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El Marqués de Sade sigue vivo

Una exposición en el CCCB de Barcelona, centrada en su legado estético y filosófico, refleja las virtudes e infortunios de exponer al escandaloso escritor

Exposicion Marques de Sade
'SadeX tableaux' (2019), de Shu Lea Cheang, inspirada en los grabados eróticos que ilustraban los libros del Marqués de Sade en el siglo XVIII. La pieza forma parte de la instalación audiovisual '3x3x6', comisariada por Paul B. Preciado y presentada en la Bienal de Venecia en 2019.Shu Lea Cheang

Es sabido que la obra del Marqués de Sade es la historia de una escritura. Aun así conviene recordarlo, como hizo Roland Barthes en sus notas sobre Marcel Proust cuando se interroga sobre “el accidente, no biográfico, sino creador, que reagrupa una obra imaginada, intentada, pero no escrita”. “¿Cuál es el nuevo cemento que conseguirá aportar la gran unidad sintagmática a tantas unidades discontinuas? ¿Qué permite a un escritor enunciar su obra? Proust escribe con las categorías del lenguaje, no con las del comportamiento”, afirma el semiólogo francés sobre quien vivió en un atroz aislamiento por culpa de su mala salud y su necesidad de escribir.

Barthes también se sumergió en la obra del divino marqués, y lo hizo alejado de los discursos morales para postular la felicidad de la escritura como tema de la nueva crítica, recuperar la seducción, el placer de la lectura, que es lo que garantiza la verdad de la literatura, parecida al retorno a la naturaleza que reclamaba Rousseau en unos tiempos crueles, falsificados, que alcanzan hasta hoy. Placer sí, pero también violencia. En esa violencia que ejerce cada gran obra literaria (y la de Sade lo fue) hay que ver, dice Barthes, su “intervención social”, una actitud creadora que mira hacia el futuro, hacia nuevas realidades humanas en contraste con las actuales. “La literatura facilita una toma de conciencia crítica de las ideologías dominantes”, dejó escrito. Parece que esta debiera seguir siendo su misión, y la de toda obra artística, por mucho que algunos se empecinen en adornar las plazas de nuestras ciudades con esculturas níveas, provocadoras de la iconoclastia y cuyo alcance transformador se ha demostrado ya en numerosas interpretaciones: nulo.

Retrato del joven Marqués de Sade (1760-1762), de Van Loo.
Retrato del joven Marqués de Sade (1760-1762), de Van Loo.

Así, Donatien Alphonse François de Sade no se produce a sí mismo como ser perverso y desatado hasta que deviene Monsieur le 6 en el momento de ingresar en la cárcel del Castillo de Vincennes, en las afueras de París, cuando aprende sigilosamente a escribir. Parece conservar una buena forma física, aunque no existen retratos suyos de adulto, solo un dibujo imaginario de 1938 que le hizo Man Ray, donde lo vemos de perfil, envejecido. La piel del rostro es de piedra, o un muro, a excepción de sus labios rojos y sus ojos azules, evocando la bandera francesa. Al fondo, un camino lleva a la Bastilla, donde estuvo encarcelado cinco años antes de ser trasladado a un asilo mental en Charenton. “Un hombre entra en prisión, un escritor sale de ella”, observa Simone de Beauvoir en Faut-il brûler Sade? (1953).

La exposición puede leerse como una defensa de que quien detenta el uso de la palabra se convierte en el déspota absoluto, por mucho que deje hablar a su víctima

En total, pasó 27 años encerrado, escribiendo lo que no debía escribirse, condenándose a un suicidio permanente, hasta el fin de sus días. Los muros que lo encierran tienen el rostro del instructor inmoral, del negador de Dios, del mundo y de sí mismo. Sade es figura de discurso y discurso mismo y, con él, la escritura se convierte en locura y filosofía.

La exposición Sade. La libertad o el mal, en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB), responde a esta tesis aunque su apariencia es la de una ordenada, racional, acumulación de dibujos, libros, objetos, películas, instalaciones, carteles y cómics vinculados a toda esa retórica empecinada en el mal, deliberadamente aburrida, repetitiva, pura algoritmia: en el código erótico sadiano se contabilizaban los ataques sexuales, así como los orgasmos; la unidad mínima era la postura que, en plural, componía una unidad de rango superior, la operación, hasta llegar a un proyecto numérico destinado a corromper, por progresión geométrica, a toda la nación francesa.

La muestra se abre a múltiples lecturas. La más fundamental es que quien detenta el uso de la palabra —los medios— se convierte en el déspota absoluto. No importa si a la víctima se le concede la posibilidad de hablar (como en las redes sociales): la virtuosa Justine o Los infortunios de la virtud lo hace, por más que su intento de convencer al libertino fracase, frente al método frío del autócrata, transmutado en su hermana, la protagonista de Juliette o Las prosperidades del vicio.

'Guillermo Tell y Gradiva', 1932, obra de Salvador Dalí.
'Guillermo Tell y Gradiva', 1932, obra de Salvador Dalí. Marçal Folch (Gasull Fotografia)

Alyce Mahon y Antonio Monegal son los comisarios de la muestra, menos escandalosa que política. Desde el punto de vista de la escritura hay que hacer caso a Barthes, pues todo es “texto”, “discurso”, anuncio de nuevas lecturas en los diversos feminismos, desde el más clásico de Beauvoir al más valiente de Angela Carter o el más sofisticado de Judith Butler: “Al imaginarlo [a Sade], Beauvoir está ejemplificando una tarea del humanismo (de posguerra) estableciendo lo que se necesita para superar la dificultad de imaginar a otros que son repugnantes o difíciles de entender. Simpatizar demasiado con Sade es traicionarlo”. La cita se incluye en el ensayo The Marquis de Sade and the Avant-Garde (2023), de Mahon, perla académica para el iniciado en la escritura sadiana que, como se verá a lo largo del recorrido, siempre requiere volverse a explicar.

Como dice uno de los personajes de Los 120 días de Sodoma, el libertino Curval, “cuántas veces, pardiez, no he deseado que se pudiera atacar al sol, privar a él del universo, aprovecharlo para abrasar el mundo. Esto serían crímenes, y no los pequeños extravíos a los que nos entregamos y que se limitan a metamorfosear al cabo del año a una docena de criaturas en motas de tierra”. Atacar al sol, gran metáfora, es el título que Annie Le Brun dio a la exposición que comisarió en 2014 en el Museo de Orsay, donde planteó su más que cuestionable tesis de Sade como precursor de Picasso. Exposiciones como la del CCCB ponen una lupa sobre el mundo que vivimos. Y en lugar de juzgar a Sade, maldito o divino, tal vez haya que hacer caso a Proust cuando escribió que “la única vida realmente vivida es la de la literatura”.

’Sade. La libertad o el mal’. CCCB. Barcelona. Hasta el 15 de octubre.

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