‘El cielo de la selva’, un cuento gótico y cruento que aspira a convertirse en una de las novelas del año
El lector sigue a Elaine Vilar Madruga como si fuera una maldita flautista de Hamelín en una historia con un pie en los márgenes de una sociedad violenta y pobre y el otro en un imaginario fantástico terrorífico
Uno va a tener que leer muy buenos libros el resto del año para que El cielo de la selva no sea el mejor de 2023. Que además sea editado por una primeriza editorial barcelonesa, Lava, no es sino una buena noticia para casi todos. Porque que se haya escapado esta novela del radar de los grandes grupos demuestra salud en el mercado editorial y gente que sabe leer y buscar, seguir leyendo hasta encontrar.
La autora de El cielo de la selva es Elaine Vilar Madruga (La Habana, 1989) y ya captó nuestra atención con la anterior novela que nos llegó suya hace un par de temporadas: La tiranía de las moscas. Ya en esa novela había una autora con personalidad y autoridad, con una opción quizás demasiado barroca al contar esa historia (pero es probable que no hubiera otra manera de hacerlo).
En Cuba, Vilar está considerada una de las voces más importantes no solo en lo relativo a la narrativa, sino en otros ámbitos literarios como el teatro o la poesía
En Cuba, Vilar está considerada una de las voces más importantes no solo en lo relativo a la narrativa, sino en otros ámbitos literarios como el teatro o la poesía. Sus libros han tenido salida al exterior, pero quizás no han gozado de la atención crítica y lectora, metida en un atestado tren de novedades que nos llegan de la América de habla española. Ojalá eso cambie con El cielo de la selva.
En esta novela, la autora comete la osadía de introducirse por temática —maternidad, violencia, delirio, pobreza—, ambiente —una selva caribeña indeterminada— y género —una suerte de realismo social a la vez que cuento fantástico— en un desfile repleto de propuestas, a priori, parecidas en nuestra mesa de novedades. Ya muy pronto de iniciada la lectura comprobamos que es abanderada de ese desfile, y a medida que transcurre la lectura, Elaine Vilar ya no desfila con nadie. Y ahí estás tú, siguiéndola hasta el interior de la selva como a una maldita flautista de Hamelín.
El planteamiento de esta novela tiene trazos de cuento gótico caribeño, con un pie en un retrato realista y cruento de los márgenes de una sociedad violenta y pobre, y el otro pie en un imaginario fantástico terrorífico. Muy pocas veces rompe Vilar ese equilibrio tan difícil de conseguir, nunca se decanta para un mundo u otro, y eso es un hallazgo que salva la novela de ser otra, de ser una novela cualquiera. Renuncia a explicar lo fantástico del mismo modo que también lo hace de lo real (geográfica y políticamente, por ejemplo). Son tan verosímiles como imposibles, las putas muertas colgadas de los árboles como los proxenetas con los bolsillos llenos de bolsas de cristal. Eso, tan complicado de hacer, esos lugares peligrosos los evita Vilar con suficiencia de autora superdotada haciendo de esta novela algo muy serio.
La trama principal habla de una hacienda con una vieja y sus dos hijas adultas, una de ellas enloquecida y creyéndose una perra, y un hombre. La hacienda está al borde de la selva que les nutre de gallinas, canes o jabalíes, así como hombres extranjeros que llegan desubicados o fugitivos y se quedan lo suficiente para dejar embarazadas a las mujeres fértiles. Ésa es la función de éstas. Porque con lo que paren, entregado como sacrificio, calman y pactan con el dios que anida dentro de la selva, un orden social de paz cruenta pero paz. Hay muchas madres en esta novela, muchas maneras de serlo, mutadas en Saturno, que saben que han de devorar a sus hijos para no ser devoradas ellas por la selva. La hacienda tiene corral de gallinas y corral de niños. Una casita de chocolate, con un buen puñado de Hansel y de Gretel escrito por una tercera hermana Grimm talentosa, caribeña e inteligente que también parece haberse leído a Stephen King.
Nada sobra en esta novela, con un lenguaje que muta sin darte cuenta de duro e inmisericorde a lo onírico, fantástico y lírico sin nunca exceso de azúcar
Bien escrita y estructurada, El cielo de la selva, con más de media docena de personajes, definidos e inolvidables, con los que interpela al lector a pesar de la brutalidad y demencia que esconde cada uno de ellos en sus cabezas y sus actos. Toda la fascinación por esa abuela que te cuida y manda degollar. Por Santa, la madre que no es madre, por su dolor, su celo, su hambre pagana, o Lázaro, el semental titular y residente. Así como Ananta la loca que se cree perra, la niña Ifigenia, la recién llegada Romina o el proxeneta Cangrejo. Esta novela que es un cuento, y este cuento que es una novela, funciona de principio a fin. Nada sobra —quizás algunas imágenes sórdidas del final que casi decantan la balanza hacia un terror innecesario—, con un lenguaje que muta sin darte cuenta de duro e inmisericorde a lo onírico, fantástico y lírico sin nunca exceso de azúcar.
Diálogos que funcionan, cabezas enloquecidas a las que puedes seguir el flujo de pensamientos y deseos. Miedos atávicos, pesadillas y juegos con el mundo de los vivos y los muertos, la maternidad y el sacrificio, un mismo círculo para la vida y para la muerte. Y como fin de fiesta, Elaine Vilar, mutada en gimnasta olímpica, clava el último salto y consigue, al menos en mi opinión, ovación, aplauso y selva roja si cabe.
El cielo de la selva
Lava, 2023
352 páginas. 20,90 euros
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