Acercarse a los 40 y no tener hijos: “Ya no sé si es que no quiero o no quiero porque no puedo ni planteármelo”
Cada vez hay más mujeres que deciden no ser madres, no por infertilidad, sino porque no lo desean o no pueden permitírselo. Una treintena de ellas explican sus razones, que van desde la precariedad laboral, el difícil acceso a la vivienda a priorizar el desarrollo profesional y la falta de parejas corresponsables
Marta Uceda coge el teléfono desde un pueblo de Granada, Loja. Tiene 32 años. Cuenta del tirón:
—A los 18 pensaba que tendría dos críos, pareja estable, trabajo: el sueño de cualquier persona a los 20. ¿Qué pasó? La vida. Te da palos y no te deja levantarte. Ruptura, desencanto, encajas con otros pero no hay sintonía. Lo piensas y ves que el trabajo no te da para un crío, que si el padre no se va a involucrar para qué. Pasan los años, el cuerpo cambia y, feminismo mediante, acabas rompiendo con un patrón que es el de que hay que tener hijos sí o sí. No querría una crianza mediocre, tampoco tengo una independencia total económica: trabajo en un cine como operadora de cabina y soy técnica de iluminación en espectáculos. Me he dado cuenta de que no quiero pasar por ahí. Intento vivir en el ahora.
Maru pasó por la veintena y la treintena de forma parecida a Marta, aunque su presente es distinto. Vive en Madrid. Descuelga y comienza a hablar como si estuviera haciéndolo sola:
—Estoy a punto de cumplir los 40 y los últimos cinco años han sido tremendos. Imagina pasar cinco años creyendo que sabes seguro que no quieres ser madre, pero pensando cada día si eso es así realmente. Si es porque se supone que es lo que tienes que hacer; por si luego te arrepientes, y blablaba, si en realidad no es tu verdadero deseo, o si sí, pero la realidad lo hace imposible. Porque yo ya no sé si es que no quiero o no quiero porque no puedo ni planteármelo.
Lo que Marta y Maru narran es extensible a una masa de mujeres entre los veintimuchos y los cuarentaypocos: las razones por las que cada vez las mujeres tienen menos hijos. En el último medio siglo se ha producido un cambio profundo en la estructura social relacionado, entre otras variables, con el cambio de vida que han experimentando ellas. En las más de 30 historias que este diario ha recogido para este reportaje se cruzan una y otra vez las mismas reflexiones: la precariedad y la inestabilidad laboral, el difícil acceso a la vivienda, el desarrollo profesional, la falta de parejas corresponsables y la conciencia feminista están entre los motivos para que cada vez más mujeres o bien decidan no ser madres, o bien se vean condicionadas a no serlo.
Ya una encuesta del CIS de 2006 sobre fecundidad y valores en la España del Siglo XXI ahondaba en la modificación de “las pautas de formación de la familia y los comportamientos reproductivos”. Sobre todo, “entre las mujeres activas y con mayor nivel educativo”, que “se anticipan” a esas nuevas pautas: “Las españolas perciben que los costes de la crianza de los hijos les resultan mucho más gravosas que a sus parejas para la vida profesional. A una amplia mayoría les gustaría un modelo de familia simétrico, pero menos de la mitad de ellas vive en una familia igual o parecida a la que le gustaría vivir”.
Esa percepción de la realidad reflejada en esa encuesta de hace casi dos décadas no solo no se ha disipado, sino que no ha hecho más que acrecentarse con el tiempo. Y hay dos perspectivas que ayudan a explicar por qué la tasa global de fecundidad en España ha pasado de ser de 78,63 nacimientos por cada 1.000 mujeres en 1975 a 31,4 en 2022, según los últimos datos del Instituto Nacional de Estadística.
