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El desarrollador que aprendió a programar sin internet y en medio de una guerra civil

Salah Al-Dhaferi es un programador yemení que adquirió sus habilidades de forma autodidacta. Ahora entrena a los jóvenes que quieren seguir sus pasos y ha fundado su propia tecnológica

El programador Salah Al-Dafhesi (27 años, Yemen)
El programador Salah Al-Dafhesi (27 años, Yemen)

“¿Mi cámara está fallando?”, pregunta Salah Al-Dhaferi (Yemen, 27 años) nada más llegar a la videollamada con ELPAÍS. Efectivamente, su cara aparece atravesada por barras de colores que parpadean. El programador yemení ya había advertido de que podía haber problemas de conexión. De hecho, explica que estuvo a punto de posponer la entrevista, preocupado por el comportamiento caprichoso de la red que le conecta al mundo. “Justo antes estaba yendo de arriba abajo. La semana pasada, por ejemplo, estuvo mucho peor. La gente se quedaba desconectada días enteros. Esto puede ser muy frustrante”, explica. “Mientras el resto del mundo está pensando en el 5G, en Yemen pensamos en velocidades de 8 megabits por segundo. Y no todo el mundo puede acceder a ellas”.

Un minuto más tarde, el problema de la cámara queda resuelto con un cambio de plataforma y el caprichoso internet yemení parece dispuesto a permitir que la conversación continúe. Al-Dafheri está acostumbrado a lidiar con obstáculos mucho más molestos que una imagen defectuosa. Ahora le quedan dos semanas para completar sus estudios de ciencias de la computación, ha cofundado su propia startup, Tektonic Labs, y colabora como formador en el proyecto Re:Coded, que enseña a programar a jóvenes de zonas en conflicto, como Turquía, Irán o Yemen. Hace 16 años era un niño obcecado en desentrañar los misterios del “esotérico” ordenador familiar. Su aventura comenzó en un país sin internet, con una electricidad que iba y venía, y que terminó hundido en las calamidades de de una guerra.

Compara sus inicios con Hansel y Gretel siguiendo un camino de escasísimas migas de pan. La primera fue un callejón sin salida: “En mi casa vi un libro de un lenguaje de programación llamado Pascal. No tengo ni idea de cómo llegó allí. Supongo que vino con el ordenador”, recuerda. Al-Dhaferi es el del medio de cinco hermanos, su padre es gestor financiero y su madre, ama de casa. Nadie de su familia tenía conocimientos de tecnología más allá del nivel de un usuario corriente. E internet ni estaba ni se le esperaba, ni siquiera en la capital, Saná, donde vivía entonces y ahora. Por eso, cuando abrió el libro de Pascal, lo único que pudo hacer fue volver a cerrarlo. “Aquello era un galimatías. Parecía magia”.

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Entonces intervino su padre. “Me presentó a alguien del servicio técnico. Le dijo: ‘Este es mi hijo. Le interesan los ordenadores y la tecnología. ¿Puedes contarle algo?”. Aquel mentor primigenio le habló del lenguaje de programación Visual Basic y le explicó que era lo que la gente utilizaba para decirle al ordenador lo que tenía que hacer. Pero cuando Al-Dhaferi le preguntó cómo podía aprenderlo, le llevó a otro punto muerto: la única opción disponible entonces solo admitía graduados universitarios y aunque llegó a pedirles permiso para asistir, no era compatible con su educación escolar.

Tres discos egipcios

“Después me dijeron que podía comprar discos con vídeos sobre programación”, continúa. Y tras largas e infructuosas pesquisas, llegó a la capital, Saná, una feria del libro que habitualmente reunía en Yemen a editoriales de todo Oriente Medio. Al-Dhafesi buscó por todas partes y se encontró principalmente con las miradas de extrañeza de quienes ni sabían qué les estaba pidiendo. Hasta que llegó al puesto de una compañía egipcia que tenía justo lo que necesitaba: tres CD de Visual Basic para principiantes.

“Podría decirse que eran mi libro sagrado”, afirma. Vio todos los videos e hizo todos los ejercicios. Y después volvió a verlos y rehizo cada tarea, pero dándole un toque personal al código. Cuando terminó la segunda vuelta, se encontró de nuevo en la casilla de salida. Internet seguía sin ser una opción: había cibercafés, pero incluso allí la conexión era lentísima y las máquinas, reliquias. “No tenía a dónde ir, pero tenía más conocimiento”, matiza. Así que reanudó su caza de discos, descubrió los e-books y siguió aprendiendo por su cuenta.

A los 15 años, convenció a su padre para que, en lugar de contratar a un programador, le encargase a él un proyecto de reorganización de una base de datos de clientes. Pasado un mes, le entregó el resultado y alcanzó la gloria adolescente. “Me dio 100 dólares y me convertí en el niño más popular de mi familia”, recuerda. Pero las exigencias del instituto le obligaron a aparcar temporalmente su particular camino formativo, y en el momento de ir a la universidad, no logró acceder a ninguna beca que le permitiera costearse los estudios. Así que siguió aprendiendo por su cuenta. “Por suerte ya tenía internet. No era el mejor ni el más rápido, pero podía buscar y ver de qué hablaba la gente”.

Entonces llegó la guerra. El país lleva ya seis años sumido en el conflicto entre Arabia Saudí y los rebeldes Huthi de Yemen, cuyo levantamiento desalojó al gobierno del poder en 2015. Al-Dhafesi describe aquel como un año perdido. No había internet ni electricidad. “Era imposible continuar”, lamenta. Al año siguiente, se mudó a la calurosa ciudad costera de Adén, huyendo de la insostenible situación que se vivía en la capital. Allí tampoco encontró una comunidad de programadores que le sirviese de guía y el acceso a la red estaba terriblemente limitado por un ataque que había destruido la central del proveedor. Solo le quedaba una opción: el cibercafé.

