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Victoria Belim: “No se trata de nacionalismo, es importante comprender que la identidad ucrania es diferente de la de Rusia”,

Escritora, traductora y experta en el mundo de las esencias, la autora publica ‘Mi Ucrania, su primera novela, un relato de la historia de su país a través del microcosmos de su familia, con sus misterios y sus aromas

Victoria Belim en su habitación, en su buhardilla de Bruselas, plagada de libros y paquetes preparados para la mudanza.
Victoria Belim en su habitación, en su buhardilla de Bruselas, plagada de libros y paquetes preparados para la mudanza.delmi álvarez (EL PAÍS)
María R. Sahuquillo

Los enormes ojos verdes de Victoria Belim, luminosos y perfectamente delineados, se colorean con un punto nostálgico. Cuenta que tuvo un sueño precioso la noche anterior en el que estaba en Kiev, su ciudad natal. “Estaba tan feliz que podía paladearlo. Cuando me desperté y noté que estaba en mi casa de Bruselas fue un poco triste, pero así están las cosas”, cuenta. Es una luminosa mañana de principios de Octubre y los rayos del sol calientan la buhardilla de Belim, en un tranquilo barrio de la capital belga, cuajada de libros, iconos, flores frescas y frutos de otoño en una cesta de mimbre en el suelo de madera del salón. Belim no viaja a Ucrania desde antes de la pandemia y lo extraña. Ahora, con la guerra de Rusia a gran escala que ya dura siete meses no sabe cuándo podrá volver al lugar que trata de describir en su primera novela, Mi Ucrania ( Penguin Random House), un relato que mezcla parte de su biografía familiar, con fogonazos de misterio y la crónica que ha tejido a lo largo de décadas la Ucrania de hoy.

Su novela, cuenta, “es la historia de Ucrania en un microcosmos”. El de su tío abuelo Nikodin, desaparecido en la década de 1930, luchando “por una Ucrania libre”, como escribió su abuelo en un pequeño anecdotario familiar. También es la historia de los silencios de su abuela Valentina, molesta por los movimientos de Belim para bucear en el pasado y resolver la incógnita de Nikodin que tanto explica de la Ucrania de hoy. O la historia de su relación con su tío Vladímir, congelada desde 2014 cuando el octogenario, desde Israel, reivindicando una querencia por su herencia soviética que nunca había mostrado, se esforzó por blanquear la invasión rusa de la península de Crimea y el imperialismo del jefe del Kremlin, Vladímir Putin. “A menudo dicen que tenemos muy pocas reliquias familiares y demasiadas historias. Forman parte de nuestra herencia, son nuestros modelos a seguir para predecir ciertas situaciones. Y cuando comencé a coleccionarlas me di cuenta de que reunían una gran riqueza. Mi familia es solo una familia ucrania, pero de alguna manera es muy representativa de las tendencias del país de ocultar cosas para no avergonzarse de ciertas cosas el pasado”, comenta Belim. Un pasado, dice, especialmente la época soviética, que aún está “sin procesar” en muchos sentidos. Sin digerir. Historias de desaparecidos, de represaliados y represores, de asesinados.

Belim, que emigró a Estados Unidos con su familia en la década de 1990, en su adolescencia, pensó en un principio escribir un libro de historia de Ucrania, pero terminó transformándolo en la génesis de la suya. “Quería explicar mi país a personas de fuera. Gente que muchas veces ha agrupado la historia de Ucrania con la de Rusia, que es algo que siempre me ha frustrado. Como cuando me preguntaban de dónde soy y al contestar que de Ucrania ellos respondían: ‘ah, Rusia”, explica la escritora, politóloga de formación. “No se trata de nacionalismo o de jingoísmo. Y es importante que Ucrania [que además se independizó de la URSS en 1991] tenga su propia voz, comprender que la identidad ucrania es diferente de la de Rusia”, señala. Y para eso, repite, es esencial bucear en el pasado.

