistad con potencial interés comercial o unos zapatos nuevos, tienes que cultivar vínculos más mercantiles. No puedes recurrir de inmediato a la ira ni parecer hostil. Debes saber negociar, ya que no todo el mundo va a estar de acuerdo contigo. Así que eres más paciente y estás menos preocupado por el honor. No amenazas, básicamente.
P. ¿La inmigración y la política de puertas abiertas repercute en la aparición de nuevas ideas y crecimiento económico?
R. Sí, la evidencia al respecto es clara. Es la conclusión que se obtiene de diferentes fuentes: la inmigración energiza poderosamente la innovación. Y la razón es, y esto es algo que enfatizo en los orígenes de la Revolución Industrial, que la mayoría de las ideas novedosas —ya sea la máquina de vapor o La ley de gravitación universal de Newton—, son reformulaciones de ideas previamente existentes. Por eso hay que reunir a personas variopintas y hacer que intercambien hipótesis novedosas libremente. Y cuanto más grande sea la población de mentes heterogéneas, y se popularice un mayor intercambio plural de ideas, va a resultar en más innovación veloz y creativa. Un ejemplo es Estados Unidos, donde se puede observar la historia de la innovación estudiando su censo, si te remontas al menos hasta 1840, e incluso antes. Si lo cotejas con la base de datos de patentes encuentras que los condados que tuvieron más olas de inmigración produjeron posteriormente más conocimiento y mejores estudios citados. La creatividad se puede estudiar a través de ese tipo de evidencia.
P. ¿Podría ser peligroso asociar instituciones democráticas o el progreso de los países a las diferencias psicológicas entre las poblaciones? ¿No teme que racistas lo utilicen para apoyar agendas políticas nativistas?
R. Los supremacistas blancos odian este libro porque realmente socava su visión de que las diferencias biológicas se deben a los genes y que están de alguna manera profundamente racializadas. En el libro argumento cómo Europa en el año 1000 era un páramo. Los líderes globales tecnológicos y de cooperación empresarial eran Oriente Medio y China. Pero, analizo, ¿por qué Europa emergió a partir del 1500 como potencia y comenzó su expansión global? Entonces expongo la teoría de la evolución cultural, que surge de forma accidental debido a que la Iglesia formalizó unas reglas sobre el matrimonio y la familia, con una serie de consecuencias posteriores. No se trata de genios europeos o algo así: fue resultado de los extraños tabús religiosos sobre el sexo. Después miro la variabilidad dentro de la propia Europa y demuestro que no tiene nada que ver con la gente blanca. En realidad depende de los detalles de la historia de lugares específicos de Europa, y elijo como referencia a italianos o británicos y las diferencias dentro de regiones de los países, y también investigo a China e India, con especial atención a los diferentes modelos de familia. Esto desmiente en su totalidad un punto de vista racializado. Creo que es importante señalar que parte del problema es el estado actual de la discusión pública, donde por querer ofrecer una explicación científica a por qué el mundo es como es, algunos insinúan que estás apoyando al supremacismo blanco, cuando en realidad lo estoy desmontando. He tenido muchos problemas con ellos. Da la sensación de que simplemente si hablas de ciertos temas ya estás de parte del racismo. Pero no es así. El mejor antídoto contra la pseudociencia racial del supremacismo blanco es más ciencia real, y no un vacío de debate donde no podamos discutir ideas.
P. Entonces, ¿cancelamos las críticas a la apropiación cultural?
R. No, claro que debemos preocuparnos por el saqueo a las poblaciones indígenas y hacer partícipe del beneficio económico que aporta el conocimiento a todo el mundo. Eso es un problema y queda mucho espacio por hacer. Dicho eso, es innegable que la mayor parte de la innovación es una recombinación de ideas de diversas sociedades. Así que no se debe tratar de detener la toma de ideas y la remezcla de las mismas. El rocanrol, partes de la máquina de vapor pueden ser rastreadas por todo el mundo o, para mí el mejor ejemplo, la comida. Una pizza tiene tomates que vienen del nuevo mundo, pero fueron añadidos en Nápoles (Italia), por la gente que tenía panes planos comunes en la región mediterránea. Una recombinación que luego llevaron a Nueva York y los neoyorquinos se volvieron locos con la idea e hicieron todo tipo de experimentos interesantes con la comida. Así que sí, prohibir el mestizaje cultural mataría algunos de nuestros más preciados legados de las generaciones anteriores.
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