‘Los árboles’, magistral novela negra para vengarse del racismo riéndose de él
El autor afroamericano Percival Everett utiliza el género de detectives para ridiculizar el supremacismo blanco. La obra, un fenómeno en el mundo anglosajón, se traduce ahora al español
Érase una vez un lugar inmundo llamado Money, Misisipi. Ajá, una ciudad llamada Dinero situada en algún rincón del, digamos, Diabólico Sur. La clase de sitio en el que aún de vez en cuando se queman cruces por la noche. Porque aún de vez en cuando, y especialmente desde que el Señor Naranja, alias Donald Trump, pasó por el poder y blanqueó el odio racial, reactivando, de paso, la pasión por la ignorancia, hay quien recuerda viejos y horripilantes tiempos. Viejos y horripilantes tiempos que sólo fueron buenos para aquellos que siempre le han temido a todo y que por eso han tratado de destruirlo todo. Bien, pues en ese lugar inmundo llamado Money, Misisipi, las cosas están a punto de cambiar. Y de forma atrozmente divertida. Gracias al genio de Percival Everett (Georgia, 65 años), un estilista del absurdo, el primero (y único) de su clase, el tipo de los certeros, brillantes y necesarios puñetazos de risas.
Everett fue finalista del Booker con este fascinante artefacto narrativo
Aquí, Everett, ilustre profesor universitario, escritor satírico y valiosísimo por, a la vez, moderno y posmoderno, y en todos los sentidos outsider, un outsider feroz —sus novelas son dardos contra aquello que el racismo y la incultura han hecho en las mentes de los norteamericanos y, por extensión, de todos—, se embute en el ajustado disfraz de la novela negra y lo hace estallar desde dentro. A la manera desternillante en que lo hizo estallar Richard Brautigan en su famoso Detective en Babilonia, un hito del absurdo sin más intención que la de descabezar cualquier intento de tomarse en serio a un detective, Everett se marca un clásico instantáneo. Centrifuga un bizarro, bizarrísimo Black Lives Matter, que resucita muertos para vengarse del presente, o poner en su sitio —el cementerio— a una white trash orgullosa de su estupidez y odio ancestrales.
Pero será mejor que empecemos por el principio. En Money, Misisipi, han empezado a aparecer cadáveres de tipos blancos —todos allí son blancos, y paletos— que parecen haber sido asfixiados con alambres de púas oxidados. A algunos se les ha golpeado tanto en la cabeza que se les ha salido parte del cerebro. Y a su lado, en todos los casos, ha aparecido un tipo negro que nadie reconoce. En parte, porque tiene la cara también desecha a golpes. Al blanco le han arrancado los testículos. Que están en la mano del negro. Hasta aquí todo más o menos correcto. Macabro, pero correcto. Lo que ocurre a continuación es lo delirante. El negro es siempre el mismo negro. Y parece llevar embalsamado décadas. Y desaparece. Cada vez. De la morgue. Y aparece junto a un nuevo cadáver blanco. Y no es el único. Los agentes (negros) del MBI —el Mississippi Bureau of Investigation— que lo buscan no dan crédito.
La comodidad narrativa con la que Everett —Premio de Literatura Cómica Bollinger Everyman Wodehouse y finalista del Booker Prize por este fascinante artefacto— se adentra en la historia es de una astucia sin igual. Imita el pulso de lo pulp amplificándolo sin remedio, en un delicioso y adictivo festín de capítulos cortos poblados de diálogos (como disparos) ridículos, y escenas (y escenarios) cliché tan sabiamente metamorfoseadas (y metamorfoseados) que a la vez parecen de este mundo y de otro. De, en concreto, uno que siempre ha estado a años luz del nuestro. Es Everett quizá el mejor ejemplo contemporáneo de hasta dónde puede llegar el humor cuando se usa no para desactivar la realidad sino para reactivarla (y machacarla) de una forma inesperadamente salvaje y disfrutable. Porque allá donde su adorado Mark Twain esquivaba el golpe, Everett se asegura de, nunca mejor dicho, dar en el blanco.
Su Norteamérica, pese al absurdo, o precisamente por él, resulta más real que la supuestamente real
Sí, la narrativa de Everett, intelectual afroamericano, como el protagonista de su mítico X (Blackie Books), superdotado académico, prolífico novelista, poeta, pone ante la realidad un espejo que la deforma hasta dar con la verdadera realidad, y no aquella que se da por supuesta. O, mejor, que el blanco (supremacista y no) da por supuesta. Es por eso que su Norteamérica, pese al absurdo, o precisamente por él, resulta más real que la supuestamente real. A cada asesinato de cadáver embalsamado —hay más de un asesino muerto, que no zombie, en la novela—, más ridículo se vuelve el supremacismo blanco, y más atroz el pasado de linchamientos. Hay un recuento de víctimas —todas están en el archivo interminable de la misteriosa y centenaria Mama Z.—, y un despertar a un mundo en el que esas mismas víctimas se pretenden culpables cuando de ninguna forma pueden serlo porque siguen estando muertas.
Dice Everett que fue escuchando a Lyle Lovett, el famoso countryman, que se le ocurrió la idea. Estaba cantando Ain’t No More Cane y la combinó con Rise Up. “Lo estaba escuchando una mañana antes de jugar al tenis y pensé: Ahí está mi novela”. ¿Y si los linchados despertaban? ¿Y si resucitaban para, quién sabe, rendir cuentas? ¿Y si la cosa ocurría en una especie de Twin Peaks paleta, poblada de recién llegados agentes especiales de color, y agentes locales de no color tan torpes y crédulos como para creer que un muerto podía matar a alguien porque era un muerto de color y si estaba en la escena del crimen era porque era culpable? ¿Tendría sentido? Todo el del mundo, y un poco más. No se la pierdan. Probablemente, la novela más (justicieramente) divertida que leerán en décadas.
'Los árboles'
Traducción de Javier Calvo
De Conatus, 2023
320 páginas. 22,90 euros
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