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Un apocalipsis tranquilo: otro fin del mundo es posible en la Bienal de Lyon

La principal cita francesa del arte contemporáneo observa las ruinas del pasado en el presente y pronostica un porvenir funesto en una edición irregular pero ambiciosa

'Wunderwelten' (2022), de Mali Arun, vídeo expuesto en la Bienal de Lyon.
'Wunderwelten' (2022), de Mali Arun, vídeo expuesto en la Bienal de Lyon.
Álex Vicente

Más frágiles y más fuertes que nunca. Vulnerables frente a los peligros que nos acechan en un mundo cada vez más preapocalíptico, pero capaces de resistir e incluso de provocar un cambio. Así observa a la especie humana la nueva edición de la Bienal de Lyon, principal cita del arte contemporáneo en territorio francés, víctima ella misma del ciclo de precariedad abierto por la pandemia: fue aplazada y vio su presupuesto cercenado, pero ha logrado salir adelante. Sobre el papel, no prometían demasiado las tesis de sus dos comisarios, el libanés Sam Bardaouil y el alemán Till Fellrath, que sonaban como una oda adicional a esa resiliencia que llena todas las bocas y al supuesto poder del ciudadano anónimo para plantar cara a los Goliats de nuestro tiempo, como si todos fuéramos trasuntos de James Stewart en una vieja película de Frank Capra (o de Erin Brockovich, según los gustos). Su “manifiesto de la fragilidad”, eje teórico de esta bienal, se lee como un compendio de buenas intenciones, pero sustentado en una idea discutible: que el arte de nuestro tiempo se caracteriza por su reivindicación de lo quebradizo.

Por suerte, el resultado es más interesante de lo que ese texto dejaba presagiar, al atender a acepciones de la fragilidad menos literales de lo esperado. En las antiguas fábricas Fagor, cadáver frío de la industria lionesa y sede principal de esta bienal por última vez (el año que viene se convertirá en un hangar para tranvías), los artistas observan las ruinas del pasado que subsisten en el presente. Lo frágil podría ser la herencia que esas huellas pretéritas nos transmiten: los puntos cardinales de la Antigüedad clásica, cuna de nuestra civilización, se han convertido en reliquias tan bellas como inservibles, letreros sublimes que nos llevan a lugares donde ya casi nadie quiere ir.

'We Were the Last to Stay' (2022), de Hans Op de Beeck, en las fábricas Fagor de Lyon.
'We Were the Last to Stay' (2022), de Hans Op de Beeck, en las fábricas Fagor de Lyon.Adagp. Biennale de Lyon

Distintas obras reflejan el diálogo de besugos entre esa cultura clásica y la era digital. Las estatuas con narices rotas que se disuelven en un flujo infinito de big data en un vídeo de Khalil Joreige y Joana Hadjithomas conviven con las colecciones de dos viejos museos de Lyon cerrados al público, los moldes de yeso fracturados por una bomba en Mayo del 68 y una serie de óleos de artistas anónimos cubiertos con tiras de papel japonés, que se utiliza para la restauración de obras y no se ha retirado para la exposición para resaltar su convalecencia. Sumados a los tapices realizados a partir de fotos de escombros bélicos de Ailbhe Ni Bhriain o a la réplica del patio de la mezquita de Alepo a cargo de Dana Awartani, la exposición logra llevar la trillada poesía de las ruinas hacia un terreno distinto al habitual.

En el mismo escenario, Clemens Behr ensambla columnas jónicas y tubos de ventilación en una instalación titulada Ruinas flotantes, que hubiera sido un excelente título para esta bienal. A su lado, figura un vídeo magnífico de Randa Maoufi, Ceuta’s Gate, puesta en escena brechtiana de la frontera entre España y Marruecos. Y, en una nave exterior, una grandiosa instalación de Hans Op de Beeck representa un camping abandonado, un paisaje fosilizado tras un apocalipsis tranquilo, en el que lo humano desapareció pero el resto permaneció en su lugar, solo que cubierto de polvo y ceniza. Su melancólico título es Fuimos los últimos en quedarnos.

En Lugdunum, museo arqueológico proyectado por Bernard Zehrfuss con vistas al anfiteatro romano de la ciudad, una rampa recorre los estratos de la historia mientras va esquivando obras contemporáneas de poco calado. Solo hay un par de excepciones: la emocionante sencillez de los frescos sobre textil de Chafa Ghaddar y los retratos de Toyin Ojih Odutola, con la misma mirada ausente que los protagonistas de los mosaicos romanos del museo. En el MAC de Lyon, los comisarios han orquestado dos propuestas más convencionales: una muestra dedicada a los golden sixties en Beirut, pertinente pero algo escolar, y otra consagrada a la figura de Louise Brunet, joven lionesa que participó en una revuelta obrera de 1834 antes de huir a Líbano, donde instigaría otros motines. La muestra, fundamentada en esa misma politización ilusoria de la fragilidad, aspira a encontrar émulos de esa proletaria en tiempos posteriores a través de una serie de paralelismos forzados. Y, en ocasiones, incluso abyectos, como cuando la compara, sin motivo aparente, con enfermos de sida en el Nueva York de 1992.

'Grafted Memory System' (2022), de Ugo Schiavi, en el Museo Guimet de Lyon, cerrado desde 2007 y reabierto en ocasión de esta bienal de arte contemporáneo.
'Grafted Memory System' (2022), de Ugo Schiavi, en el Museo Guimet de Lyon, cerrado desde 2007 y reabierto en ocasión de esta bienal de arte contemporáneo.Blandine Soulage (Museo Guimet de Lyon)

Es solo un breve traspiés. En el museo de arte religioso de la colina de Fourvière, con vistas panorámicas sobre la ciudad, un vídeo de Mali Arun, joven artista de Estrasburgo, recorre un parque de atracciones con un filtro visual que trasmuta el verde por el rojo. El resultado es un vídeo en forma de tríptico eclesiástico (o de triple reel para TikTok) que muestra a personajes que se divierten hasta la extenuación en un lugar de una belleza tétrica. Podría ser la metáfora más brillante de esta bienal: la distracción como nuevo imperativo categórico y la carcajada impostada como norma social en lugares teñidos de un intenso color sangre.

Es lo mejor de la bienal junto a las obras expuestas en el Museo Guimet, otra espectacular ruina urbana con la que la ciudad no parece saber qué hacer. Un carnaval pesadillesco de Clément Cogitore incide en la misma idea que Arun, igual que un vídeo en 3D de Munem Wasif donde una niña del desierto pregunta a su oráculo qué será de la civilización en el futuro. La respuesta no es alentadora. Aunque, en la última sala, dos obras sirvan de contrapunto a los diagnósticos más aciagos. La vegetación que brota de las vitrinas abandonadas de Ugo Schiavi y las crisálidas que nacen de viejos muebles encontrados en este museo fosilizado, obra de Tarik Kiswanson, apuntan, en la recta final, a una insospechada posibilidad: el renacimiento.

‘Manifesto of Fragility’. Bienal de Lyon. Hasta el 31 de diciembre.Puedes seguir a BABELIA en Facebook y Twitter, o apuntarte aquí para recibir nuestra newsletter semanal.

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Sobre la firma

Álex Vicente
Es periodista cultural. Forma parte del equipo de Babelia desde 2020.

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