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Nueva vida de lo que se perdió

La galería Cayón de Madrid revisa la obra del pintor Juan Giralt, que pagó cara su voluntad de ir contracorriente

Detalle de una de las obras de La pintura entre extremos, de Juan Giralt.
Detalle de una de las obras de La pintura entre extremos, de Juan Giralt.GALERÍA CAYÓN

Al hilo de sus últimas exposiciones, Juan Giralt (Madrid, 1940-2007) era un pintor muy celebrado entre aficionados y dueño de un, digámoslo así, sistema creativo ya perfectamente afinado y equilibrado, redondo, que además resultaba intransferible. Habían quedado atrás muchas cosas: el expresionismo après CoBrA, la neofiguración setentera en torno a la galería Vandrés… Pero todo afloraba ahora a una nueva vida mediante el traslado a la pintura de las posibilidades del collage para alumbrar una obra unitaria contrapesando fragmentos descontextualizados.

Ahora bien, el pintor había pagado muy cara la distinción privativa de ese estilo, por llamarlo de un modo que tampoco le habría gustado, sobre todo porque su virtud consistía en que se trataba de un antiestilo: hacía convivir en el mismo lienzo imágenes heteróclitas y desechadas en algún uso: recortes de revista, gestos pictóricos, palabras, postales, ornamentos o estructuras que venían a ocupar ventanas como las de un mosaico en el que ninguna predominaba sobre las otras. Esto lo describió muy bien su hijo Marcos Giralt Torrente, comisario de esta exposición en la galería Cayón de Madrid, cuando en su estupendo libro Tiempos de vida habló de una pintura que “a base de multiplicar los centros, acababa con la noción misma de centro”.

La virtud de Giralt consistía en que contaba con un antiestilo: hacía convivir en el lienzo imágenes heteróclitas y desechadas

Pero estábamos con el precio. Un divorcio en lo personal, la salida de la galería en lo comercial y el alejamiento de la nueva figuración bajo la que otros pintores, como Alexanco y Gordillo, habían conseguido circular. Todo eso hizo que regresara de Nueva York, a inicios de los ochenta, como un olvidado. Refractario a toda etiqueta, nutrido de viajes, capaz ya de suscitar las más sensitivas emociones de la pintura, Giralt fue el protagonista de una historia personal y creativa vivida a contrapelo de la historia artística que ya se encontraba escrita. Y eso, en un medio artístico marcado por la ansiedad de hacerse con las instituciones para instaurar relatos legitimadores del presente y del futuro, es lo que no se perdona. Eso es lo que se paga.

Aunque, pensándolo mejor, también se paga lo otro, el exacto ajuste de un artista con un concreto capítulo de la narración, como en el álbum de sellos. Pero no fue el caso: su retrospectiva en el Museo Reina Sofía tuvo lugar en 2015, ocho años después de su muerte. Lo recuerdo tímido, escondido y zumbón, merodeador por almonedas, tienduchas o tiendazas donde sospechara un yacimiento de sorpresa, de belleza, lo perdido que podía volver a brillar. Sus últimos años fueron los de su victoria como pintor, fuera de los discursos de la historia. Paradójicamente, es lo que hace ahora que su pintura sea fuera de serie.

‘Juan Giralt. La pintura entre extremos’. Galería Cayón. Madrid. Hasta el 29 de enero de 2021.

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