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Elecciones en Argentina
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El triunfo de la desmeritocracia

La uberización de la política argentina no es un cambio, es un retroceso

Celebraciones tras el triunfo de Javier Milei en Argentina
Seguidores de Javier Milei celebran su triunfo en las elecciones del domingo, en Buenos Aires.Anita Pouchard Serra (Bloomberg)

La libertad es una palabra extraña en estos días, robada y redoblada, en estandarte, pero que se convierte en un miedo que crece como revancha. Las mujeres sabemos que viajar solas implica un sobresalto permanente frente al desconocido que maneja el auto al que vamos abrochadas, un desvío instintivo frente al que se acerca a preguntar, un vértigo exagerado en la autopista que puede llevar a un lugar a donde no te podes bajar, un conteo a los pasos que te siguen y una incomodidad en el silencio que te aleja del auxilio.

Viajé a Panamá, para hacer escala rumbo al Encuentro Feminista de Latinoamérica y el Caribe, (15° EFLAC) en El Salvador, la trasnoche en donde Argentina parecía ya no tocar la puerta de los cuarteles, sino votar a quienes defienden los cuarteles. ¿No habían ya cerrado ese antro? No tanto. La frase la podría haber puesto en mi Twitter. Pero la noche del domingo en el que Javier Milei salió electo presidente, puse un candado.

El primer Uber centroamericano me preguntó por las elecciones y me dijo las cifras exactas de los resultados electorales como si hubiera ido al cuarto oscuro junto conmigo. En Panamá hay cortes que se expresan como puntos rojos en el mapa de Google y que se esgrimen con banderas en toda la ciudad en contra de la minería. “Si se corren de la calle nadie les va a prestar atención”, explica Agustín la lógica de la protesta social. Sin embargo, pregunta por Milei. En el ombliguismo argentino no se conoce lo que pasa en Panamá pero en Panamá si se conoce lo que pasa en Argentina. ¿Qué pasa?

No es que sea más importante la elección que la protesta contra las mineras, es que fue una inversión for export pensada para la uberización de la política, la informalidad como recurso multiplicado sin derechos laborales, pero con la sensación que a más viajes, más posibilidades y que la meritocracia tiene un viaje nuevo.

Camino por un malecón que esconde murales de papagayos y tejidos que se imprimen en aerosol, entre el mar y los autos, una pasarela para runners y latas que se esconden entre hielos, para distraer el calor, entre refrescos. Un señor que va al lado de una joven demasiado joven para que una pareja haga honor al origen de la idea pareja de pareja y no de colonialismo erótico me pregunta a qué hora cierra el mercado de mariscos. Le contesto apenas un “no sé”. Me adivina el acento. Apenas “no sé” y me dice “Te felicito por el nuevo presidente”. Le digo que no me tiene que felicitar. Y me empieza a gritar que va a ser bueno que las cosas cambien. Es un francés dando ordenes a una mujer latinoamericana y avergonzando a la que le lleva demasiados años y demasiados ceros y lleva a comer tarde.

Me asusto. Creo en la idea que el miedo, como en la selva, anuncia ideas. Creo en una racionalidad sensible que percibe y piensa. Me asusto. El miedo habla de una revancha machista. Les importa Milei porque habla de su revancha. Ganaron. Ellos. Los hombres. Nos ganaron.

El francés pueden caminar con una mujer con la que pueden caminar por la supremacía del dinero, la edad y las cuentas en la ciudad de los edificios que esconden impuestos en los ventanales vidriados. Pueden volver a gritarte y a darte lecciones sin avergonzarse. Pueden volver a darte miedo.

Pido otro Uber. “¿Argentina?”, me dice. Me confieso amante de los acentos como de una poesía viva en la que nos adivinamos en lenguas donde para pedir una birome tenemos que decir pluma y el modo de hablar es una huella que es bella sin sentido. Nunca me molestó que me reconozcan. Es la primera vez que tengo miedo. Extraño al Diego y al pasaporte mundial de argentinidad maradoniana y quiero que el sándwich de milanesa que promociona Messi entre los restaurantes globalizados haga estragos para que hablemos de eso y no de lo otro.