La primera es la infertilidad social de la que habla Míriam Aguilar, la autora de ¿Y ahora qué? Una reflexión sobre la no maternidad por circunstancias (Koan, 2023). Explica que son “esas veces en las que las circunstancias socioeconómicas son determinantes” y que “afecta a aquellas personas que en sus años fértiles no han tenido la posibilidad” por múltiples motivos como no tener pareja —y a veces no se quiere o no se puede hacer en solitario—, por cuestiones económicas o falta de trabajo estable. Y la segunda es una ruptura con todo lo que antes “se suponía que debía ser”, dice Almudena Hernando, la doctora en Prehistoria y arqueóloga social: “El abandono de esa posición a la que nos reducía el orden patriarcal que era el ser madre”. Son cuestiones distintas pero se tocan.
Ángela R. Bonachera encaja en la primera, en la llamada infertilidad social: 32 años, periodista. Vive “en una casa que no tiene ni habitación”. Cocina, cama, su despacho cuando teletrabaja y el de su pareja están en un mismo espacio. Nunca ha querido parir pero sí adoptar, o acoger: “Pero así, ¿cómo? Nadie te puede impedir quedarte embarazada, pero hay un comité que a mí no me va a permitir en la vida una adopción o una acogida. Las condiciones socioeconómicas que tenemos no dan más de sí. He pensado mucho en hasta cuándo puedo darme de plazo. Los 40. Pero intento no darle muchas vueltas porque me agobio muchísimo”.
Ese agobio, a veces, es también compartido entre aquellas que han dado especial peso a la reflexión sobre lo que la maternidad podría conllevar para sus carreras profesionales o sus perspectivas de vida —cuestiones reflejadas en cientos de estadísticas a lo largo de los últimos años—, aquellas que para este reportaje aluden a que “sin el cambio” que produjo en ellas el feminismo, “es probable” que siguieran pensando que lo que les “tocaba” era ser madres sí o sí.
Carmen, de 32 años y asesora de comunicación, cuenta que sus parejas acaban marchándose porque no quieren adaptarse a sus horarios y ella quiere crecer en su trabajo. Asegura que el tema maternidad la “angustia en el último año” tanto que está “en terapia”. Y rumia: “Tengo amigas y compañeras así y nos sentimos juzgadas cuando sacamos el tema. Acabas por callar. A mí se me ha dicho varias veces, y me lo han dicho mujeres, que lo quiero todo: ser madre y seguir con mi carrera profesional como si nada. Los hombres no contestan, como si el tema no fuese con ellos”.
Hernando, la arqueóloga, apunta hacia quienes dicen que ahora las mujeres se han vuelto egoístas: “Hay quien las culpa de que la sociedad no funcione, de la baja natalidad. El problema no son ellas, el problema es que los hombres no se han pasado a la parte de los cuidados. Y el orden político y económico no ofrece tiempo para cuidar, ni tampoco premia los cuidados. Lo más importante es el trabajo y el éxito, eso sí se premia. Pero sigue exigiéndose ambas cosas a ellas y no a ellos”.
Según la última encuesta acerca de las percepciones sobre la igualdad entre hombres y mujeres del CIS, las mujeres dedican casi 7 horas de media al día, 412 minutos, al cuidado de los hijos; ellos, 228,88 minutos. Y ellos piensan más que ellas que “la maternidad es la mayor satisfacción que una mujer puede tener”. Olga Pozas está lejos de estar de acuerdo. Nació en un pueblo de Gerona, en Campdevánol, hace 42 años, “no pareja, no progenie”.
Es abogada y supervisora en un hospital de Barcelona y durante un tiempo “romantizó” la idea de compartir con alguien una familia: “Como si no la tuviera ya: mi madre, mi padre, mis amigas, mis amigos. Esa pareja debía ser un buen compañero o compañera y alguien de quien sentirme orgullosa. Han ido llegando y pasando, pero no he confiado en nadie para llevar a cabo esta gesta, que es justo lo que me parece la crianza. También porque he priorizado otras cosas que me hacen feliz, mi trabajo, por ejemplo”.
