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FOTOGRAFÍA

Vivian Maier, genialidad fotográfica y trastorno mental

Una nueva biografía ahonda en los misterios que rodean a la fotógrafa estadounidense poniendo el énfasis en las supuestas patologías que padeció. Además, una exposición en Siena profundiza en sus autorretratos

'Autorretrato', Chicago, 1956-1957.
'Autorretrato', Chicago, 1956-1957.Vivian Maier © Estate of Vivian Maier; Cortesía de Maloof Collection y Howard Greenberg Gallery; Nueva York

Rara vez la persona que a lo largo de su existencia se empeña afanosamente en borrar su rastro llega a la otra vida convertida en un mito. Sin embargo, este ha sido el caso de Vivian Maier, (Nueva York, 1926 - Chicago, 2009), cuya figura se esconde entre paradojas. De tal forma que su insólita biografía parece eclipsar a la obra extraordinaria que la artista procuró siempre mantener a buen recaudo y su enigma crece a medida que se sabe más sobre su persona. “Y tú cómo te llamas”, le preguntaba uno de los niños que cuidaba mientras la Mary Poppins de la fotografía le filmaba con una de sus cámaras. “Soy la mujer misteriosa”, respondía Maier, protagonista de uno de los relatos más atrayentes de la historia del medio.

Así no es de extrañar que dado el ruido y las incógnitas generadas en torno a la fotógrafa, en 2017, durante una conferencia celebrada en la Fundación MAST de Bolonia, Joan Fontcuberta asegurase: “A Vivian Maier la he creado yo”. Si bien bromeaba este maestro del embuste como arte, acostumbrado a poner a prueba la capacidad del espectador de dudar ante lo que ve, sí evidenciaba que en el fondo la autoría no deja de ser “un proceso de fabricación ideológica, cultural y económica”, como el mismo probó cuando creó a Ximo Berenguer. Lo valores hegemónicos también existen en el arte.

Sin duda Maier existió, pero el secretismo marcó el devenir de esta artista que se ganó la vida trabajando como niñera para varias familias hasta bien entrados los noventa, mientras iba acumulando, con celo de avaro y bajo cerrojo, entre cajas que contenían libros, revistas y montones de periódicos, un archivo de cerca de ciento cuarenta mil fotografías. Un tesoro que acabó guardado en un trastero hasta que a finales del 2007, por impago de alquiler, fue subastado y desperdigado. Aquello debió de suponer un duro golpe para la autora. Sin embargo, aquel día de noviembre en el cual, entre otros compradores, John Maloof, un exagente inmobiliario de 23 años, con el fin de completar un libro sobre los distintos barrios de Chicago, adquirió varias cajas con las pertenencias de Maier, nacía su leyenda. Una parábola de la artista desconocida en vida con los aderezos de un relato de intriga que lleva años alimentado la imaginación del público y ha llevado a numerosos genealogistas, a blogueros, y a aficionados y expertos de la fotografía a profundizar sobre la inverosímil historia de fondo de esta elusiva y acumuladora fotógrafa que murió en 2009, a los 83 años, sin enterarse que ya estaba en marcha un imparable proceso para desvelar su secreto y catapultada a la fama. Murió prácticamente sin un centavo y sin herederos directos y ahora su patrimonio podría valer millones de dólares.

