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Jaime E. Manrique, de Bogoshorts: “En América Latina separamos pensar de divertirse, como si el entretenimiento implicara estupidizarse”

El director y fundador del festival de cortometrajes que se desarrolla en Bogotá reivindica la necesidad de semilleros para cultivar talentos y anhela una mayor difusión del cine hispano en los países que hablan español

Jaime Manrique
Jaime Manrique, fundador y director del Festival de Cortos de Bogotá, durante una entrevista para EL PAÍS, el 2 de diciembre de 2023.Santiago Mesa
Santiago Triana Sánchez

Aparte de ser experto en cine, Jaime E. Manrique (Bogotá, 45 años) es un amante de la buena comida. Eso explica que, cuando está hablando de películas o de la industria, utilice símiles sobre platos, sabores y alimentos para hacerse entender. En esta ocasión hablar sólo de la película que concentra toda su atención desde hace semanas: el Festival de Cortos de Bogotá, Bogoshorts, que entre el 5 y el 12 de diciembre celebra su vigésimo primera edición. Es como una película que ve y siente al festival que él fundó y dirige, y que ya forma parte de la oferta cultural y cinematográfica de la ciudad cuando el año va llegando a su fin.

Es el sábado antes de la inauguración de Bogoshorts, cuyo equipo trabaja a toda marcha para ultimar los detalles del festival, que este año congrega a más de 400 cortos audiovisuales en 17 escenarios repartidos por media ciudad. “¿De qué se trata un festival de cortos? De la esperanza: tenemos fe en que los chicos que hasta ahora estamos viendo se conviertan en algo más potente”. Habla en su despacho, en un edificio a los pies del cerro de Monserrate, por cuyos ventanales entra a raudales la luz intensa de una tarde soleada que para Bogotá es rara pero que en diciembre es costumbre. Se acomoda en su asiento, enciende un cigarrillo y se dispone a escuchar.

La edición de 2022 de Bogoshorts estuvo dedicada a la luz, lo que lleva a pensar en Santa Lucía, símbolo del festival y patrona de la visión en la tradición cristiana. La idea pareció significativa porque se presentaba como la luz después del túnel de oscuridad que fue la pandemia. Sin embargo, al recibir los cortos de esa edición y de esta, otra conclusión saltó a la vista: “Esa idea de que ‘Llegamos a la edición de la luz’ no es tan real. Llegamos a la edición de la luz, pero esto está muy oscuro en el mundo”. Así, esta vez Bogoshorts se viste con un traje más crítico para hablar del cuerpo como vehículo de respeto, un valor en constante crisis.

Pregunta. ¿Hay un punto de quiebre a partir de esta edición de Bogoshorts?

Respuesta. Cada vez que hacemos una edición del festival es como si estuviéramos haciendo una película. Después de la pandemia, la gente quedó perdida, y entramos a decir “A través de los cortos, encuentre un camino para volver al lugar de cómo construir su vida”. Nos llegan cortos con miradas de jóvenes que permiten ver un mundo que sigue fracturándose. Los cortos son un reflejo de lo que piensa la gente más joven, y el cine es un reflejo de las miradas de la humanidad. El objetivo del festival no es poner unos cortos en salas, sino dejar un mensaje que cale más profundo. Para mí, es el respeto a la diferencia. Hoy no respetamos que el otro quiera ser de una forma que yo no soy, y el respeto a la diferencia va a guiar los próximos años. Por eso decido que esta sea la edición del cuerpo, que es lo más respetado, pero también lo más irrespetado. Por ahí puede estar ese punto de quiebre.

P. Y ahora hay un espíritu más crítico... ¿un retorno a las tinieblas?

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R. Sí. Nos invade mucho esa positividad falsa de que somos seres de luz... somos seres de oscuridad en búsqueda de la luz, y lo que más nos atormenta son las oscuridades que llevamos dentro. Como es gente tan joven la que hace los corto, reflejan menos miedo. El cine más mainstream es contenido, porque tiene que negociar con demasiadas personas. Pero cuando eres joven tienes la libertad de decir lo que te dé la gana. Eso hace que las voces de los cortos sean más libres, pero también más oscuras. Aquí habrá una competencia de cine de terror y suspenso, porque ahí hay un lugar del alma que se necesita explorar.