“Al principio iba todos los días, pero era muy caro estar allí siete, ocho o diez horas”, recuerda. Para poder continuar, hizo un pacto con su anfitrión, el dueño del negocio. “Yo le ayudaba a descargar películas y él me dejaba acceder gratis a internet”, resume. Títulos como The Walk, Warcraft y algunas películas de la saga Star Wars atrajeron nuevos clientes al cibercafé y permitieron a Al-Dhafesi seguir aumentando sus conocimientos. “Sé que es ilegal, pero hice lo que tenía que hacer. Y aquí no hay ley”, argumenta. Al cabo de dos meses consiguió acceder a internet desde su casa y empezó a trabajar en una página web donde los ciudadanos yemeníes pudieran compartir sus historias de la guerra. “Los medios en mi país han creado una brecha entre la población. Quería recordarle a la gente que al final son los ciudadanos normales los que están sufriendo”, comenta.

Salah Al-Dhafesi
Salah Al-Dhafesi

En 2017 pudo volver a Saná y encontró un lugar donde cursar sus estudios: el centro malayo de formación a distancia Twintech. “Es una buena universidad. Probablemente no sea la mejor, pero tendré mi título”, razona. Al cabo de un año, escuchó hablar de Re:Coded y envió una solicitud sin tener muy claro de qué iba el proyecto. “No tenía ni idea de cómo iba a cambiarme la vida”, admite. Le aceptaron y conoció a toda una clase de personas que estaban en su situación, tratando de aprender a programar contra viento y marea, y a un profesor dispuesto a ayudarles. “Era la primera vez que estaba con una comunidad de gente interesada en lo mismo que yo. No gente que asiente en silencio esperando a que me calle”.

Poco antes de completar los tres meses que duraba su formación, le contrató una empresa de desarrollo de apps para Android. Y en 2019 se incorporó como formador a Re:Coded. “Fue genial poder aprender con esta gente y tener la oportunidad de devolver el favor”, asegura. Algunos de los alumnos que han pasado por sus cursos han fundado ya sus propias startups o trabajan para compañías ubicadas en Turquía o Estados Unidos. “Ahora tienen mejores futuros. Y no solo eso. Están creando oportunidades para la gente de sus círculos”.

A finales del año pasado, Al-Dhafesi fundó Tektonic Labs con la que desarrollan proyectos para terceros o hacen labores de consultoría. “El nombre es un poco cursi, pero queremos ser la compañía que genere un movimiento tectónico en el sector tecnológico de Yemen”, explica. Ese cambio pasa por flexibilizar las posturas de una industria anticuada y demasiado dependiente de costosas herramientas de código cerrado. “Están usando cosas que son de 2003 y para la situación actual funciona. Pero no puedes esperar que la comunidad mejore si estás atascado en los mismos principios de hace 15 años”, precisa el programador, cuya estrategia es servir de ejemplo para que otras empresas modernicen sus prácticas.

¿Las claves de su éxito? Más allá de una evidente perseverancia, el joven yemení está convencido de que ha ido conquistando sus metas gracias a que es muy hablador y al esfuerzo que hizo su padre en que aprendiese el inglés perfecto que habla ahora. “Tuve la suerte de nacer en una familia muy centrada en la educación. Eso me ayudó porque no hay tantos recursos en árabe. Si hubiera tenido solo eso, me habría quedado atascado”, razona. Los bloqueos son parte de la vida cotidiana de cualquier persona que esté aprendiendo a programar o que, incluso habiendo completado su formación, se encuentra un problema nuevo. Y encontrar la manera de resolverlos es la sal de la vida de Al-Dhafesi, que no puede evitar deshacerse en sonrisas mientras recuerda sus eurekas más memorables.

No es tan común que los obstáculos sean una eventual caída de internet o un corte en el suministro eléctrico que se lleva por delante todo el código escrito desde el último guardado. “Al principio, la reacción es querer buscar el edificio más alto de la ciudad y saltar. Luego te acostumbras”, comenta. Cuando estaba en Adén, cuarenta minutos de electricidad podían dar paso a seis horas de apagón. Y con un calor sofocante derritiendo las calles, encender el ordenador era el menor de sus problemas. “Tener el aire acondicionado funcionando ya era una lucha constante”, precisa.

Las carencias de las infraestructuras yemeníes siguen estando presentes y se vuelven un obstáculo en momentos que antes eran impensables, como una visita a un colegio para impartir un seminario de programación. “Nos ocurrió que se cayó internet en ese momento, y después de 15 minutos era evidente que los niños no se iban a quedar en sus sillas”, relata Al-Dhafesi. Para minimizar las sorpresas, la clave es programar formaciones o reuniones importantes en la primera mitad del día, cuando internet está menos solicitado. “A partir de las 6 se vuelve imposible porque todo el mundo está conectado en su casa o en el cibercafé”.

Algunas cosas van mejorando. “Ahora hay bootcamps [cursos intensivos y eminentemente prácticos]de diferentes compañías y gente participando en todos ellos. Y las empresas de Yemen están empezando a darse cuenta de que no necesitan un título para permitir que la gente trabaje con ellos”, enumera. Y, en contraste con los avances, persisten antiguos retos: en la capital hay electricidad prácticamente las 24 horas, pero es muy cara, y lo mismo ocurre con el acceso a internet, que además es mucho más inestable. “Pero las cosas se están volviendo cada vez menos complicadas. Estoy seguro de que cuando pare la guerra tendremos una comunidad tecnológica floreciente en Yemen porque internet será más accesible y seremos capaces de probar nuevas cosas sin preocuparnos por nada”.

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