Mi Ucrania se publica en 15 idiomas (’La meva Ucraïna, en catalán, Univers). Unos cuantos menos de los que domina Belim: 18. Además del ucranio, el ruso —sus lenguas maternas— y el inglés, el idioma en el que estudió en Estados Unidos y en el que ha escrito el libro, controla el persa —es traductora de literatura y poesía en esa lengua—, el japonés, el hindi, el portugués. También se defiende en español. “Aprender un nuevo idioma es siempre aprender una nueva forma de ver el mundo que nos rodea debido a la gramática o las estructuras”, señala en el salón de su casa, saboreando a pequeños sorbos té negro, sin azúcar y servido en tazas turcas de cristal, como las que usaba su abuelo, que odiaba que el té se enfriase. “El inglés, por ejemplo, es un idioma que se basa en gran medida en el contenido; dices lo que quieres expresar. El japonés se basa en el contexto, las pausas, las cosas que no se dicen son casi más importantes que las cosas que quieres decir, y a menudo lo más difícil es saber qué decir en qué situación y qué no decir”, dice.

Belim, cabello recogido que enmarca su anguloso rostro, viste una vishivanka (camisa tradicional ucrania) blanca con ricos bordados de colores. Comenzó a apasionarse por aprender idiomas de pequeña, en su casa de Kiev, a través de la literatura. Las autoridades soviéticas incluyeron a su padrastro en una lista negra y tuvo prohibido durante años salir de Ucrania, así que empezó a leer libros de viajes, de otros países, de idiomas. “Si el mundo que te rodea se vuelve pequeño por alguna razón, puedes viajar sin ni siquiera dejar un lugar a través de las novelas y ensayos, de las lenguas, de los sentidos”, apunta con una sonrisa.

Porque Belim también domina de alguna manera parte de ese idioma de lo sentidos: el del olfato. Estudió perfumería, uno de los ecosistemas más reservados y secretos del mundo, tutelada por una prestigiosa perfumista, y mantiene un afamado blog sobre esencias: Bois de Jasmin. “Los olores se procesan en la misma zona del cerebro que las emociones y los recuerdos. Un olor podría desencadenar toda una serie de recuerdos asociados a él, y de forma mucho más viva, más vibrante”, dice. Uno de los favoritos de Belim es el aroma de los castaños de indias. El olor que le recuerda a su Kiev natal, una ciudad verde, monumental y luminosa. Así que de cuando en cuando, la escritora se zambulle en el parque del cincuentenario de Bruselas, ribeteado de esos frondosos e imponentes árboles.

Durante el proceso creativo de su libro, en su buhardilla, hoy plagada de novelas, ensayos y tomos de poesía en muchos idiomas, desperdigados por el suelo —muchos, bien protegidos envueltos en plástico; Belim se está mudando— y de recuerdos de India (de donde es originario su marido), se rodeó de muchos de esos aromas que le recuerdan a Ucrania, a su infancia, pero también a la época que pasó en el pequeño pueblo de la región de Paltava (en el centro del país), lo más parecido a un hogar ancestral para parte de su familia; del olor a las especias que usaba su bisabuela Asia, del de los platillos que su familia cocinaba en las fiestas. Mi Ucrania también huele a los archivos del KGB en los que Belim buceó para hallar el misterio que descansa en el corazón del libro, a los cerezos del huerto familiar; también al té con una cucharada de mermelada de frambuesas, la receta predilecta de su familia para combatir el resfriado y calentar el alma.

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Sobre la firma

María R. Sahuquillo
Es jefa de la delegación de Bruselas. Antes, en Moscú, desde donde se ocupó de Rusia, Ucrania, Bielorrusia y el resto del espacio post-soviético. Sigue pendiente de la guerra en Ucrania, que ha cubierto desde el inicio. Ha desarrollado casi toda su carrera en EL PAÍS. Además de temas internacionales está especializada en igualdad y sanidad.

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