Homofobia: una denuncia inventada; un miedo muy real
La mediática agresión inventada por un joven de Malasaña hace temer a los colectivos gais que se olviden sus legítimos temores sobre los ataques callejeros
A Axel Sarraillé le pasó un domingo de marzo en Madrid. Iba sentado en el metro, en la línea 5, con los auriculares puestos, ajeno a todo, distraído. De pronto, notó que un hombre de unos treinta años se colocaba de pie, delante de él. Y sin más ni más, le gritó: “¡Maricón! ¡Hijo de puta!”. Y le asestó un puñetazo en la cara que le rompió los cristales de las gafas, hiriéndole y cortándole en la mejilla y alrededor de los ojos. Axel no sabía lo que pasaba, pero reunió los suficientes reflejos como para zafarse de un segundo puñetazo. El hombre se fue después, cuando el metro llegó a la estación. Axel, de 25 años, se acurrucó sangrando en el asiento, muerto de miedo, dolorido, esperando que alguna de las 10 personas que viajaban con él en el vagón le ayudara. Nadie acudió. Solo una mujer se acercó a él y le hizo una pregunta que casi dolió tanto como el puñetazo: “¿Pero tú qué has hecho para que te pegue?”.
El miércoles pasado, por la mañana, Axel relataba este caso en una cafetería del centro de Madrid. A esa hora, el joven que había denunciado un espeluznante ataque homófobo por parte de una banda de ocho encapuchados en un portal de Malasaña estaba a punto de confesar que todo era una mentira. Pero aún no lo había hecho. Axel, un activista del movimiento gay que ha acompañado a otros compañeros a denunciar agresiones, pensaba aquella mañana que el asalto salvaje y humillante de los encapuchados no encajada demasiado en los patrones que él mismo había visto (y sufrido) otras veces. Demasiado complicado. Demasiado calculado. Demasiado rebuscado. Por lo general, las agresiones homófobas están gobernadas por el puro azar y se dan en encuentros fortuitos en la calle. “Pero me creí lo de Malasaña. Claro que sí”, comenta ahora. Desde el asesinato a golpes y a patadas de Samuel Luiz, con el inevitable “maricón” de por medio, en el paseo marítimo de A Coruña la noche del 3 de julio, todo crimen homófobo parece posible. “Después de lo de Samuel, piensas: ahora esto… El miedo le dio verosimilitud”, explica Rubén López, director del Observatorio Madrileño contra la LGTBfobia. El caso ha resultado ser falso, pero el miedo sigue siendo real.
Un homosexual de 35 años comentaba el viernes que ya no se atreve a ir de la mano con su novio por la calle, que cuando sale de Chueca y camina solo siente miedo, algo que no había experimentado nunca hasta este momento, y que, como otros muchos miembros del colectivo gay, está pensando, por primera vez en su vida, en comprarse un aerosol de gas pimienta y llevarlo siempre en la mochila para defenderse.
Según los datos del Ministerio del Interior, en 2016 se registraron 230 denuncias por delitos de odio relacionados con la orientación sexual. En esta categoría concreta se incluye el que sufrió Axel y, si hubiera sido verdadero, el del joven de Malasaña. En 2017 ya fueron 271; en 2018 bajaron a 259; en 2019 volvieron a escalar a los 278 y en 2020 —con todo el mundo confinado— se quedaron en 277.
Las asociaciones LGTBI de España tienen otra manera de contabilizar ellas mismas estos ataques. Registran lo que ellos denominan “incidente”. No hace falta que la persona lo denuncie ante la policía. Es suficiente con que se compruebe la veracidad de lo ocurrido.
Cada año, la Federación Estatal de Lesbianas, Gais, Trans y Bisexuales (FELGTB) elabora un informe en el que consigna este tipo de agresiones sumando las que recaban las asociaciones locales y regionales. No es un dato exhaustivo ni exacto, porque hay regiones que no cuentan con este tipo de asociaciones. Según este recuento, en 2017 fueron 619; en 2018 llegaron a 971 y en 2019, último informe publicado hasta la fecha, bajaron a 756.
