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COLUMNA
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La película en la que salgas tú no va a gustarte

Salma Hayek es, en ‘Black Mirror’, una actriz que no tiene que actuar, porque su papel lo genera una inteligencia artificial. La técnica tiene a Hollywood en huelga. Cualquiera puede ser suplantado, hasta unas chicas de instituto

Salma Hayek, en una imagen del capítulo 'Joan es horrible' de la serie 'Black Mirror'.
Salma Hayek, en una imagen del capítulo 'Joan es horrible' de la serie 'Black Mirror'.NETFLIX (NETFLIX)
Ricardo de Querol

En Joan es horrible, el capítulo más logrado de la última temporada de Black Mirror, una mujer descubre espantada que su propia vida está siendo contada al detalle, incluidos sus secretos más íntimos, en una serie de televisión donde hace de ella Salma Hayek. Pero esta ciudadana común (Annie Murphy) no tiene derecho a reclamar: en algún momento clicó “sí, acepto” en unas condiciones que permitían a la plataforma Streamberry, parodia de la misma Netflix, espiar su vida y dramatizarla. Para colmo, Hayek ni siquiera tiene que actuar. La actriz cedió su cuerpo y su voz para que un sistema de generación mediante inteligencia artificial hiciera todo lo demás. Tampoco puede quejarse.

¿Una pesadilla futurista? No tanto: en los últimos días hemos visto vídeos de Belén Esteban y Chiquito de la Calzada hablando en perfecto inglés, y unas pobres chicas de varios institutos de Almendralejo han sido agredidas con la difusión de imágenes, falsas, en las que aparecen desnudas. Todo hecho con simples aplicaciones del móvil, nada muy sofisticado. Hace tiempo que Scarlett Johansson está harta de salir en películas porno sin haber participado en ninguna. Bienvenido al mundo del deepfake. En el que vídeos, audios y fotos pueden mentir tanto como siempre han podido hacer los textos. En el que nunca sabrás qué es verdad y qué es mentira.

La producción de películas está paralizada en Hollywood porque los actores de carne y hueso, esos que nos emocionan en la pantalla, han ido a la huelga para reclamar, entre otras cosas, que se ponga coto en los contratos a la cesión de su imagen y voz para la generación sintética de contenido. Es decir, no quieren encontrarse en un futuro cercanísimo con que, tras un papel menor, el estudio se apropió de su aspecto y lo recreó en otro filme del que no verán un dólar, porque ya aceptaron con su firma que se use su avatar. Deben firmar ese tipo de cláusulas hasta los extras, que solo se llevan migajas del presupuesto de una película. Serán los más fáciles de reemplazar.

“Han cogido 100 años de historia del cine y los han convertido en una app”, se dice en Joan es horrible, una vuelta de tuerca moderna, con sistemas de computación cuántica que generan multiversos, a lo que ya advertía El show de Truman. Que tu anodina vida puede resultar lucrativa para los buitres que lo extraen todo. Si alguna vez te encuentras con una película en la que sales, y no sabías que ibas a salir, da por hecho que no te va a gustar.

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Sobre la firma

Ricardo de Querol
Es subdirector de EL PAÍS. Ha sido director de 'Cinco Días' y de 'Tribuna de Salamanca'. Licenciado en Ciencias de la Información, ejerce el periodismo desde 1988. Trabajó en 'Ya' y 'Diario 16'. En EL PAÍS ha sido redactor jefe de Sociedad, 'Babelia' y la mesa digital, además de columnista. Autor de ‘La gran fragmentación’ (Arpa).

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