_
_
_
_
_

Abstractas y excéntricas

Julia Spínola y Bene Bergado son dos artistas cuya obra está más cerca de la levedad que del peso, del proceso que del monumento. Ahora exponen en Vitoria y Bilbao

Una sala de la exposición de Julia Spínola 'Persona, foto, copia', en el museo Artium de Vitoria.
Una sala de la exposición de Julia Spínola 'Persona, foto, copia', en el museo Artium de Vitoria.Nuria González

Una de las corrientes artísticas con más juego y vigencia aún hoy es la abstracción excéntrica. Quien acuñó este término en 1966, la historiadora y pionera de la teoría del arte feminista Lucy R. Lippard, no fue consciente de hasta qué punto estaba retrasando el arte de su decrepitud, y aunque el propio concepto ya era en sí “una premisa de muerte”, pues se refería a algo indefinido (una pintura, una escultura, un “ambiente”), funcionó como un nuevo lenguaje universal que el artista —o mejor habría que decir las artistas mujeres, que eran mayoría— veía adecuado para explicar los procesos y la literalidad de sus cuerpos y cómo estos se inscribían en algún lugar entre la estructura y la referencia.

Aquellas obras, objetos parciales deudores del psicoanálisis y el surrealismo, conformaron un esperanto visual —y por qué no, también un estilo— que comprimía dualidades (dureza/suavidad, precisión/azar, geometría/formas libres, natural/industrial), inscribiéndose en él los trabajos de históricas como Eva Hesse, Louise Bourgeois o Ree Morton. Hoy son moneda corriente en muchas manifestaciones artísticas, en forma de taquillazos (recomendable el de Yayoi Kusama en el Museo Guggenheim) o exposiciones más discretas. De las últimas, dos permiten completar temporalmente un triángulo solvente dentro del País Vasco: en Artium (Vitoria) y en Azkuna Zentroa (Bilbao), que firman la madrileña Julia Spínola (44 años) y la salmantina Bene Bergado (60 años), respectivamente.

La muestra de Espínola carece de iluminación artificial: cambia en función del momento del día o la época del año

Spínola trabaja con el dibujo, la escultura y la arquitectura. Sus formas son graduales, y van del ojo y el cuerpo (como fragmento) a la cueva, la pared, el estudio, el museo. Sus materiales son la luz, serigrafías, maderas, metales, telas, cuerdas, cartones o piezas de sílex, que evocan el cuerpo femenino de manera radical y poética, desencadenando identificaciones en las que el espectador está y no está, dependiendo de la incidencia de la luz natural en la sala. Porque una particularidad de esta exposición, comisariada por Catalina Lozano, es que carece de iluminación artificial; y así, dependiendo de la época del año, del momento del día y de las condiciones meteorológicas —la luz entra por los óculos que conectan la sala con la plaza interna del museo—, las obras pueden ser elegantes abstracciones o bien objetos a la penumbra de nuestra experiencia.

Spínola es una constructora de experiencias visuales. Sus piezas son semiformas mediante las que nos abandona a la sensación. Son volátiles y a la vez conservan una larga memoria. Un ejemplo son los pequeños grafitis que el visitante irá encontrando casi sin darse cuenta en las paredes, bioformas marronosas, rojas, escapadas de una sintaxis milenaria, como las pinturas de los nadadores en las remotas grutas de Gilf Kebir, en el desierto egipcio, descubiertas por el explorador húngaro László Almásy en 1933, airosamente inmortalizados en la cinta de Anthony Minghella El paciente inglés.

El léxico de la imaginería de Julia Spínola recuerda no solo a la doméstica y bulbosa Louise Bourgeois, también participa de las convenciones sexuales de Robert Gober, con su infalible instinto para la ubicación en los rincones de un espacio, tensos pero incitantes, cálidos, siempre dando la réplica al observador, como cuando éste mira a través del agujero de un objeto contundente colocado en medio de la sala, expuesto a las variaciones de la luz natural. Podría ser un cascabel gigante o el buche de una cobra. Al final, descubrimos la mejor perspectiva de esta contraescultura desde un pequeño agujero en uno de sus extremos, en lo que parece la cola de una ballena. Otros objetos —cabezas, espirales, piernas colgantes, nidos de orugas— tienen una imperfección consistente, no son partes de cuerpos victimizados, al revés, son señales de lo perdido que precede al éxtasis. Todo se sale de madre en esta muestra con tantas (in)significancias, indicios, como los juguetes de playa olvidados, semienterrados.

Una sala de la exposición 'Decrecer', de Bene Bergado, en Azkuna Zentroa Alhóndiga, en Bilbao.
Una sala de la exposición 'Decrecer', de Bene Bergado, en Azkuna Zentroa Alhóndiga, en Bilbao. Elssie Ansareo

En Bene Bergado, sin embargo, es más patente el proceso, si seguimos con el símil de la playa y el cine, en la imagen de la Estatua de la Libertad que sobresale cercana al mar en El planeta de los simios. Un mundo pos­apocalíptico que esta autora instalada entre Madrid y Bilbao vislumbra en el presente. El título de su retrospectiva, comandada por Juan Luis Moraza, es Decrecer, y le sirve para representar un universo ordenado al declive de la monumentalidad, tanto industrial como artística. Bergado propone el “decrecimiento” (“vivir mejor con menos”) para volver a la entropía natural, y no a la acelerada por el consumo sin medida y el capitalismo extractivista.

Detalle de la exposición 'Decrecer', de Bene Bergado.
Detalle de la exposición 'Decrecer', de Bene Bergado.Manu de Alba manudealba@gmail.com

La exposición se divide en cuatro salas y son variaciones de algunos de sus trabajos/procesos anteriores en el Musac (León, 2016) y Alcalá 31 (Madrid, 2021). En la primera se proyecta el vídeo Prospecto, donde un listado de aditivos químicos en los alimentos recorre la pantalla a modo de créditos cinematográficos. En Batería, una estantería industrial de 20 metros almacena obras, materiales y libros de toda su trayectoria artística. A este archivo le sigue un entorno más extrovertido y a la vez íntimo, Tierra quemada, que representa la caída de los signos de autoridad (la muerte del padre) a través de diversos objetos y materiales: una torre eléctrica desmontada que, sin embargo, puede servir de refugio para personas que allí han dejado sacos de dormir, maletas, restos de comida, entre trampas y formas híbridas fundidas en bronce que imitan hortalizas y alimentos en proceso de descomposición. A un lado, la figura esquemática de un animal que duerme su siesta. Parece un oso polar que se ha librado de su probable extinción. Su superficie deslumbrante, como la de una joya, expresa una visión irrebatible, melancólica, al límite, de nuestro planeta.

‘Persona, foto, copia’. Julia Spínola. Artium. Vitoria. Hasta el 10 de diciembre.

‘Decrecer’. Bene Bergado. Azkuna Zentroa Alhóndiga. Bilbao. Hasta el 7 enero de 2024.

Puedes seguir a BABELIA en Facebook y Twitter, o apuntarte aquí para recibir nuestra newsletter semanal.

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites
_

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_