EL PAÍS ha preguntado a las asociaciones que suministran datos a FELGTB para saber cuántas agresiones se contabilizaron en España en 2020 y en lo que va de 2021. En el primer caso —en un año de confinamiento— fueron 642.
En lo que va de 2021 —también un periodo de fuertes restricciones por la pandemia— se han registrado ya 566. De seguir con esta tendencia, el 31 de diciembre se habrían convertido en más de 800. La crisis del coronavirus, con la alteración completa de la vida cotidiana, desvirtúa y enmascara cualquier estadística. Pero a juzgar por estos datos, la progresión es ascendente.
Axel Sarraillé teme que tras la mentira del chico de Malasaña —convertida en la noticia explosiva de la semana— las agresiones verdaderas queden contagiadas de sospecha. En esto él ve cierta homofobia latente: “Se nos pide que, como colectivo, seamos inmaculados y cuando no pasa, la falta de uno tiende a afectar a todos. Cuando un heterosexual miente, no se cuestiona al resto. No todo el colectivo de homosexuales, evidentemente, está compuesto por seres de luz…”
El recorrido de la denuncia falsa fue enorme y meteórico: viajó desde la comisaría de Centro de Madrid a la presidencia del Gobierno pasando por todos los partidos políticos y todos los periódicos, televisiones y emisoras de radio en menos de 24 horas. El joven, acompañado de su pareja, acudió el domingo por la noche a dicha comisaría a poner la denuncia. Cuando el comisario del distrito, al llegar a su despacho, la vio a primera hora del lunes, algo alarmado, pensó lo siguiente: “Si existe una banda que ataca de ese modo a personas en el barrio hay que detenerla cuanto antes y tranquilizar a los ciudadanos”. Otorgó prioridad absoluta al asunto y destinó una veintena de agentes de la policía judicial para que peinaran el barrio en busca de alguien o algo que pudiera dar alguna pista sobre un grupo de ocho encapuchados con sudaderas que, a plena luz de la mañana de un domingo, hubieran asaltado en un portal a un chico de 20 años tatuándole en la nalga con la punta de un cuchillo afilado, con nitidez, la palabra “maricón”. Al mismo tiempo, interrogaron a amigos y conocidos del denunciante. Barajaron muchas causas sin decidir nada: una venganza, un grupo descontrolado de extrema derecha, una banda latina, un ajuste de cuentas, una mentira…
Mientras, la noticia saltaba el lunes por la tarde y, sin que nadie la pusiera en duda, adquirió una repercusión mediática y política descomunal. Inés Arrimadas, líder de Ciudadanos, fue la primera en condenar en Twitter el presunto ataque. El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, lo hizo a las ocho de la tarde. El alcalde de Madrid y portavoz del Partido Popular (PP), José Luis Martínez-Almeida, también mostró su rechazo a la presunta agresión y afirmó que era “excesivo” vincular el ataque a Vox. Ante las declaraciones del alcalde, Irene Montero, ministra de Igualdad, tuiteó el martes: “Excesivo blanqueamiento. Excesiva LGTBIfobia”. Pocos minutos después, Javier Ortega Smith, secretario general de Vox, condenaba en TVE el presunto ataque y aseguraba que la “causa directa” de esta violencia había que relacionarla con la entrada “masiva” de inmigrantes ilegales. La ministra Ione Belarra, de Podemos, respondió señalando al PP por “quitar hierro a los discursos que la ultraderecha lanza a diario”. Pedro Sánchez convocaba poco después una reunión urgente de la Comisión de Seguimiento del Plan de Acción de Lucha contra los Delitos de Odio para el viernes.
