Walter Benjamin, el pensador de la modernidad
Una completa biografía y nuevas traducciones de sus memorias de infancia y de su mítico ‘Calle de sentido único’ recuerdan la enorme influencia del filósofo berlinés en campos como la historiografía, la estética y la literatura
Walter Benjamin nació en Berlín en 1892 y murió en Portbou el 26 o el 27 de septiembre de 1940. Había cruzado clandestinamente la frontera francesa y las autoridades le dijeron que sería devuelto a Francia, lo que implicaba ser entregado a la Gestapo y, probablemente, enviado a un campo de concentración. Quienes lo acompañaban han hablado de suicidio. El certificado de defunción no lo hace. Su muerte pasó desapercibida salvo para los más allegados. Su hermana Dora vivía ilegalmente en Suiza, donde moriría en 1946. Su hermano Georg estaba en Mauthausen: las autoridades nazis dijeron que se suicidó en 1942 lanzándose contra una valla eléctrica.
Aunque la obra de Benjamin era conocida en el momento de su muerte y textos suyos siguieron publicándose en años sucesivos, su figura cobra fuerza a partir de los sesenta, cuando Theodor W. Adorno inicia la edición de sus escritos, coincidiendo con una nueva forma de leer el marxismo por parte del movimiento estudiantil. Después, el interés ha seguido aumentando.
Llegan ahora a las librerías diversos textos. Para empezar, la biografía más extensa y detallada de que se dispone, Walter Benjamin. Una vida crítica, de Howard Eilands y Michael W. Jennings (Tres puntos); paralelamente Gedisa reedita Walter Benjamin, una biografía, de Bernd Witte; Trotta acaba de publicar Los Benjamin. Una familia alemana, de Uwe-Karsten Heye. Conviene añadir dos nuevas traducciones de Infancia berlinesa hacia mil novecientos y Calle de sentido único (ambas en Periférica).
Eiland y Jennings descienden a los detalles más nimios, sin dejar de lado el interés por su obra; la aproximación de Witte, por su parte, concentra la mirada sobre los escritos, sin omitir los aspectos vitales. La diferencia más notable es que la primera enfatiza las dudas de Benjamin, mientras que la segunda resalta sus certezas. Asimismo, Witte subraya el marxismo heterodoxo de Benjamin mientras que los otros dos biógrafos se muestran más interesados por su reflexión urbana.
Uwe-Karsten Heye fue periodista y jefe de prensa en el gobierno de Willy Brandt. Su obra traza una panorámica de la historia de Alemania a través de la familia Benjamin. Los padres, el filósofo Walter y sus hermanos (Georg y Dora), y se prolonga en la figura de la esposa de Georg, Hilde Benjamin, quien tras la guerra fue juez, presidenta del Tribunal Constitucional y ministra de Justicia de la RDA. Se abre con evocaciones inspiradas en Infancia berlinesa hacia mil novecientos, insiste en la tolerancia que la República Federal tuvo con los nazis, incrustados en el aparato de Estado, lo que bloqueó la revisión de los historiales de altos cargos de Hitler. La amenaza comunista, apunta Heye, sirvió de excusa. La connivencia, señala, contó con la complicidad del periodismo ya que “las redacciones periodísticas de la República Federal estaban plagadas de antiguos nazis”. Otro elemento que contribuyó al silencio sobre la obra de Walter Benjamin.
Hubiera querido ser profesor universitario. No le atraía la enseñanza, anota Witte, pero la universidad le hubiera dado una estabilidad económica que nunca tuvo. Se doctoró en Berna, pero no logró la habilitación como profesor, pese a intentarlo en diversas universidades. En Frankfort conoció a Adorno, quien resultaría su valedor para que el Instituto para las Investigaciones Sociales (conocido como Escuela de Frankfort) acogiera trabajos suyos y le garantizara unos ingresos mínimos durante su exilio tras el ascenso de Hitler.