P. ¿Esa carencia de miedo también puede dar una idea más real de qué piensa la gente en otros lugares?

R. No todo el cine es un reflejo de la humanidad. Si tienes que hacer una película y cuesta, por ejemplo, cinco millones de dólares, es un billete que debe retornar. Cuando estás haciendo cortos, si lo haces con tu celular y con cuatro amigos, vale chimba lo que vaya a retornar. Importa es lo que voy a decir, y voy a decir lo que me está pasando y me está doliendo. En el corto hay una cosa más real, de radiografía. Pasa como con el rap, y es que termina diciendo cosas como “Esto me duele, y lo digo porque me duele, no porque necesite encontrar una audiencia”.

Jaime Manrique durante la entrevista.
Jaime Manrique durante la entrevista.Santiago Mesa

P. ¿De ese malestar empezaron a ser más conscientes el año pasado?

R. Hay ideas como “Si no eres tan feminista como yo...”, “Si no proteges los derechos de la tierra tanto como yo, no debo hablar contigo porque no haces parte de los que hacemos las cosas bien”. Fue un festival donde sentí que los jóvenes, en vez de estar diciendo “Quiero oír más qué pasa en muchos lados para construir mi propio criterio”, están diciendo “Si tú hablas de esto, no me caes bien, cancelado, escrache”. En el momento en que tenemos más acceso a la información, más queremos que se nos hable solo de lo que nos interesa. Uno lo ve en las guerras: “Necesito tomar partido”. Yo quiero construir un festival que no sea para que la gente tome partidos.

P. ¿Puede ser una nueva forma de totalitarismo?

R. Una suerte de totalitarismo progresistas. El 60% o 70% de personas que trabaja aquí son mujeres, pero no están allí porque yo necesite poner un número, sino porque es la gente más pila que he encontrado. Fin. Si el otro año me encuentro a gente más pila que son hombres, serán hombres. Lo que me importa son las calidades humanas, que están envueltas de otras cosas que no son temas de género. Claro: debe haber una reparación histórica, pero no ha de ser obligada. Nadie debería obligarme a tener en el festival 60 cortos indígenas. Lo que hacen muchos festivales es que meten 60 cortos indígenas que no les interesan para ganarse una convocatoria y que el Ministerio de Cultura les diga: “Ah, tú sí eres incluyente”. Ese no puede ser el juego. Sí hay unos temas de totalitarismos que son dañinos.

P. Es quizá una manifestación de las dinámicas de las redes sociales…

R. Claro. Como en Netflix: si tú ves muchas comedias, ¿qué te botan? Más comedias. El tema de construir un festival de cortos es para que, si no tienes otros sabores identificados en la lengua, cuando pruebes el umami vas a pensar que es raro. ¿Cómo hacemos para que más personas tengan experiencias diferentes y que lo otro no les parezca raro? Si vieras un corto de Tailandia, y uno de Vietnam, y otro de China, pero también uno de Argentina, uno de Italia y uno de Perú, de pronto podrías decir “este sabor me gustó”. Podrías empezar a ver otras cosas que no sabías que existían. El corto tiene esa magia: te metes dos horas y viste siete culturas diferentes. Y puedes decir, “me parecería interesante conocer tal cosa”. Es como un juego de pasabocas: me como siete y digo “Listo, de este dame un plato grande”. Esa es una forma de generar esa apertura cultural.

P. ¿Cómo califica al consumidor promedio colombiano de cine?

R. Crispetero. Y no es un problema de él, sino de las opciones. Alguien a quien le interesa ir a la sala de cine a divertirse, a desconectarse. Uno dice a veces: “Oye, te invito a ver una película que tuvo un premio en Locarno y en Cannes”. Y la respuesta: “Uf... eso debe ser para pensar”. En América Latina siento mucho que separamos pensar de divertirse, como si no fuera divertido pensar, como si el entretenimiento implicara estupidizarse. Yo puedo hacer cosas muy divertidas y reflexionar sobre muchos temas. El consumidor promedio es evasivo, quiere que le cuenten durante dos horas de un mundo que no conoce. Eso lo hace un consumidor no exigente. Acá hay gente que pregunta por qué no tenemos más cortos de comedia. Quisiera tener más comedia, pero esto es un reflejo de lo que la gente quiere decir y no se están riendo tanto.