“Ganó Milei”, me dice el segundo Uber y yo no quisiera preguntarle a un argentino que me diga quien gobierna Paraguay, Perú, Panamá o Guatemala, ni mucho menos, si no asumen los que ganaron y gobiernan las que no ganaron, porque sé que no lo sabrían. Yo en cambio parezco atrapada en una conversación que no quiere mi palabra sino brindar por la quita de impuestos en el paraíso al que llegan las cuentas que no bajan de los edificios imponentes o, incluso, torcidos como si la arquitectura fuera más flexible que la contribución impositiva.

Una vez más creen contar con mi complicidad. No es casualidad. Es una avanzada que busca imponerse como un cambio que puede volverse frase de taza: cambiar las fórmulas para encontrar soluciones distintas. Los cafés Sturbucks se reproducen en los aeropuertos y las calles tropicales, como una marca que borra el calor local, pero que pone tu nombre en la taza vuelta flagelo flojito de papeles. Hago del silencio una respuesta.

El miedo hace conmigo lo que hizo siempre con las mujeres: callarme.

En un negocio el vendedor fanfarronea que tiene amigos en Argentina (el fanfarroneo y la argentinidad son mejores amigos ever) y se queja por los impuestos que los argentinos vienen a no pagar a Panamá. “Con la tuya”, es una frase que se construyó para que cada ciudadano crea que recibía menos porque el otro, la otra, la otredad, recibía algo. Una jubilación, una tarjeta para comprar alimentos, una asignación por cada hijo e hija, un plan para acompañar la violencia de género.

La meritocracia habla del mérito, la apología a la meritocracia le da sentido a la uberización de la política en donde quieren pagar menos impuestos los que manejan en una empresa que no paga impuestos ni le paga a los trabajadores aportes más allá del viaje. El futuro es una idea cancelada porque tarda demasiado y el largo plazo es un bus añejo de larga distancia. Pero el mayor problema no es la meritocracia al grito de “yo lo merezco”, a esta altura, me parece una palmadita al ego que, desde un país narcisista, puedo contemplar. El punto es la desmeritocracia: vos no te lo mereces.

En el avión que tiene que llevarme a El Salvador una mamá juega con su hijo a un crucigrama en pantalla y él le dice que no vale porque ella es demasiado inteligente y adivina palabras que él no conoce. Le pide, a su manera, que haga lo mismo que todas: que juegue sin demostrar que sabe, que diga sin hablar, que disimule su conocimiento sin abandonar la mímica de la buena perdedora. El niño tiene derecho a pedir eso. Los hombres flamean con Milei porque los representa: quebrados, desequilibrados, pero con derecho a dar miedo, a callar y hablar de una libertad como marca registrada -y excluyentemente- varonil. Este es un partido en el que no se tienen que sacar las camisetas.

El niño, que viaja desde Chile, también le pregunta a la mamá por Milei. Por favor, prefiero hablar de la separación de Gabriel Boric o de la mirada condenatoria de la hermana de Milei (Karina Milei) a su novia, Fátima Flórez. Yo miro. Intento no emitir sonido. “A alguna gente le gusta y a otra no”, dice la madre.

En el aeropuerto de El Salvador hay una foto del Presidente Bukele. Nunca vi en ningún aeropuerto la foto de ningún presidente. Acaba de hacer el certamen de Miss Universo y fue un éxito. La foto de Bukele tiene una silla para sentarse a sacarse fotos de presidente. Es un cartón como en Disney. La ruta está iluminada de celeste y blanco. Los que dicen que terminaron con el miedo crearon un miedo nuevo. Ser argentina hoy es una invitación a evitar la conversación y optar por el silencio. No es un cambio, es un retroceso.

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