Con la universidad cerrada y no consiguiendo convencer a su padre de que lo mantuviera, inició una carrera de crítico que lo llevaría a convertirse en uno de los referentes del periodismo alemán de los años veinte y treinta. En esta década sus problemas para publicar fueron notables y tuvo que hacerlo bajo pseudónimo. Durante una estancia en Ibiza conoció a un muchacho que lo ayudó a mecanografiar textos y cartas, haciendo, dicen Eiland y Jennings, las veces de secretario. Se llamaba Maximilian Verspohl y tuvo acceso a los contactos y pseudónimos del escritor. Luego regresó a Hamburgo para incorporarse a las SS como sargento.
Sus biógrafos coinciden en que fueron años de penuria. Muchos de sus escritos obedecen a la necesidad más que a su interés por el asunto a tratar. Las dificultades de supervivencia, reseñan Eiland y Jennings, no se debían sólo a la escasez de ingresos. Benjamin tenía debilidades caras. Una fue el coleccionismo, que a la postre le serviría para escribir no pocos textos. La segunda, el juego. También se aficionó a las drogas, cuyas experiencias recogió en un volumen.
Benjamin, altamente enamoradizo, tuvo siempre problemas con las mujeres. Tres influyeron en su vida y en su obra: Dora, con la que se casó, tuvo un hijo, se divorció y mantuvo una relación intensa hasta el final; Asja Ascis, que lo adentró en el marxismo, de la que se enamoró perdidamente y a quien persiguió por media Europa, y Jula Cohn, casada con su amigo Ernst Schoen. Así lo explica Dora en una carta: “Se encuentra totalmente bajo la influencia de Asja y hace cosas que apenas puedo escribir (...) en este momento es cerebro y sexo; todo lo demás ha dejado de funcionar. Y tú sabes o puedes imaginarte muy bien que en tales casos no es necesario esperar mucho antes de que el cerebro abdique”.
Una cuarta mujer importante en su vida fue, Gretel Adorno, quien le ayudó intelectual y económicamente en los años más difíciles del exilio.
También fueron importantes los amigos. El más duradero fue Gershom Scholem. Se conocieron de jóvenes y mantuvieron relaciones personales y epistolares de intensidad desigual hasta el final. Scholem recibió una cantidad considerable de manuscritos de Benjamin. Intentó en vano que aprendiera hebreo y se instalara en Palestina y se mostró reticente frente a la influencia de Bertolt Brecht, otro de los amigos que lo acogió en su casa de Dinamarca en varias ocasiones. Fue, también desde la juventud, amigo de Ernst Bloch. Ya en París, en los últimos y más duros años de su vida, mantuvo estrecha relación con Georges Bataille (a quien confió algunos manuscritos antes de partir hacia la nada) y con Pierre Klosowski y Hanna Arendt, que trató de ayudarlo a llegar a Estados Unidos.
Adorno fue su principal apoyo en el Instituto ante las reticencias que pudiera sentir Max Horkheimer y batalló para que se le mantuviera la asignación económica que, en los últimos tiempos, fue casi su único ingreso. Ambos planearon un texto conjunto que, como tantos proyectos de Benjamin, no cuajó. Algunos de los encargos del Instituto fueron sugeridos por Adorno, aunque su influencia intelectual no pueda equipararse a la de Brecht, Karl Korsch y Georg Lukács. En un sentido contrario, la correspondencia de Benjamin muestra su aversión por Martin Heidegger y Ernst Jünger.
En los años veinte proliferaron los suplementos culturales en la prensa europea. Benjamin colaboró en varios. Quizás por ello reflexionó sobre el papel de la crítica, del mismo modo que sus traducciones de Baudelaire y de Proust lo llevaron a analizar la tarea del traductor. En Calle de sentido único figuran algunos textos al respecto, así como una aguda definición de la obra de arte, vista desde la perspectiva del crítico.