Trabajo, ocio, amigos. Áreas que, dice María Rivera, psicóloga sanitaria especialista en terapia familiar y neuropsicología clínica, han venido a ampliar el espacio de las mujeres: “No tener hijos tiene a veces más implicaciones sociales que internas, hasta hace unos años era una de las expectativas y una de las misiones de nuestra vida: hijos y familia. Hoy ya no, tenemos esferas para desarrollarnos, y, a priori, no tiene por qué suponer una carencia. Pero sí que es una decisión difícil muchas veces, se tienen dudas sobre el futuro o sobre cómo va a ser nuestra vida”.
Todas esas reflexiones y los cambios sociales que han llevado a ellas, no solo se están produciendo en España. Valentina se conecta a zoom. Está en Lima, tiene 29 y dice que “podría ser que cambiara de opinión, pero que para eso el mundo tendría que darse la vuelta”. Resume: “He visto lo que la maternidad ha hecho con mis amigas de infancia y de universidad. Ellas son felices casi todo el tiempo, pero yo no quiero eso para mí, no quiero dedicarme por entero, y sola, ¿oíste?, sola, a cuidar, limpiar, cocinar, agendar citas médicas, cumplir con esas citas. No quiero que esa vida se me lleve por delante lo que yo considero que tiene que ser mi vida. Si el mundo y los hombres fuesen otra cosa entonces quizás, pero así no”.
La sobrecarga que no comparten los hombres
Hernando, la arqueóloga, explica que las mujeres, con la modernidad, rompieron ese rol madre-cuidadora que parecía inamovible. “Y se individualizaron”, es decir, ya no eran solo eso sino también todo lo demás al incorporarse a la vida política, laboral y social. Con un pero: “Encarnamos la individualidad pero ahí sigue la parte del cuidado, una sobrecarga que los hombres no han compartido. Nosotras asumimos la parte social, laboral, pero no hemos podido compartir el cuidado con los hombres porque no han hecho lo mismo, se han quedado en el yo y la individualidad. Ese es el problema fundamental”.
Con los años, dice, cuando da tiempo a “darse cuenta”, lo que empieza a producirse es “hastío de esa situación, la conciencia de que los hombres no van a compartir esas tareas”, y se da “una ruptura de esa estructura binaria del orden patriarcal”, ese hombre-mujer, cada uno en su rol, bajo el que se ampara la idea de familia tradicional.
Dice Rivera, la psicóloga: “Las mujeres que actualmente estamos en edad de tener hijos hemos crecido con la idea de ser independientes, trabajar, tener una carrera, pero también nos han inculcado la idea de familia e hijos. Nos han estado diciendo ‘ten cuidado, no te quedes embarazada’, y pasamos de ahí a darnos cuenta de que igual no es tan fácil tenerlos llegada una edad”. Y explica que esto “produce un shock para muchas de ellas”, sobre todo cuando aparecen problemas de fertilidad, “porque hay sentimientos encontrados, piensan que han antepuesto ciertas cuestiones y, llegado el momento, es su culpa el no poder tenerlos”. Eso, afirma, “supone un cambio y una elaboración de la identidad personal muy importante”.
Algo parecido le pasó a Amelia. “Nunca estuve en el no claro ni en el sí claro. Pero a lo largo de los años, el no me lo acabé encontrando”, dice desde Barcelona, donde vive, aunque es de Castellón. En la veintena: estudios y trabajos precarios, era profesora interina: “Muchos años alquilando una habitación, una sustitución en un instituto, otra, todo era inestable, tenía un novio que no quería hijos y estuve con él desde los 30 hasta los 40″.
En medio, a los 35, le diagnosticaron endometriosis y eso hizo que la balanza pesara más hacia el no: “Hice un camino que, al final, entre la situación inestable a nivel laboral, el desastre de la vivienda en Barcelona, que tampoco tenía red familiar o de apoyo cerca y a los 39 me tuvieron que operar y me hicieron una histerectomía… Llegó el no”. Estuvo mal una temporada: “Pero pasé ese duelo, ya está, lo he digerido y me he plantado con 46 y trabajando en educación y con adolescentes. Es otra forma de vivir”.