Incongruencias
Paralelamente, los policías de la comisaría de Centro se enfrentaban al caso como si se tratase de un homicidio: reconstrucción de los hechos, intervención de la policía científica, aporte de datos estadísticos, visionado de todas las cámaras de seguridad de la zona (incluidas las del metro), entrevistas con los vecinos del barrio para localizar testigos… Tomaron declaración a más de 30 personas. Y ni rastro de los encapuchados. Comenzaron a destapar algunas incongruencias clave: “Ocho encapuchados corriendo hacia una persona que les abre la puerta de su portal”, “visten sudaderas pese a que hace calor”, “los vecinos no oyen nada pese a que las paredes son finas”, “las heridas que presenta son demasiado perfectas como para habérselas hecho en un forcejeo o en medio de una agresión violenta y rápida”, “no llamó ni al 091 tras el ataque”. Cada día, por la mañana, los policías informaban a sus superiores de lo que descubrían y de lo que no descubrían.
A la vista de las contradicciones, decidieron, el miércoles, temprano, volver a preguntar al chico, que, en principio, se mostró muy tranquilo. El interrogatorio duró siete horas. El mismo comisario de Centro, un policía veterano y experto en homicidios y secuestros, participó en la fase final. Le colocaron ante sus contradicciones hasta que el chico no supo cómo salir de su propia mentira y confesó que todo era inventado. En cuanto lo hizo, alrededor de las seis de la tarde, se envió una nota a la Jefatura de la policía para que se difundiera con rapidez.
El vendaval político no amainó. Al contrario. El PP y Vox acusaron al ministro del Interior, Fernando Grande-Marlaska, de ocultar datos de la investigación y de instrumentalizar el caso políticamente a pesar de que sabía o que intuía que la denuncia era falsa. Exigieron su dimisión. Marlaska replicó que se enteró de la falsedad de la historia el mismo miércoles por la tarde. Arrimadas también solicitó la dimisión del ministro. Casado señalaba, desde Berlín, que Marlaska degradaba las instituciones. E Ione Belarra calificó a Vox como “odiadores profesionales que utilizan las denuncias falsas”. Marlaska precisó por su parte: “No voy a dimitir. La única responsabilidad que asumo es seguir trabajando”.
Poco a poco, el foco informativo se fue apartando de los delitos de odio, de las agresiones a homosexuales.
¿Qué pasa después de esta semana desquiciante?
El secretario de organización de la Federación Estatal de Lesbianas, Gais, Trans y Bisexuales (FELGTB), el sociólogo Ignacio Paredero, lo tiene claro: “Lo peor es que no pase nada, que no cambie nada, y que esa denuncia falsa se utilice para restarle importancia a un problema que está ahí fuera. Sé que hay miedo, pero a este miedo hay que combatirlo con medidas”.
Marc Fernández tiene 27 años, es homosexual, de Barcelona, y comenta que desde el asesinato de Samuel Luiz en A Coruña va por la calle “hipervigilante”. Y añade: “Es agotador. Es agotador eso y la guerra que parece que, desde lo de la denuncia falsa, se ha declarado contra nosotros. Yo lo que siento es desprotección. Y miedo. Me siento desprotegido”.
Marc sabe de qué habla. Y por qué: el 29 de mayo, iba, a las nueve de la mañana, por la ronda del General Mitre y, a la altura de la plaza Lesseps, se encontró con un grupo de adolescentes. Uno llevaba un perro rottweiler. “Después de años de acoso en el colegio he desarrollado un sexto sentido para saber quién viene a por mí y supe desde el primer momento que esos iban a ir a por mí”. Acertó. Uno de ellos le alcanzó, le gritó el “maricón” de siempre y le pegó una patada en la mano. Sin más. Marc, que se dirigía al gimnasio, como cada mañana, que iba a empezar su día como cualquier otro, sintió el dolor del patadón y se quedó quieto, paralizado. Se preguntó, con extrañeza: “¿Esto me está pasando de verdad?”
No tuvo tiempo de responderse porque decidió salir huyendo a la carrera.
Con información de Daniel Arribas e Íker Vega.
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