Lo nuevo de Kendrick Lamar, la fusión de Rocío Márquez y Bronquio y otros discos
Los críticos musicales de ‘Babelia’ seleccionan los álbumes más destacados de las últimas semanas
Los fantasmas de Kendrick
Por Iker Seisdedos
Kendrick Lamar
Aftermath/Interscope/Universal
Mucho ha pasado desde el anterior disco de Kendrick Lamar, Damn (2017): tres años de Donald Trump en la Casa Blanca, el MeToo, la pandemia, el asesinato de George Floyd, Black Lives Matter, el asalto al Capitolio y la penúltima plaga de violencia armada. Lamar ganó un Pulitzer y un Oscar, y actuó en la Super Bowl. También, aparentemente, en esos 1.835 días (la cuenta es suya, y la suelta en los primeros compases de la canción que abre su nuevo álbum, ‘United in Grief’) sufrió un devastador bloqueo creativo y la corona del artista de rap más relevante de su tiempo le pesó demasiado. Tal vez por eso en la portada de Mr. Morale & The Big Steppers, en la que aparece junto a su familia, esa corona es de espinas. Un gesto que abona una idea, tan extendida en la cultura popular actual, del creador famoso como mártir y mesías doliente de una sociedad decidida por fin a salir del armario del sufrimiento.
El disco es un soberbio tratado sobre la ansiedad de la experiencia de ser un joven negro en la América que despertó del sueño roto de Obama. Y Lamar no se ahorra casi nada: el adulterio, la terapia, los traumas individuales y colectivos, la homofobia, la religión, la masculinidad herida, la violencia, las relaciones tóxicas, la violación o la discriminación trans. Además de la fama, claro.
En ‘Count Me Out’, el pobre chico de Compton se pregunta, como si no llevara haciéndolo desde el principio de su brillante carrera: “¿Puedo abrirme? ¿Es seguro o no?”. Antes, en ‘We Cry Together’, en la que aspira a batir el disputado récord de fuckyous en una canción de rap, ofrece la escalofriante instantánea de una relación tóxica con la ayuda de Taylour Paige, que emprende un interesante camino, de la interpretación al hip hop, contrario al habitual. Aunque el tema que tal vez mejor resuma el tono general es ‘Mother I Sober’, junto a Beth Gibbons, de Portishead. En él se detiene en su historia de violencia familiar, que incluye, entre otros episodios, la violación de su madre, y termina con las palabras redentoras de su esposa, Whitney Alford, una presencia intermitente en los más de 70 minutos del disco. “Lo lograste. Rompiste una maldición generacional”, le dice, y a continuación se escucha a la hija de ambos decir: “Gracias, papá”. Y justo después: “Gracias, mamá”.
Con tantos agrios ingredientes, es inevitable que Lamar ponga a prueba a ratos la paciencia del oyente, como ese personaje de Cazafantasmas que tocaba las teclas más agudas del piano para cabrear a los espectros. Las ráfagas de teclados disonantes están por todas partes en una producción rebosante de hallazgos. Pero en este caso los fantasmas existen y son los del propio rapero.
El quinto disco de Lamar supone su esfuerzo más experimental hasta la fecha, es demasiado largo y peca a ratos de exceso de intensidad. También cae en otras trampas propias del álbum ambicioso-e-importante (en las que tropezaron antes Stevie Wonder, Smashing Pumpkins o Kanye West, por poner tres ejemplos). Pero también es un trabajo extraordinariamente relevante, así como una obra necesaria y difícil de agotar.
Libertad y belleza
Por Fermín Lobatón
Rocío Márquez y Bronquio
Universal
”¡Qué grande es la libertad!”. La proclama, tomada de una conocida letra de Antonio Mairena, abrocha la grabación y, tras una hora de escucha, apetece sumarse a ella, porque resume el sentido de una obra que solo puede entenderse desde la más insobornable independencia. Dejando de lado sus respectivas zonas de confort, Rocío Márquez y Bronquio cruzan las barreras que los podían separar para adentrarse en un viaje en doble sentido: ella hacia el mundo de él (la música electrónica) y él hacia el de ella (el flamenco). Y se encuentran, digamos que felizmente, con el mismo brillo que contundencia. Un sinfín de sensaciones y emociones se agolpan tras la gran variedad de estilos y recursos reunidos en este disco, y, sin embargo, la multitud de saltos y giros que determinan los cantes y sus acompañamientos no afectan a una percepción de coherencia y fluidez, de una continuidad que los unifica en su diversidad.