Esto, dice Míriam Aguilar en su libro, “habla de cómo muchas no saben si hubieran podido porque no tuvieron la oportunidad de intentarlo, sienten que les ha sido arrebatada la posibilidad de elegir entre ser madres, no serlo o dejar de intentarlo, como si las circunstancias de la vida hubieran tomado esa decisión por ellas”. Vida Isabel Ortega, de 36, nacida y crecida en México, manda un minipodcast en varios audios en el que narra el cómo el contexto emocional, laboral, social y económico para ella, en Ciudad de México, le impide planteárselo. ¿Se podría “lanzar a ser madre”? Podría. Pero no quiere “subsistir”.
Este es su último audio:
—Si bien la decisión de no tener hijos es mía, se enmarca en una matriz de la que yo no tengo control, y creo que no los tendré porque no he alcanzado el éxito económico y en cuanto a parejas. Siento que he fracasado mucho más en esto que si no pudiera tener hijos biológicamente, y sentir eso es muy cabrón. No me hace sentir menos mujer, no va por ahí, sino que está relacionado con mi capacidad de persona en el mundo. Lo justo sería que no tuviéramos que enfrentarnos a estos dolores, pero pasan y supongo que eventualmente podré hacer las paces con el no ser madre y resignificar que si no lo soy, no es porque fallé como persona, sino porque el sistema nos falla a nosotras.
"No puedo anteponer mi deseo a la realidad"
Las dos perspectivas que explican por qué las mujeres deciden o se ven obligadas a no tener hijos, la infertilidad social y la ruptura con la idea de que si se es mujer hay que ser madre sí o sí, funcionan también para otro grupo de mujeres. Aquellas que sí tuvieron uno.
En Villavicencio, una ciudad al sudeste de Bogotá, en Colombia, Karen Arana coge la llamada a través de WhatsApp. Tiene 29 y tuvo a su hijo a los 18, con una pareja con la que estuvo 11 años y con la que pensó en la posibilidad de un segundo: “Estudio psicología, me gradúo, empiezo un máster y me doy cuenta de que no, de que me corresponde a mí sola, todo. Empieza a crecer mi ambición profesional y laboral y mi libertad”. Y concluye, dice, que hay dos razones por las que no volverá a ser madre, su “crecimiento personal” y que cree “que no hay ningún hombre apto para ejercer una paternidad responsable”.
Criar, insiste, “es tremendamente difícil, una de las tareas más invisibles para el resto del mundo” y, a nivel social cree que no hay nada que te preparare para ello: “Y a la vez se juzga demasiado. Si ejerces una especie de crianza respetuosa porque no pones límites, si estás siendo demasiado dura, porque lo eres. Se te juzga como mujer, madre, pareja. Se idealiza el tema de la maternidad, la entrega absoluta por los hijos, ser feliz todo el tiempo. ¿Debería ser lo más lindo del mundo? Socialmente es muy difícil cumplir ese rol”.
Raquel López, a muchos kilómetros de Karen (nació y vive en Salamanca), cumplió los 46 este año. Fue madre con 21, mientras estudiaba Derecho, pero decidió tenerlo: “Tuve la suerte de tener el apoyo de mi familia. Cuando cumplió tres años, salió rana todo y me encontré yo sola con 27 años con una cría y saliendo adelante”.
Terminó la carrera a los 10 años de empezarla, entró a trabajar a un supermercado y mientras se sacó el doctorado en Derecho y Ciencias Sociales, y siempre quiso uno más, pero las circunstancias no lo permitieron. “Yo sola no podía con la inestabilidad laboral, estuve cuatro años en paro. Pudo el raciocinio, me dije ‘es imposible, no puedo anteponer mi deseo a la realidad’, y es esa espinita pero yo sé que las circunstancias son así, me puedo cabrear o estar frustrada o tomármelo de otra manera”. Dice que el feminismo entró a su vida, e hizo que se lo tomara de esa otra manera. Aunque no fue fácil.
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