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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Reconstrucción del vacío

A sus 53 años, el estadounidense Robert Gober (Connecticut, 1954) es uno de los artistas más eminentemente visibles y a la vez escurridizos del panorama actual. La singularidad de sus esculturas e instalaciones, desplegadas en una mise-en-scène minimalista, hay que buscarla en una cartografía psíquica vinculada a la familia como lugar de represión, de angustias, de peligro, una abrupta caída en los acantilados de la infancia, en los bosques fragosos, inexplorados, de la sexualidad. En Basilea, a lo largo de las espaciosas salas del Schaulager, el espectador contempla la quietud siniestra de unas obras que laceran con su silencio; representan la ausencia (del yo, del artista), la idea del fracaso y la ferocidad de su reflujo. Su obra tiene este efecto. Son objetos provocadores, el inventario de un autor tan delicado como sutilmente evasivo. Muebles, camas, casas de muñecas, nidos, paredes empapeladas y pilas de periódicos sugieren el duelo, la vida denegada, el remanente en vida de una persona que ya se ha ido para siempre.

ROBERT GOBER

'Obras 1976-2007'

Schaulager

Ruchfeldstrasse, 19. Basilea

Hasta el 14 de octubre

Los fregaderos son objetos abstractos, soberbiamente toscos, amenazadores. Una cuna, con sus barrotes deformados, alude a la deformación que sufre el niño en su educación. Lavabos multiformes y orinales hablan de experiencias tempranas en relación con la higiene y la defecación controlada. Esperan recibir el agua, contenerla. Imposible. No hay desagües. Quizás algún ser vivo maduró en ese regazo blanco y sin vida. El rito burgués de formar una familia tiene en un vestido de novia el objeto de su negatividad (el cuerpo humano ha sufrido un proceso de abstracción hasta la nada) instalado frente a dos sacos de serrín para gatos y un papel pintado con dos motivos que se alternan: un hombre negro colgado de un árbol y uno blanco haciendo gimnasia. En las piezas de Gober no hay presencias, apenas un hilo de vida, el último crepúsculo de un cielo sin estrellas. Sólo la imaginación del espectador es capaz de descargarlas del peso del trauma.

Cuarenta esculturas, cinco grandes instalaciones y tres series de dibujos componen la retrospectiva más ambiciosa que se ha hecho hasta hoy del artista norteamericano. A lo largo de tres décadas, Gober ha desarrollado una obra fascinante, neurótica, deliciosamente descreída, como la melancolía de un payaso de Beckett. En Schaulager, sede de la colección de Emanuel Hoffman, sus trabajos se muestran sorprendentes, de una coherencia extraordinaria; las piezas conectan unas con otras en perfecta coreografía. Empiezan siendo objetos autónomos para acabar formando parte de un tableau abierto. Sorprende cómo el artista consigue que nos adentremos en su conciencia.

La narrativa de Gober es de una interiorización radical. Pero tiene un punto de partida: la casa (Slides of a Changing Painting, 1982-1983), el lugar de la infancia y lo ordinario. A partir de ahí, Gober cristaliza su "yo" dividido en objetos que son partes del cuerpo: piernas peludas, genitales, torsos andróginos, extremidades que se apilan para hacer un fuego casero. Puertas entreabiertas que borran toda barrera entre el interior y el exterior, manantiales subterráneos de los que fluye un rumor inquietante. Los periódicos se apilan en la penumbra de un rincón: cientos de traumas cotidianos han sido arrojados al silencio de un desván. Vidas y muertes reales agazapadas bajo el polvo de noticias, sucesos, tragedias. Nadie las ve. Son tan mundanas que acaban siendo invisibles. La serie de fotolitografías New York Times for September 12, 2001 muestran unos delicados dibujos sobre páginas de periódicos de dos hombres desnudos, sin rostro, fundidos en un íntimo abrazo. Anuncian la ley básica de la existencia: la pasión de la naturaleza humana de eludir la conciencia de la muerte.

'Sin título' (1991), de Robert Gober, propiedad del MOMA.
'Sin título' (1991), de Robert Gober, propiedad del MOMA.

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