Si bien a menudo la obra de una artista resulta inseparable de su propia vida, o de lo que creemos saber de ella, en el caso de Maier mucho más. Y es quizá en sus intrigantes autorretratos donde mejor quedan expresadas estas dos facetas. Hasta el momento se han hallado en su archivo más de seiscientos autorretratos entre sus recurrentes escenas de calles, retratos y naturalezas muertas. Atraviesan 40 años de trayectoria, desde los años cincuenta hasta los noventa y se convierten en un lenguaje dentro de su propio lenguaje fotográfico. Suponen una parte importante dentro del desarrolló artístico de la autora que le permite centrarse en ella misma. Algo que no deja de resultar curioso en una persona tan hermética sobre su vida. “La convierten en la fotógrafa que más ha explorado la autorrepresentación en el siglo XX”, apunta Anne Morín, quien lleva estudiando a la fotógrafa desde que su historia empezó a conocerse dentro de la comunidad artística y ha comisariado varias exposiciones itinerantes dedicadas a la autora entre ellas Vivian Maier. El autorretrato y su doble, comisariada junto a Loredana De Pace. En la actualidad puede verse en el Museo Santa Maria della Scala, en Siena. “Ni tan siquiera Lee Friedlander, creador de un arquetipo del autorretrato, indagó tanto en el género, ni llegó a un grado de formulación tan rico y complejo. Las fotografía de Maier son mas alusiones que evidencias y esto la hace totalmente distinta”, asegura la comisaria. “Contrario a Narciso que perece en la contemplación de su propia imagen, el interés de Vivian Maier por el autorretrato se asemeja más bien a una búsqueda frenética, desesperada, de su propia identidad. Condenada a la invisibilidad, a una suerte de inexistencia por su condición y estatus social, producirá muy discreta y silenciosamente la prueba irrefutable de su presencia en este mundo, donde ella pareció no tener cabida”, escribe Morín.

“Fue una poeta de las sombras”, advierte Morin. “No necesitaba hacer alusión a sus rasgos físicos para manifestar su presencia. De modo que con frecuencia hace uso de una esquemática proyección de sí misma (como lo hacía Friedlander), como si se tratase de una esquigrafía. Así, utiliza la manifestación fotográfica más minimalista para decirnos ‘’estoy aquí”. En otras ocasiones hará uso de los reflejos y espejos para pasar de la formulación más esquemática a la más completa y eficaz siempre desplegando una gran riqueza formal, retando al espectador quien en ocasiones necesita de un tiempo de lectura para adentrase realmente en la escena.

'Autorretrato', Nueva York, NY., 5 Mayo, 1955.
'Autorretrato', Nueva York, NY., 5 Mayo, 1955.Vivian Maier © Estate of Vivian Maier; Cortesía de Maloof Collection y Howard Greenberg Gallery; Nueva York

Ann Marks, autora de la última biografía dedicada a la artista, Revelar a Vivian Maier. La historia no contada de la niñera fotógrafa (Paidós) va un paso más allá en la interpretación de los autorretratos, y apunta a “una correlación entre su contenido y tono y los sucesos que se producían” en la vida de la artista. Así, Marks interpreta la incorporación de los periódicos, que Maier acumulaba sin control, dentro de estas autorrepresentaciones como la forma en la que la fotógrafa “reconocía el trastorno que no podía afrontar en la vida real”. La biógrafa se refiere a este hábito acumulador como un claro signo de un trastorno mental. Una patología que utiliza no solo para explicar la tendencia al secretismo sino también para determinar su criterio como fotógrafa. “A la gente le asusta hablar de los temas mentales o psiquiátricos”, asegura la escritora durante una conversación telefónica. “Se trata de una parte de su vida de Maier que ha sido ignorada, cuando probablemente era la más importante a tener en cuenta si uno pretende entender su fotografía. No es algo subjetivo. La gente para la que trabajaba era consciente de sus rarezas. Estoy en contra de estigmatizar la enfermedad mental. Obviamente esta era la clave para adentrarse en todos estos misterios que rodean a la figura de la fotógrafa”, asegura Marks. Morín se desmarca de esta visión: “La fotografía es una habitación propia para Maier. Un terreno donde ha decidido ser libre, y construir su propia identidad. Donde ha decidido ser alguien y nada más. Es un espacio de libertad, no un espacio para recolocarse dentro sus patologías o sus dificultades”.

Lo cierto es que las ocultaciones dieron forma a la vida de la fotógrafa desde pocos días después de venir al mundo, cuando su madre, Marie Jaussaud, falseó su propio apellido en el certificado de nacimiento de la niña, - con el fin de que su nombre de soltera no diera pistas sobre su propia condición de hija ilegítima-. Así la vida de la joven Vivian se desarrolla bajo la estela de una historia familiar que “encierra episodios de bastardía, bigamia, rechazo parental, violencia, alcohol, drogas y enfermedad mental “, apunta Marks, ex ejecutiva de Dow Jones, que comenzó a indagar en la vida de Maier después de ver el documental codirigido por Maloof, Finding Vivian Maier, nominado para los Óscar, conseguiría engrosar aún más el mito de la artista.

