‘El odio’ y la inhumanidad de lo humano
La torpeza del autor en el tratamiento narrativo que se da a la madre de los niños asesinados por José Bretón a lo largo del libro no es propia de un escritor que conoce su profesión

Cualquier sociedad sólidamente constituida debe enfrentarse a temas, hechos y situaciones que no tienen una respuesta fácil, bien por la complejidad de su naturaleza, bien porque en ella se dirimen derechos que se muestran o permanecen enfrentados. ¿Cuál debería prevalecer? En los últimos días, con el anuncio de la publicación de El odio, escrito por Luisgé Martín, estalló la polémica.
Ya es de dominio público que el libro trata de explorar el caso protagonizado por José Bretón, cuando, el 8 de octubre de 2011, asesinó a sus dos pequeños hijos, Ruth y José, quemando sus cuerpos a continuación para evitar ser descubierto por los restos, pero muy consciente del dolor que sus muertes ocasionarían a su madre, Ruth Ortiz, en trámites de separación de su marido. Un caso que nos heló la sangre. ¿Se puede imaginar un hecho más atroz? Si no recuerdo mal fue a raíz del caso Bretón que se empezó a hablar de violencia vicaria como una forma retorcida y cruel de la violencia machista.
Pero superado el estupor inicial, la pregunta que todos nos hicimos, y nos hacemos, en este y otros casos similares, porque desgraciadamente no dejan de producirse, es: ¿qué pasa por la cabeza de algunos hombres capaces de albergar una entropía emocional de tanta magnitud que les conduce a comportarse con la mayor indiferencia hacia el sufrimiento del otro, incluso cuando el otro es alguien de su propia sangre? Diría que, al margen de los desaciertos del libro en cuestión, sobre el que volveré, necesitamos profundizar en la pregunta y en los motivos que la suscitan para encontrar las respuestas necesarias (y que no están en el absurdo de la banalidad del mal al que recurre irreflexivamente el autor). Porque no basta con proteger a las víctimas. Para evitar que lleguen a serlo —y esta es la tarea prioritaria— debemos atajar el problema de raíz y la raíz está, en la mayoría de los casos, en hombres furiosos y resentidos, con sentimientos anormales tan perturbadores que les conducen a patologías extremas de su comportamiento. ¿Por qué hacen lo que hacen?
Dar voz al asesino, con el propósito de acercarnos al máximo a dicha oscuridad, lleva consigo un nuevo dolor para la víctima, obligada de un modo u otro a revivir lo sucedido
Necesitamos entrar en esa oscuridad, la misma y siempre distinta. Ahora bien, dar voz al asesino, con el propósito de acercarnos al máximo a dicha oscuridad, lleva consigo un nuevo dolor para la víctima, obligada de un modo u otro a revivir lo sucedido. Es como un retorno de la violencia ejercida, la víctima vuelve a serlo y a sentirlo todo de nuevo. ¿No basta con lo que ha sufrido ya? Las declaraciones de Ruth Ortiz en la carta que envió a los medios no dejan lugar a dudas: “No podemos dar voz a los asesinos”. Es más, después de haber leído el libro (en la prepublicación que hizo la editorial Anagrama) la impresión dominante es que el “entusiasmo” con que Bretón respondió a la propuesta que le hacía Luisgé Martín de colaborar con él en la reconstrucción de los hechos es que su propósito fue causarle un nuevo daño psicológico y moral a Ruth Ortiz, ampliando la esfera del odio a su familia. La torpeza del autor en el tratamiento narrativo que se da a la madre de los niños a lo largo del libro no es propia de un escritor que conoce su profesión y, en mi opinión, dicha torpeza ha complicado mucho las cosas que podían haberse conducido de otra manera.
En todo caso, el veredicto de no dar voz al asesino, un veredicto que el feminismo ha asumido como propio, no puede imponerse de manera autoritaria, sin tener en cuenta los derechos conculcados y las repercusiones del mismo. Así lo ha considerado el juzgado de primera instancia número 39 de Barcelona que ha rechazado paralizar la publicación del libro. Lo ocurrido me recuerda al director de cine Claude Lanzmann cuando lanzó su anatema considerando culpable de colaboracionismo a cualquiera que abordara el nazismo como tema literario o cinematográfico. De poco le sirvió, pues el Holocausto se ha convertido con el paso del tiempo en un filón comercial que no cesa (léase La industrial del Holocausto. Reflexiones sobre la explotación del sufrimiento judío, del historiador Norman Finkelstein). Lo que quiero decir es que al legítimo derecho de las víctimas a protegerse de más dolor en sus vidas se opone el derecho de la sociedad a ser informada lo más ampliamente posible de delitos de naturaleza misógina que revelan una hostilidad enfermiza y recurrente contra la mujer.
Lo cierto es que eliminar de nuestro mundo al asesino volviéndolo invisible no ha servido hasta ahora para corregir el problema
Se diría que, más allá de lo establecido por la ley, son dos imperativos en conflicto. Y lo cierto es que eliminar de nuestro mundo al asesino volviéndolo invisible no ha servido hasta ahora para corregir el problema. En realidad, no podemos predecir la conducta de los hombres, pero sí debemos contar con que puede producirse de nuevo lo que ya tuvo lugar, lo que nos obliga a revisar nuestros códigos de actuación tantas veces como haga falta.
En los últimos años, no han sido pocos los casos de parricidios en la prensa: niños acuchillados, tiroteados, envenenados en un hotel o en su propia casa por sus padres o incluso por sus madres (los primeros, con frecuencia, tras procesos de separación o de divorcio; las segundas, por desequilibrio mental). En el caso de Bretón hubo un plus de cálculo (¿cuántas horas tardarían los dos cuerpecitos en quedar reducidos a cenizas?) que nos enfrenta a una premeditación sin paliativos. Lo importante es que lo ocurrido no solo afecta a la medicina psiquiátrica o al derecho penal, sino que es un conocimiento pertinente para la sociedad en su conjunto y en todas sus dimensiones.
Extirpando de nuestro mundo al asesino, condenando la publicación de un libro, silenciando un testimonio o una interpretación que nos es vital, atrofiamos la reflexión y reducimos la oportunidad de corregir lo corregible. He aquí, en mi opinión, el conflicto que se nos plantea. Las soluciones que puedan hallarse deben ser fruto de un debate argumentado de las ideas y los derechos que están en liza y no la consecuencia del miedo a enfrentarnos en el espejo de nuestra propia inhumanidad.
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