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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

‘Nos conocimos en realidad virtual’: ¿es amor el amor en el metaverso?

El documental de HBO es desconcertante y desafía prejuicios. Ya existe una comunidad global que combate la soledad en un mundo paralelo de dibujos animados. Zuckerberg no va a inventar nada

Una imagen del documental 'Nos conocimos en realidad virtual'.Vídeo: HBO
Ricardo de Querol

¿En qué momento de nuestras vidas se disparó el interés por el metaverso? Exacto: durante el Gran Confinamiento de 2020. Encerrados todos en casa, tener una vida paralela en un espacio virtual e inmersivo no era un mal plan. Fue en ese contexto en el que Mark Zuckerberg cambió en 2021 el nombre a su compañía: Facebook sería ahora Meta porque su gran apuesta iba a ser el metaverso. Ahora que vivimos desconfinados, y ni se nos exige la mascarilla en el autobús, se acumulan los indicios de que esa realidad virtual no va a ser el enorme negocio que parecía. Lo sabe hasta Zuckerberg, que ha sufrido un varapalo en Bolsa, que ha apretado el cinturón a su plantilla y ha tenido que aclarar que la realidad virtual no es su única apuesta. Pero ya existían metaversos antes de que Facebook quisiera hacerse con ese negocio: los fabricantes de videojuegos llevan tiempo llevando a sus clientes a entornos fantásticos en los que pueden interactuar con otros avatares.

La película Nos conocimos en realidad virtual, en HBO Max, está ambientada en uno de esos metaversos, llamado VRChat, y parece una fantasía de dibujos animados. Pero no lo es, sino algo mucho más desconcertante: es un documental grabado dentro de ese mundo virtual a finales de 2020, que generó interés en el festival de Sundance hace un año y que firma un director veinteañero: el británico Joe Hunting. VRChat es un juego creado en 2014 para que los usuarios viajen, colocándose un casco con gafas como Oculus, a un universo con estética de manga. También hay una versión de escritorio, menos inmersiva, que no requiere el casco. En lo peor de la pandemia, Joe Hunting se sumergió en ese mundo con su propio avatar y su cámara virtual a retratar a sus gentes. Y cuesta creer que no están actuando, que todos son ciudadanos corrientes que escapan así de la cruda realidad. Es fácil dejarse llevar por los prejuicios, pensar en que habitan ese lugar frikis, adolescentes aburridos o inadaptados sociales, que esa es la única salida para gente muy solitaria. Hunting quiere rebatir todo eso. Mostrar que esa realidad virtual es una realidad, que pasan cosas emocionantes, que la gente logra derrotar a la soledad, hacer buenos amigos e incluso encontrar a su media naranja.

En los espacios de VRChat que recorre la película hay muchas comunidades, pero no están cerradas. Hay un grupo que estudia la lengua de sordos, hay una escuela de danza del vientre, hay gimnasios, hay discotecas y bares donde sirven enormes cervezas que ni emborrachan ni engordan. Hay fiestas de cumpleaños y se hace la cuenta atrás de Nochevieja al final del infausto año 2020, varias veces según va dando la medianoche en cada zona del mundo. Hay amistades y hay romances en los que fija su cámara virtual el joven Hunting. Bastantes de los avatares femeninos son sexis y de faldas cortas; bastantes de los masculinos son atléticos y musculosos; también hay personas de género indefinido. Otros eligen aspectos chocantes o infantiles: un osito de peluche, la rana Kermit o personajes de Mario Bros.

Escapar de uno mismo

Hasta el espectador con la mente más abierta sentirá perplejidad a menudo, pero se van entendiendo las motivaciones de los jugadores, si es que a esto lo llamamos juego. Una, claro, es escapar de una realidad deprimente, la de los confinamientos de 2020. Pero hay mucho más: escapar de ti mismo, de tu vida, de tu contexto, de tu posición en la sociedad, de tus inseguridades, quizá de limitaciones físicas. Varias personas expresan abiertamente que no les gusta ser quienes son fuera de allí.

