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Crónica de la cuarentena por el coronavirus | Día 12: Puertas abiertas

Dos semanas después de ser evacuados desde Wuhan, los 21 repatriados españoles, entre los que se cuenta el enviado especial de EL PAÍS, abandonan la cuarentena

J.S.

“11. El personal de enfermería les tomará la temperatura tres veces al día. Recuerde que usted NO ES UN ENFERMO y se encuentra en periodo de vigilancia. Gracias por su colaboración”

La planta 17 del hospital militar Gómez Ulla era, hasta hoy, un espacio regido por la paradoja de Schrödinger: los huéspedes en su interior estaban a la vez sanos y enfermos. Sin embargo, la penúltima frase en la bienvenida del código de conducta elevaba a mayúsculas su mensaje nuclear, como si una lógica desiderativa hubiera irrumpido a tiros en el juramento hipocrático. Este acto de fe de formas castrenses, el cual no hubiera sonado extraño en boca del sargento de artillería Hartman –alíñenlo con sus obscenidades de preferencia–, se ha hecho, previo paso de 14 días, realidad. Los 21 españoles repatriados desde Wuhan estamos sanos, en un sentido estricto nunca hemos dejado de estarlo, y solo faltan unas pocas horas para que abandonemos el aislamiento. Estas de aquí pasan por ser, por tanto, las últimas líneas del diario de cuarentena, con las que hoy brego ataviado con una chaqueta del Betis.

A la normalidad, no obstante, no entraremos a través de la puerta de salida del hospital. Familiares, amigos, casas y empleos aguardan a muchos en Wuhan, adonde nadie sabe cuándo podrán regresar. Allí, en el epicentro, el ritmo de detección de nuevos casos de COVID-19 muestra por primera vez síntomas de ralentización, una tendencia atribuible al cambio de criterio estadístico más que al sometimiento de la infección. Aun así, 98 personas más fallecieron ayer y las autoridades sanitarias reconocen que sigue faltando información crítica respecto al patógeno, descubierto –conviene no olvidarlo– hace poco más de un mes. De dónde viene, cómo saltó al ser humano, cómo se transmite, cómo se cura, cómo se previene. Hasta que todas esas certezas queden selladas, el virus y la tragedia que despide seguirán empapando. Pienso, por ejemplo, en Zhang Whenzhen, aquella chica que explicaba entre accesos de tos que su madre estaba infectada y su hermana era un caso sospechoso, quien no ha vuelto a responder al teléfono. Ya han pasado más de dos semanas.

Una vez franqueados los controles médicos del aeropuerto fantasma de Wuhan, recuerdo haber contemplado el avión de la aerolínea Wamos, la nave que nos devolvió a España. Pensé entonces que la patria, ese animal tan esquivo, nunca antes se había manifestado de forma más evidente. Claro que es mutable: también puede uno encontrársela en un sobao Martínez. Ahora pondré estas hojas a un lado para ir a despedirme de mis compañeros. En la celebración estarán presentes, por primera vez sin mascarillas, los trabajadores sanitarios. Quisiera que las últimas palabras de este diario fueran para ellos, quienes se han desvivido para ofrecernos las mejores atenciones a lo largo de estas dos semanas. También para la tripulación del vuelo PLM8471, por conducirnos de vuelta a casa; el personal del consulado y la embajada española en China; así como todas las personas involucradas en este operativo. Si los 21 de Wuhan estamos hoy sanos y de vuelta en casa, es gracias a ellos. Un país es, más que un avión o un sobao, un grupo de individuos que se ayudan.

P. D.: A la hora de salir de Wuhan, cada evacuado solo pudo cargar con un bulto de no más de 15 kilos. Manuel Vela optó por llenar su maleta con ropa, toda con los colores del Betis. Hoy, antes de volver a hacer el equipaje, ha repartido las prendas entre sus compañeros de cuarentena. A uno de origen australiano y que jamás ha oído hablar del Benito Villamarín le ha tocado una camiseta. Con ella en la mano solo ha podido preguntar: “¿Qué significa esto?”. “Tú póntela. Cuando la lleves puesta y alguien en algún lugar del mundo reconozca el escudo, lo entenderás”, le ha respondido Vela. “Hay cosas que no se pueden explicar con palabras, quillo”.

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