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Historia chilena
Tribuna
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El último romántico: el pensamiento de Mario Góngora

Tuvo conocimientos históricos y herramientas interpretativas sobresalientes. Nada de raro que esas interpretaciones hayan tenido largo alcance y valgan aún hoy

Mario Góngora, ganador del Premio Nacional de Historia, en 1976
Mario Góngora en una nota de periódico que lo anunciaba como ganador del Premio Nacional de Historia, en 1976.Biblioteca Nacional de Chile

Me preguntan con frecuencia las razones para escribir un libro sobre el historiador chileno Mario Góngora (1915-1985) y recuerdo cómo desde la época universitaria me llamó la atención su rigor y una combinación difícil de conseguir. Góngora –Premio Nacional de Historia en 1976–acudía a pensadores de primer orden: Spengler, Jaspers, Schelling, Burke, etcétera. Pero, además, tenía un conocimiento profundo de la historia desde la Colonia a la actualidad. Era capaz, así, de elucidar la situación chilena, la mía propia, con conocimientos históricos y herramientas interpretativas sobresalientes. Nada de raro que esas interpretaciones hayan tenido largo alcance y valgan aún hoy.

Góngora realizó críticas a corrientes ideológicas dominantes y creo que valen todavía en el contexto actual. Por ejemplo, su crítica al neoliberalismo sigue vigente. Entiende que el pueblo en Chile ha sido formado en parte decisiva por el Estado, sus instituciones educacionales, la administración pública y las guerras. En 1981 Góngora nota un proceso de desmantelamiento del Estado, de la mano de las ideas de los discípulos de Friedman, como los llama. Advierte que ese desmantelamiento tendrá consecuencias graves: “Pérdida de conciencia cívica” en el pueblo y de legitimidad en las instituciones. Algo así es lo que explica 2011, las protestas de los universitarios, y 2019, el estallido social.

¿Podría ser considerado estatista? Es cierto que le atribuye al Estado mucha importancia, pero rechaza el burocratismo, el exceso de intervención. Más que un Estado empresario o hipertrofiado, desea un Estado que se haga cargo de mediar con eficacia entre los intereses de los distintos sectores políticos y sociales, encarnando el bien de la comunidad entera.

Góngora siguió un derrotero accidentado. Fue socialcristiano, luego comunista, aunque abandonó esa posición y fue muy crítico de ella y del Gobierno de la Unidad Popular (UP) de Salvador Allende (1970-1973). Su período comunista fue breve. En último término, la parte honda de su pensamiento es incompatible con posiciones fundamentales del marxismo. En el estudio que hago de su obra reparo en su distancia con la idea de ser genérico de Marx, de que los humanos son, en lo principal, parte de una especie y carecen de una identidad que pueda entenderse como única. Góngora, en cambio, reconoce un carácter único y misterioso a la interioridad humana. Nadie puede acceder a nuestra propia interioridad tal como nosotros accedemos a ella. Por eso todo prójimo es un misterio para los demás. De hecho, para nosotros mismos somos también misterio. Nadie es pasable así por las reglas abstractas de un ser genérico. Góngora criticó, además, severamente al gobierno de la UP, por su distancia con la democracia y su adhesión puramente estratégica a ella.

Se lee que Góngora fue crítico de la época contemporánea. Góngora –con Spengler, Jaspers y Heidegger–, cuestiona la existencia tecnológica. Entiende a la tecnología, más que como mecanismo, como modo de entender el mundo. En la tecnología y la vida virtual, el misterio de la existencia, sus aspectos afectivos y estéticos son soslayados. Acaban siendo reemplazados por dispositivos donde las posibilidades de acción dependen de las mentes de los programadores. Esas mentes son finitas. Por eso la vida tecnológica tiende a volverse trámite y encierro. De la vida cara a cara con otros y la naturaleza no nos cansamos, porque es vida abierta al misterio, vida con encanto y belleza incontrolables. Es, en cierta forma, aventura.

En El Último Romántico. El Pensamiento de Mario Góngora (Editorial Crítica, 2023) considero una noción de vida presente en diversas partes de la obra de Góngora, que hay que entender para entrar en su pensamiento. Góngora es cuidadoso en no reducir en sus formulaciones. Trata de mantener la atención en el dinamismo de la existencia. Para él hay, en el caso político, una vida, que incluye individuos y Estado. Entiende que ni el Estado ni el individuo existen en abstracto o separado uno del otro. Ambos son recíprocamente dependientes. Que no hay Estado sin individuos es manifiesto. Pero tampoco hay individuos sin Estado, como quiere cierto liberalismo más tosco o mecanicista. Los individuos desde que son conscientes, llevan a la polis en su interior: como maneras de pensar y sentir, como el lenguaje con el que piensan y alcanzan la consciencia. Y de la perfección del individuo depende la perfección del Estado respectivo y viceversa.

Góngora –el último romántico– vibra con la existencia, vive intensamente: la experiencia estética, el amor, la política, la búsqueda religiosa. Se parece a los románticos alemanes de comienzos del siglo XIX. Además, su pensamiento está firmemente anclado en autores del romanticismo filosófico: Schelling, Hölderlin, Novalis, Schleiermacher, Savigny, Müller, y en nociones como la aludida de vida, de la existencia como un todo de partes donde el todo es tan inaugural como las partes y se halla en relación recíproca con ellas. Es romántico tanto en su actitud vital cuanto en su disposición teórica.

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