Este metaverso, por cierto, muestra sus imperfecciones técnicas. Los que se abrazan parecen atravesarse con los brazos, los besos no quedan muy naturales, hay quien tiene dificultades para ejecutar movimientos sencillos. Pero eso no importa: solo importa la sensación de pertenecer a una comunidad, casi a una gran familia. Escuchamos testimonios muy reveladores sobre eso. Una mujer cuenta que había sufrido una tragedia familiar, y todos sus conocidos veían en ella a la muerte. Para colmo, era alcohólica, y se quitó de esa adicción enganchándose a la realidad virtual, seguro que menos dañina. Afirma que sus amigos virtuales le han salvado la vida. Otra mujer hace una encendida defensa del amor entre quienes no se pueden tocar: es un sentimiento más puro, porque te enamoras de la personalidad.

La pregunta es inevitable: tu avatar ¿eres tú? Tendemos a pensar que no, pero hay argumentos a favor. Una de las participantes lo explica así: “Puedes ser quien siempre has querido ser. Y, de algún modo, empezar de cero. Nadie sabe quién eres, ni quién has sido. Solo saben quién eres ahora. Eres libre para ser tú mismo”. Se sienten liberados de sus cuerpos y de cómo los ven los demás. Eso es más atractivo, queda claro, para personas con problemas de autoestima, con discapacidades o de identidades sexuales alternativas. Allí encuentran aceptación. Se pregunta una participante si en el mundo de interacciones físicas realmente te preocupas tanto por los demás: ¿por tu cajera, por el personal de limpieza de la oficina, por el vecino con el que compartes ascensor?

La boda a la que falta el final

Entre las historias románticas, las que unen a personas separadas por miles de kilómetros, el cierre de fronteras y por los confinamientos, destacan dos. En una, la pareja sueña con conocerse en la vida real: toman un avión, quedan en un aeropuerto muy nerviosos los dos, se abrazan al fin... pero eso también ocurre en la realidad virtual. Es decir, simulan que eso no es una simulación (¿lo demás sí?). En otra, presenciamos los preparativos y la ceremonia de una boda por todo lo alto. Resulta muy emotiva. Pero nos falta el final. Termina el documental y, como no hay un solo plano en el mundo real, no sabes qué fue de esas personas que sentían tales vínculos metidas en sus avatares cuando se levantaron las restricciones por la covid. ¿Quedaron de verdad en un aeropuerto meses después? Y si fue así, viéndose en sus carnes mortales, ¿se gustaron? Los recién casados de VRChat ¿se consideraron casados cuando salieron del juego? ¿Se plantearon casarse de verdad? Dicho de otro modo, ¿es amor el amor del metaverso? ¿Es posible el amor despojados de nuestros cuerpos, de nuestros contextos y de nuestras vidas, sin contacto físico, ni siquiera visual? ¿Es esto un amor artificial, de ficción? ¿O es, como dicen, un amor más puro y libre, casi espiritual? El objetivo de la película es que no contestes tan rápido. Que no juzgues.

Un elemento para cuestionar Nos conocimos en realidad virtual es que tanta ternura resulta difícil de creer. Este es un universo respetuoso, solidario e inclusivo, un tanto naif. Empático. La duda es si todos en VRChat son así de majos o es que no nos muestran toda la verdad. Si allí también hay, como en todos los rincones de internet, troles, acosadores, linchadores, matones y fanáticos.

Quienes han visitado el metaverso (en pruebas) de Meta cuentan cosas que no vemos en este documental. Que hay decorados donde no hay nadie y no pasa nada, que saludas a otros y no te contestan, que abundan los niños solos y gente siniestra revolotea en torno a ellos, que los avatares todavía no tienen piernas. Esto último será para prevenir el acoso sexual: muchas mujeres han denunciado episodios en que se vieron violentadas, nada sorprendente conocido el historial de Facebook ante las actitudes tóxicas. Sabemos que lo que pretende Zuckerberg (y los inversores no le creen) es llevar allí, a su metaverso, las actividades del entorno profesional. Y eso no es nada seductor. Ahora entendemos algo del encanto de VRChat, donde tanto se busca el amor. Al menos ahí te evades. No has venido al metaverso para continuar con tus rutinas. Mucho menos para seguir aguantando a tu jefe.

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Ricardo de Querol
Es subdirector de EL PAÍS. Ha sido director de 'Cinco Días' y de 'Tribuna de Salamanca'. Licenciado en Ciencias de la Información, ejerce el periodismo desde 1988. Trabajó en 'Ya' y 'Diario 16'. En EL PAÍS ha sido redactor jefe de Sociedad, 'Babelia' y la mesa digital, además de columnista. Autor de ‘La gran fragmentación’ (Arpa).

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