La biografía de Marks comienza con un epígrafe en el cual se enfrentan las descripciones utilizadas por quienes mejor conocieron a Maier. Entre ellos: Afectuosa /Fría, Apasionada /Frígida, Feminista /Tradicional, Mary Poppins / Bruja Mala. Si bien la investigación llevada a cabo por la autora logra aportar y documentar muchos nuevos datos sobre la vida de la autora, reúne las hipótesis de médicos y psiquiatras cuyos diagnósticos de segunda mano en muchas ocasiones conducen a conjeturas o especulaciones que giran en torno a una vida definida por el trauma y la enfermedad mental y conducen a simplificar la psique de una artista.

'Último autorretrato', Chicago, 1996.
'Último autorretrato', Chicago, 1996.Vivian Maier © Estate of Vivian Maier; Cortesía de Maloof Collection y Howard Greenberg Gallery; Nueva York

A su muerte Maier dejó solo 7000 imágenes impresas. Lo que suponía un 5% de un archivo en el cual un 60% eran negativos y un 30% carretes por revelar. Las distintas hipótesis barajadas hasta ahora para explicar esta extraña falta de copias en papel aludían a su precaria economía, así como a un interés centrado fundamentalmente en el propio acto de fotografiar. Algo con lo que no está de acuerdo Marks. “No era solo el acto de fotografiar sino el de poseer y acumular el que la guiaba a la fotógrafa, algo que es consecuente con toda su vida”, asegura la biógrafa. Dadas sus dificultades a la hora de mantener relaciones, acumular imágenes y periódicos podría ser una forma de coleccionar trozos de vida y paliar estas carencias.

El hecho de que las mejores copias de Maier se hayan realizado con carácter póstumo sigue siendo un obstáculo importante que hace que las instituciones de mayor prestigio aún no hayan incorporado obras de la fotógrafa sus colecciones. “Ansel Adams solía recordar que si bien en el arte de la música un compositor escribe la pieza, es una orquestra la que interpreta. En fotografía esto es bien distinto”, añade Marks. “Corresponde a los expertos determinar si las copias de las imágenes hechas a cuadro completo, tal y como ella las veía Maier en su visor, bastan para consagrarla”. Se trata de un debate que ha rodeado también a la obra de Garry Winogrand, quien tras su prematura muerte dejó miles de imágenes sin revelar. Tres décadas después de su fallecimiento el Museo Metropolitan de Nueva York organizó una exposición con parte del legado poniendo la edición y realización de las copias en manos de los comisarios y expertos. “Winogrand no daba excesiva importancia a la calidad de sus copias”, ha argumentado la curadora Erin O’Toole, “Lo único que le preocupaba era conseguir la toma […] Es preferible sacar a la luz la obra y permitir que viva o muera por sus propios méritos a tenerla guardada en una caja”. Algo que comparte Marks y hace aplicable a la obra de Maier. “Si hay una característica que define globalmente su obra es su extraordinaria capacidad para captar la condición humana. Existe una universalidad en su obra. Es capaz de captar momentos y emociones con los que la mayoría de la gente se identifica y es precisamente está característica la que desató de forma tan rápida su éxito”.

El misterio de esta maestra del enigma que fue Maier sigue vivo. Ella mejor que nadie comprendió que es el misterio aquello que ocupa el centro de la creación y que la función del artista es intensificarlo.

Revelar a Vivian Maier. La historia no contada de la niñera fotógrafa. Ann Marks. Traducción de Ignacio Villaro Gumpert. Ediciones Paidós, 2022. 440 páginas. 24 euros.

Vivian Maier. El autorretrato y su doble. Museo Santa Maria della Scala. Siena. Italia. Hasta el 23 de marzo.

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