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Los periodistas de raza que inspiraron a Wes Anderson

La nueva película del director, ‘La crónica francesa’, se basa en las historias reales de las firmas estelares de ‘The New Yorker’, que cubrieron los grandes (y pequeños) acontecimientos del siglo XX desde Europa

Elisabeth Moss, Owen Wilson, Tilda Swinton, Fisher Stevens y Griffin Dunne, en la redacción de 'The French Dispatch', el semanario estadounidense inspirado en 'The New Yorker'.
Álex Vicente

A comienzos de 2003, la redacción del semanario The New Yorker recibió una llamada sorprendente. Era el cineasta Wes Anderson, recién revelado gracias a películas de incipiente culto como Academia Rushmore o Los Tenenbaums, quien les formuló una proposición tirando a indecente: tenía la firme intención de comprar el archivo del semanario, fundado en 1925 y convertido desde entonces en biblia de la intelectualidad estadounidense, referencia absoluta del comentario político y de la crítica cultural, siempre sazonados con exquisitos textos de ficción, ilustraciones satíricas, alguna que otra poesía y, por encima de todo, portadas para enmarcar.

La respuesta fue tajante: el archivo de esta revista casi centenaria no estaba en venta. Anderson, que empezó a leer The New Yorker durante sus años de instituto en su Texas natal, tuvo que conformarse con adquirir varias decenas de volúmenes encuadernados que poseía la Universidad de Berkeley (California). Dos décadas después, su obsesión por la publicación ha desembocado en La crónica francesa, un homenaje sentido (y digno de un auténtico maniaco) a la era dorada del periodismo. La película relata las interioridades de una revista ficticia, The French Dispatch of the Liberty, Kansas Evening Sun, semanario estadounidense asentado en Francia que se inspira claramente en The New Yorker (aunque tal vez también contenga un ligero toque de The Paris Review, creada en los albores de la Guerra Fría en la capital francesa y cuyo cofundador, Peter Matthiessen, colaboró con la CIA). Wes Anderson, que acaba de editar una antología de artículos de The New Yorker que reúne 15 textos míticos, creó los personajes basándose en los reporteros que trabajaron para la publicación cubriendo los grandes (y pequeños) acontecimientos del siglo pasado desde Francia. Estas son sus historias reales.

Bill Murray en 'La crónica francesa' y el fundador de 'The New Yorker', Harold Ross.
Bill Murray en 'La crónica francesa' y el fundador de 'The New Yorker', Harold Ross.

Bill Murray – Harold Ross

Si el fundador de The French Dispatch, al que interpreta Bill Murray con resignación sardónica, procede de Kansas, el hombre que creó The New Yorker, Harold Ross, nació en el Estado vecino de Colorado. Ross dirigió la revista entre 1925 y 1951, un largo mandato en el que editó un total de 1.399 números, tras haber sido uno de los miembros originales de la mesa redonda del Algonquin, la tertulia intelectual que se reunía en el hotel neoyorquino del mismo nombre, frecuentada por periodistas, críticos, escritores e intérpretes de Broadway de la que formaron parte Dorothy Parker, Robert Sherwood o Alexander Woollcott. Obseso de las comas, que caían sobre las páginas “con la precisión de cuchillos alrededor de la víctima en un número circense”, como dijo una vez el escritor E. B. White, Ross odiaba que se hicieran bromas soeces o sexuales en las páginas de la revista y no era partidario de los artículos de denuncia social, lo que fijó el tono del semanario, un tanto esnob y desapegado, durante sus primeras décadas de existencia.

No fue el único modelo para el personaje. Wes Anderson afirma que el editor de su película se inspira en Ross “en la superficie” y en su sucesor en The New Yorker, William Shawn, “en el sentimiento”. Este último, que tomó las riendas entre 1952 y 1987, se hizo conocido por proteger a sus reporteros ante cualquier presión interna o externa. El personaje de Bill Murray, especialmente comprensivo con esas neuras reconocibles por cualquiera al que paguen por juntar caracteres, comparte esa característica.

El actor Owen Wilson y el periodista Joseph Mitchell, firma estelar de 'The New Yorker'.
El actor Owen Wilson y el periodista Joseph Mitchell, firma estelar de 'The New Yorker'.

Owen Wilson – Joseph Mitchell

La película se abre con el reportaje de un pintoresco reportero al que interpreta Owen Wilson, que narra la historia de un genial pintor encerrado en un manicomio francés (Benicio del Toro) y de su musa, una silenciosa carcelera (Léa Seydoux). El personaje de Wilson parece inspirado en el periodista Joseph Mitchell, una de las firmas más estelares de The New Yorker. Se sumó al equipo del semanario en 1938 y pronto llamó la atención por su afición a retratar personajes tan inhabituales en las páginas de la prensa intelectual como borrachos, estafadores, vagabundos, traficantes y mujeres barbudas. En otra ocasión, dedicó un largo ensayo a las ratas de Nueva York, en una metáfora indisimulada sobre el comportamiento social de sus conciudadanos.

Cronista de la ciudad durante varias décadas, entró en un profundo bloqueo creativo en 1964. A partir de ese año, siguió acudiendo a la redacción de la revista cada día, pero nunca volvió a publicar nada, pese a seguir oficialmente en la plantilla hasta su muerte en 1996 (la película hace otro guiño a Mitchell a través de un fugaz secundario que “nunca ha terminado un solo artículo”). Tras su muerte, se publicó El secreto de Joe Gould (Anagrama), que recuperaba el memorable perfil que firmó sobre el hijo de una gran familia de Massachusetts, licenciado en Harvard, que terminó viviendo como un mendigo en Manhattan. Cuando le reprocharon que escribiera sobre “gente corriente”, Mitchell contestó: “La gente corriente es tan importante como usted, quienquiera que usted sea”. La cita pasaría a la posteridad.

