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‘Fricción’: celebrar la vida, condenar el mundo

En 80 páginas, el libro recopila una muestra de la obra poética de Ana Pérez Cañamares, que comprende 15 años y nueve libros entre la autopsia de las relaciones familiares y la denuncia de la realidad que nos rodea

Fotografía de Ana Pérez Cañamares cedida por la autora.
Fotografía de Ana Pérez Cañamares cedida por la autora.Raúl Pérez López

Fricción, de Ana Pérez Cañamares, recopila en 80 apretadas páginas una muestra panorámica que comprende 15 años y nueve libros. A pesar de los rigores de la aritmética, el lector puede hacerse una idea cabal de una poesía guiada por el doble imperativo ético de “celebrar la vida” y “condenar el mundo”, como se lee en una de las sentencias de Entre paréntesis. Ya en su sugerente prólogo, Alberto García-Teresa nos habla de la confluencia de dos vertientes principales: la autopsia de las relaciones familiares y la denuncia de la realidad que nos rodea. Lo interesante de este planteamiento reside en que ambas líneas coexis­ten con naturalidad. El hecho de que no se advierta un hiato entre la intrahistoria doméstica y la Historia en mayúscula consigue dotar de nervadura lírica incluso a aquellas piezas que a priori correrían el riesgo de decantarse hacia el prosaísmo a ras de acera o hacia el eslogan airado. El acierto de la autora radica en convertir sus avatares biográficos en experiencias transferibles (“Escribo sobre mí / porque yo / soy cualquiera”) que difuminan las fronteras entre víctimas y cómplices, belleza y barbarie. Con todo, pueden distinguirse motivos recurrentes, como la fortaleza de los vínculos maternofiliales o la reparación de la memoria colectiva. De lo primero dan prueba las composiciones dedicadas a la madre o a la “querida hija imperfecta” que proporciona el título de una de sus entregas. Lo segundo se manifiesta en frescos históricos (‘Varsovia’), alegorías con moraleja (‘Capitalismo’) o textos que reflejan la continuidad entre las heridas del pasado y las cicatrices del presente: “Mi padre cargaba en sus espaldas / una guerra que no terminó nunca”. Asimismo, aquí y allá se vislumbra una reflexión metapoética sin solemnidad, que identifica la escritura con un explosivo (“con pulso de artificiero / escojo las palabras”) y que no duda en desempolvar términos inflamables desde el realismo social: “que mi palabra no olvide / pelear por su utilidad”. La reivindicación feminista o la crónica urbana son otros registros de una trayectoria de insobornable coherencia empeñada en convencernos de que aún es posible ganar guerras perdidas.

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