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COLUMNA
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El Eugenio ‘deepfake’ no bebe ni fuma, y viste de blanco

El especial ‘Eugenio solo hay uno’, de Movistar+, resucita al humorista perdido en 2001 mediante inteligencia artificial y lo pone a dialogar con su hijo mientras otros cómicos interpretan sus chistes absurdos, amargos e inmortales

Ricardo de Querol

Eugenio nunca se reía y siempre hacía reír. Si tienes cierta edad te sabes todos los chistes, y eran muchos, de Eugeni Jofra Bafalluy, simplemente Eugenio para aquella España de los ochenta. Chistes cortos, muy cortos, de una o dos frases que caen como un mazazo, o algo más largos. Practicaba un humor absurdo y con un poso de amargura. Dominaba las pausas: el silencio también hace gracia. Siempre serio, de negro y con gafas oscuras, fumando y bebiendo whisky, intercalando palabras catalanas en su peculiar castellano. Cuenta su hijo Gerard Jofra que nunca se vio como un cómico, que solo recopilaba y escribía chistes por afición. Creó un personaje irrepetible, un retrato de una masculinidad de otro tiempo que ha quedado en la memoria colectiva.

Un programa especial de Movistar+, Eugenio solo hay uno, reúne en un teatro a distintos cómicos a interpretar sus chistes, pero lo que más llama la atención es que hayan resucitado al humorista, fallecido en 2001, mediante la inteligencia artificial. Es más: el Eugenio deepfake, o ultrafalso como recomienda decir la RAE, presenta el programa, proyectado en una pantalla tras el escenario. Vestido de blanco, sin fumar ni beber, porque está en el cielo, es un híbrido entre su réplica sintética y el imitador Raúl Pérez, no sabemos bien en qué proporciones. Ese Eugenio va presentando a Joaquín Reyes, a Eva Soriano, a Ernesto Sevilla, a Anabel Alonso, a Pablo Chiapella, a Arturo Valls y hasta a su hijo Gerard, que pasará detrás de la pantalla para charlar con su padre. Cada cómico cuenta los chistes de Eugenio a su propio estilo, nada de imitar lo inimitable de él, y demuestran que siguen funcionando.

Para poner en contexto al homenajeado, la misma plataforma ofrece el documental Eugenio, de 2018. El cómico que nunca se creyó tal era un hombre con una acusada tendencia a la tristeza. Primero diseñador de joyas, y aficionado a la pintura, subió al escenario a la guitarra haciendo dúo (Els Dos) con su primera esposa, Conchita Alcaide. Ella era la artista, pero los chistes entre las canciones que le animaban a contar a él en los pubs funcionaban tan bien que Conchita se apartó y le cedió el protagonismo. Vestía de negro desde antes de enviudar: su mujer murió de cáncer a los 37 años, cuando él tenía 38 y apenas empezaba a salir en televisión y a vender miles de casetes en tiendas y gasolineras. Sus dos hijos tenían entonces 11 y 8 años: siempre mantuvo con ellos demasiada distancia. Tuvo otras dos parejas (otra Conchita, Ruiz, con la que tuvo otro hijo, e Isabel Soto) pero fue cayendo en los infiernos (la cocaína, un cáncer, una embolia, dos infartos, una depresión, la obsesión por el esoterismo, el autoabandono) hasta su muerte, con 59 años. La última aproximación al personaje es la de la película Saben aquell, de David Trueba, estrenada en cines en noviembre y aplaudida por la crítica.

Este regreso a la actualidad de Eugenio y su trágica historia encaja en la oleada de nostalgia boomer que explota la industria audiovisual con programas del tipo Viaje al centro de la tele. No todo el deepfake te quiere engañar: este no es el caso. En un futuro próximo veremos programas enteros generados por la IA, pero la chispa del humor se enciende en genios tan humanos, demasiado humanos, como Eugenio. A menudo, lo cómico nace de un dolor que nunca sentirá una máquina.

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Sobre la firma

Ricardo de Querol
Es subdirector de EL PAÍS. Ha sido director de 'Cinco Días' y de 'Tribuna de Salamanca'. Licenciado en Ciencias de la Información, ejerce el periodismo desde 1988. Trabajó en 'Ya' y 'Diario 16'. En EL PAÍS ha sido redactor jefe de Sociedad, 'Babelia' y la mesa digital, además de columnista. Autor de ‘La gran fragmentación’ (Arpa).
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