P. ¿Qué hace falta para dar más espacio a producciones colombianas y latinoamericanas?

R. Encontrar un mercado común. Es triste tener una misma lengua y que no circulen las películas. Curiosamente, francés hablan básicamente en Francia y el cine que más se ve en el mundo fuera del norteamericano es el francés. Eso es porque hay una política decidida a expandir su cinematografía. No pasa lo mismo en español, porque ninguno se lo apropia. Es una tristeza, porque tenemos un potencial gigante para que una película española entre al mercado latinoamericano, o una colombiana vaya a España o a México. Pero no las vemos ni nos vemos entre nosotros.

P. ¿Qué hacer para que eso cambie?

R. Para mí son dos caminos: fomentar un star system conjunto. El cine hacia el público se mueve a través de las estrellas, porque se vuelven personajes reconocibles, modelos, puntos de referencia. El cine mexicano tiene estrellas en cantidad y ellos las conocen. Cruzas la frontera y en Guatemala nadie tiene ni idea de quiénes son. Eso nos pasa en todos los países. Si nosotros fomentáramos un star system común, podría ser más contundente. ¿Cómo fomentarlo? El otro camino: la coproducción. Si yo tengo una inversión de una película que tiene plata española, mexicana y colombiana, ya tendría que estrenarla en tres territorios. El problema es que es como un matrimonio, las cosas fallan muchas veces. En una coproducción se invierte mucho dinero. ¿Y si esa plata se pierde, si la película no fue un éxito? Vamos a odiarnos.

P. ¿Cómo funcionarían mejor?

P. Hay que construir buenos noviazgos. Construyamos un mercado donde gente entre los 18 y los 30 años se conozca, que armen equipos que, luego de un noviazgo de tres o cuatro cortos, digan “Montémonos en un proyecto más grande”. Esto no sucede por Internet, sino viéndose a los ojos. ¿Cuál es el problema de un mercado de cortos? Que la gente no lo quiere financiar porque no producen negocios. Yo me dedico a sembrar. Dinamizar carreras y construir coproducciones interculturales pueden ser semillas para construir ese cambio.

P. Esto termina siendo una especie de huerto doméstico…

R. Claro. Es como en el fútbol: uno necesita una cantera. Tú no tienes un equipo como el Real Madrid o el Barcelona si no hay 300 chicos por debajo pateando balones para empezar a subir categorías hasta llegar a un equipo profesional. Hay que entender que el cine es un embudo: comienzan muchísimos y llegan muy pocos. Es una cosa de ir sacando el mayor juguo de lo que hay. ¿Qué les pasa a los Ministerios o institutos de apoyo a la cultura? Piden que les muestre cuántos negocios se hacen en Bogoshorts. Eso es como si le pidiera al niño que está aprendiendo a hablar que cuántos libros va a vender. Yo necesito que no paren de aprender a hablar, porque sé que en 10 años van a vender libros.

P. ¿Hay posibilidades de que el cine colombiano figure más?

R. Sí, y en eso soy repetitivo: es un ejercicio de siembra. Nuestro problema financiero de las películas tiene un impacto en la calidad del producto. Cuando haces una película con tres pesos, se siente. ¿Por qué tengo que pagar los mismos 20.000 pesos para ver una película que costó 100 millones de dólares, una que costó 5 millones de dólares y otra que costó 150 millones de pesos (unos 37.000 dólares)? No tiene sentido. Si no tenemos la cantera lo suficientemente aceitada, no hay una exigencia en ponerse estándares más altos. ¿Cómo se impulsa la calidad? Con una pista de prueba sólida. No puedes poner a alguien a manejar un avión si no lo has puesto en un simulador, porque arriesgas muchas vidas. Eso pasa con nuestros cineastas: ponen en juego muchas carreras con la idea de hacer una película con poco dinero. Pero mi sensación es que sí podemos figurar más. Lo veo en los cortos y digo: “Uf... que este man haga dos largos pronto”. Aunque este man se va a demorar 10 años en llegar a eso. Pero sí hay de dónde.

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Santiago Triana Sánchez
Periodista de EL PAÍS en la edición América Colombia. Ha pasado por la sección de Cultura y por la redacción del Diario AS, en Madrid. Es egresado de Periodismo de la Universidad Javeriana y Máster en la Escuela de Periodismo UAM-EL PAÍS.
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