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Los Charleston Gospel Voices ponen en movimiento al Palau

El grupo de voces, mayoritariamente femeninas, pone fin al Festival de Jazz de Barcelona

Actuación del grupo en el Palau para poner fin al festival de jazz de Barcelona.
Actuación del grupo en el Palau para poner fin al festival de jazz de Barcelona.Lorenzo Duaso

Desde hace varios años el Festival de Jazz barcelonés suele cerrar sus puertas en las cercanías de Navidad con algún concierto de góspel de altos vuelos. Esto se debe a que el certamen jazzístico absorbió hace un tiempo un antiguo festival de la misma productora que se presentaba como Els Grans del Góspel. Sea bajo un paraguas u otro lo cierto es que durante la semana del solsticio invernal la ciudad puede vibrar con alguna presencia de góspel por regla general con garantía de autenticidad.

Este año bajó el telón jazzístico una banda de Virginia del Sur comandada por uno de los nombres más trepidantes del género: el siempre expansivo Tony Washington. Los Charleston Gospel Voices son ocho voces, todas remarcables, con un cuarteto instrumental cubriéndoles las espaldas y un abanico de posibilidades enorme.

En el Palau comenzaron de forma muy suave pero ya en el segundo tema, con la irrupción de Washington en la tarima, el ambiente empezó a caldearse. El público comenzó a moverse, cantar, picar palmas y agitar brazos en un crescendo que abocó en los últimos temas con todos los asistentes, todos, de pie bailando y cantando, esas cosas que prácticamente nunca se ven en un lugar tan serio como el Palau. Primero Washington y después el resto de coristas paseándose entre la platea, estrechando manos, repartiendo besos y sonriendo, todo el mundo sonriendo, mientras el ritmo apabullante e infeccioso de la música no paraba. El público fotografiando con sus móviles a los cantantes y los cantantes fotografiando con los suyos al público. Apoteósico.

When the Saints go marchin’ in y Oh, Happy Day marcaron ese frenético final pero para llegar hasta allí los Charleston habían apostado duro por un góspel tremendamente rítmico y despojado de cualquier teatralización. Los movimientos, los bailes, las exclamaciones,... parecían salir del interior de cada intérprete y no obedecer a coreografías minuciosamente prestablecidas (la norma en muchos grupos de góspel). Genuino pero no exento de un total domino del espectáculo y de las claves para enardecer al personal, algo que tanto funciona en una iglesia del profundo sur estadounidense como en un auditorio catalán.

Voces soberbias, en especial los abrumadores falsetes de Washington, al servicio de un puñado de temas de naturaleza muy variada pero todos de probada eficacia. Desde góspeles negros todavía con reminiscencias de las plantaciones de algodón hasta temas de procedencia blanca, ningún problemas racial sobre el escenario, como el tradicional británico Amazing Grace, el Bridge over trouble waters de Paul Simon o el Feliz Navidad (las fechas imponen su ley) de José Feliciano. Todo vale (si tiene un contenido religioso) servido con un ritmo que te cala hasta los huesos y una reiterada utilización de los estribillos con efecto llamada-respuesta africanos que involucran totalmente al espectador con el oficiante.

Y de eso se trató: más que un coro cantando, Tony Washington ofició una ceremonia en la que acabamos implicados todos los presentes.

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