Reflexionó sobre la función de la prensa, la fotografía, el cine, en la que consideraba etapa decadente del capitalismo burgués. Distinguía entre la contemplación de una obra única de forma individual y participar junto a muchos otros en la visión de una película en un cine. La pintura es creación individual; el cine, colectiva. Los nuevos métodos de reproducción alteran el proceso de creación y el de interpretación del arte y difuminan la frontera entre autor y público. No sólo del arte del presente, también el del pasado. La crítica se constituye así en un modo de recreación de la obra: “Busca el contenido de verdad de una obra de arte; el comentario, su contenido material”, escribe a propósito de Goethe, porque está relacionada con el método del conocimiento. Asimismo, asocia las formas narrativas a las etapas históricas. El cuento, actividad artesanal, corresponderá a la época preindustrial, mientras que la novela está ya relacionada con la invención de la imprenta. La narración típica de la fase de dominación burguesa, sería la información que intenta construir una nueva épica.
Benjamin ve la obra de arte como una mónada leibniziana: única en sí misma y esquema del todo. Su mirada asume que el arte se da en las piezas maestras que no dejan de ser fragmentos de un todo histórico que las interpreta, de modo que hay arte en otras partes: la arquitectura, el diseño urbano, en los residuos de la historia. La idea del fragmento acabará configurando su estética, en la medida en que la fragmentación de la vida y de los saberes son los elementos característicos de la modernidad.
Benjamin fue, entre los pensadores marxistas, el primero en alertar sobre una excesiva confianza en la idea de progreso. Una visión de la filosofía de la historia que se halla reflejada en un cuadro de Klee que compró en su juventud. Lo mantuvo durante años y le sirvió de imagen del tiempo histórico. Se titula Angelus Novus: “Su rostro vuelto hacia el pasado. Donde una cadena de acontecimientos aparece ante nosotros, él ve una única catástrofe, que no deja de amontonar ruina sobre ruina y las arroja a sus pies. El ángel quisiera detenerse, despertar a los muertos y recomponer lo que ha sido destrozado. Pero un vendaval sopla desde el Paraíso y se ha enredado en sus alas: es tan fuerte que el ángel ya no puede cerrarlas. Ese vendaval lo empuja irresistiblemente hacia el futuro, al que le da la espalda, mientras la pila de escombros frente a él crece hacia el cielo. Lo que llamamos progreso es ese vendaval”. Escribir la historia es una tarea arriesgada que exige la conciencia de que los productos de la cultura deben su existencia a los genios y al trabajo anónimo de sus coetáneos: “No hay un documento de cultura que no sea al mismo tiempo un documento de barbarie”, una visión fruto del pesimismo que lo acompañó a lo largo de su vida, acrecentado tras 1937 por los procesos de Moscú y la actitud del Frente Popular en Francia. Ese año escribió a un amigo: “Sea cual sea la ventana por la que miremos, todas dan a la tristeza”. Y poco antes, tratando de Kafka, había escrito sobre sí mismo: “Hay infinita esperanza, pero no para nosotros”.
Lecturas
Infancia Berlinesa hacia mil novecientos. Walter Benjamin. Traducción de Richard Gross. Periférica, 2021. 134 páginas. 10,45 euros.
Calle de sentido único. Walter Benjamin. Traducción de Richard Gross. Periférica, 2021. 170 páginas. 10,45 euros.
Walter Benjamin. Una vida crítica. Howard Eiland y Michael W. Jennings. Traducción de Elizabeth Collingwood-Selby. Tres puntos, 2020. 1008 páginas. 47,45 euros.
Los Benjamin. Una familia alemana. Uwe-Karsten Heye. Traducción de Jordi Maiso. Trotta, 2020. 290 páginas. 25 euros.
Walter Benjamin. Una biografía. Brend Witte. Traducción de Alberto L. Bixio. Gedisa. Barcelona, 2020. 3ª edición. 254 páginas. 18,90 euros.
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