Desprendidos del todo, hay temas que, por su diferente tono vital, cobran más vida que otros: no son iguales los festivos verdiales que la lacónica seguiriya, secuenciada en tres cortes. Las dos bulerías conservan la fuerza del compás que les es propio: la primera arranca recordando a La Paquera; la segunda, al golpe, remite a Jerez. La rumba se presenta muy urbana con el rapeo de 41V1L. Pero nada es lo que parece y las palabras no pueden describir todos los efectos que el acompañamiento ejerce sobre los cantes y la voz de Rocío Márquez: los acentúa, enmarca, distorsiona o descompone, como sucede en la debla, de sobrecogedoras rupturas. Las estructuras rítmicas y melódicas de los estilos flamencos permanecen, pero en un nuevo estado, una realidad distinta que no puede dejar indiferente. Los textos elegidos son actuales o de autores clásicos, pero en cualquier caso subrayan la modernidad de una obra que nos hace recurrir al también rupturista Ornette Coleman, que nos legó aquella célebre composición titulada La belleza es una cosa rara.
Pop efervescente y apetecible
Por Laura Fernández
Harry Styles
Columbia
Fiel a su efervescente y apetecible pop, cada vez más autorreferencial, Harry Styles vira en su tercer álbum hacia el interior, hacia la autoconciencia contemplativa y crítica que anticipaba el single ‘As It Was’. Las atmósferas synth son juguetonas (‘Music for a Sushi Restaurant’), pero tienden a oscurecerse (‘Little Freak’) y, a ratos, se acercan a Metronomy (‘Late at Night’). Contiene Harry’s House —el título no es un homenaje a Joni Mitchell, sino al disco Hosono House, de Haruomi Hosono— una pequeña colección de baladas encabezada por la curiosísima ‘Boyfriends’ y por ‘Matilda’, que le da una vida mejor al personaje de Roald Dahl, además de cortes de funk tristón (‘Cinema’) que ahondan en ese otro Harry que vuelve a dar aquí un disfrutable paso en firme.
Vuelve la heredera de Aaliyah
Por Beatriz G. Aranda
Ravyn Lenae
Atlantic-Warner
Tras un tiempo de silencio y después de coronarse como la heredera de Aaliyah, lo nuevo de Ravyn Lenae no decepciona. Todo lo contrario, supone un paso más en lo que parece una innata habilidad para correlacionar influencias, de Timbaland a Destiny’s Child, y aportar una visión contemporánea en voces y letras. Entre sus 16 temas, variados en géneros y estados de ánimo, destacan ‘Skin Tight’, junto al inteligentísimo Steve Lacy, siempre fino en la creación de texturas; el dinamismo afrobeat de ‘M.I.A.’; ‘XTasy’, oscura y de perfil dance, o ‘Mercury’, que combina una mezcla de susurros y falsetes con bruscos versos y un particular homenaje al ‘Say My Name’ del exgrupo de Beyoncé: “Si te atreves a pronunciar mi nombre, te arranco la lengua”. Arrebatadora.
Poesía en medio del rigor
Por Luis Gago
Benjamin Alard
Harmonia Mundi. 3 CD.
Celebramos este año el tercer centenario del manuscrito del primer libro de El clave bien temperado, una de las cimas del arte de Bach. Benjamin Alard prosigue su grabación completa de las obras para teclado del alemán y ha hecho coincidir la aparición del sexto volumen con esta efeméride, completando su propuesta con el Pequeño libro para teclado para Wilhelm Friedemann Bach, una obra didáctica escrita para su hijo mayor. Alard utiliza dos instrumentos históricos (clave y clavicordio: cuerdas pellizcadas o percutidas) de Johann Adolph y su padre Hieronymus Albrecht Hass. A estas alturas, el francés ya se ha consagrado como uno de los mejores bachianos actuales y su recorrido sistemático por todas las tonalidades mayores y menores es un dechado de rigor, claridad y, trascendiendo los componentes teóricos, poesía.
Más allá de África
Por Javier Losilla
Fatoumata Diawara
Wagram / 3ème Bureau
‘Save It’, la pieza que abre el nuevo disco de Fatoumata Diawara, es una suite africana cuyos arreglos de cuerda remiten a Kronos Quartet. La canción que da título al álbum transita por el rock de guitarras wah-wah, cuenta con el rapero Master Soumy y reclama ayuda para que Malí “comience a ser un país desarrollado”. En ‘Kalan’ suena la tradición en todo su esplendor, y las hermosas ‘One Day’ y ‘Sini’ exceden lo africano para aproximarse a un especiado y sinuoso pop contemporáneo. Así, hasta siete composiciones espléndidas que configuran Maliba, banda sonora para la presentación, en la plataforma Google Arts & Culture, de los manuscritos de Tombuctú, colección de textos del siglo XII que estuvo a punto de ser destruida por los islamistas de Ansar Dine.
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