Frances McDormand en 'La crónica francesa' y la escritora que la inspira, Mavis Gallant, que también cubrió el Mayo del 68 para 'The New Yorker'.
Frances McDormand en 'La crónica francesa' y la escritora que la inspira, Mavis Gallant, que también cubrió el Mayo del 68 para 'The New Yorker'.

Frances McDormand – Mavis Gallant

La escritora canadiense Mavis Gallant fue otra de las firmas más destacadas de The New Yorker. Dejó el reporterismo en 1950 para mudarse a París y centrarse en la escritura de cuentos y novelas, como Agua verde, cielo verde (recuperada en castellano por Impedimenta en 2018), pero hizo unas cuantas excepciones por el semanario neoyorquino. En total, Gallant escribió 60 crónicas para The New Yorker desde París, ciudad en la que residiría hasta su muerte en 2014. La más conocida de todas ellas es The Events in May, donde relataba cómo una pequeña revuelta juvenil acabó poniendo patas arriba a todo el país y logrando que el poder de De Gaulle se tambaleara. Los hechos del Mayo del 68 aparecen traspuestos en el segundo capítulo de la película, donde Timothée Chalamet interpreta a un líder estudiantil frente a una curtida periodista, Lucinda Krementz, que guarda cierto parecido físico con la escritora, a la que interpreta Frances McDormand. No es pura casualidad: Anderson señala a Gallant como una de las reporteras de The New Yorker a las que más ha leído, junto con John Updike y Ved Mehta. Otro modelo para el mismo personaje podría ser Lillian Ross, pionera del periodismo literario muy vinculada a la historia de la revista. Anderson custodia su archivo desde su muerte en 2017.

Tilda Swinton y la periodista y conferenciante Rosamond Bernier, en una gala en el Metropolitan Museum en 1988.
Tilda Swinton y la periodista y conferenciante Rosamond Bernier, en una gala en el Metropolitan Museum en 1988.

Tilda Swinton – Rosamond Bernier

El excéntrico personaje al que encarna Tilda Swinton en la película, J. K. L. Berenson, está claramente inspirado en Rosamond Bernier, periodista surgida de la intelectualidad bohemia de Philadelphia, que fue amiga de Pablo Picasso, Frida Kahlo y Aaron Copland. Bernier se mudó después de la II Guerra Mundial a París, donde trabajó para la edición francesa de Vogue y luego fundó la revista de arte L’Oeil, que sigue existiendo hoy. En la segunda mitad de su vida, la periodista se hizo conocida por sus conferencias sobre los grandes artistas del siglo XX, como Matisse o Miró, que pronunció, con dicción indescriptible y acento mid-Atlantic (así hablan los estadounidenses que simulan ser británicos: como si se hallaran en algún punto a medio camino del océano), en el Metropolitan Museum de Nueva York. Falleció en 2016 a los 100 años, ocho después de jubilarse. Swinton señaló a la periodista, cuyo nombre real era Rosamond Rosenbaum, como una inspiración obvia para su personaje y la definió, en una entrevista reciente, como “una groupie del arte”.

Jeffrey Wright, doble en la ficción de 'James Baldwin', retratado en el París de los cincuenta.
Jeffrey Wright, doble en la ficción de 'James Baldwin', retratado en el París de los cincuenta.

Jeffrey Wright – James Baldwin

El tercer episodio de La crónica francesa está protagonizado por Roebuck Wright, doble en la ficción de James Baldwin, el gran escritor afroamericano que llegó a París a los 24 años con 40 míseros dólares en el bolsillo, según reza la leyenda. En el París intelectual de la posguerra, Baldwin encontró un refugio relativo como hombre negro y homosexual, lejos de las vejaciones que sufría en su país natal. El personaje al que da vida Jeffrey Wright se inspira en su estilo vestimentario y en su perfil altamente mediático: todo el capítulo está narrado como si fuera una de esas entrevistas televisivas que hicieron a Baldwin tan conocido, o incluso más, que libros como La próxima vez el fuego, Notas de un hijo nativo o La habitación de Giovanni. “El personaje es un homenaje al escritor, pero no es biográfico en absoluto”, ha aclarado Wright. Por ejemplo, Roebuck no habla de política ni de derechos civiles, como hacía Baldwin sin cesar, sino de asuntos más anecdóticos. En realidad, ese papel tiene un segundo modelo: A. J. Liebling, otra firma destacada de The New Yorker, que se hizo conocido por la calidad literaria de sus crónicas gastronómicas firmadas desde Francia, que luego reunió en distintos volúmenes. Por eso, el personaje de Wright recibe el encargo de escribir sobre un chef asiático que triunfa en París, aunque la trama le acabe llevando por otros derroteros, como sucedía también en los textos de Liebling.

Todos los nombres citados aparecen en los créditos finales de La crónica francesa, cuando Anderson incluye una emotiva e inesperada dedicatoria a las grandes firmas que hicieron historia con sus reportajes en The New Yorker: Harold Ross, William Shawn, Rosamond Bernier, Mavis Gallant, James Baldwin, A. J. Liebling, S. N. Behrman, Lillian Ross, Janet Flanner, Luc Sante, James Thurber, Joseph Mitchell, Wolcott Gibbs, St. Clair McKelway, Ved Mehta, Brendan Gill y la pareja formada por E. B. White y Katharine White, la mítica editora de ficción de la revista entre 1925 y 1960. Lo cual permite salir de dudas, si es que a alguien le hacía falta.

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Sobre la firma

Álex Vicente
Es periodista cultural. Forma parte del equipo de Babelia desde 2020.

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