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“El Papa me tiene bloqueado en Twitter”

Luis Mario Vitette, el ideólogo de un espectacular robo en Buenos Aires, asegura que tomaba mate con Bergoglio en la cárcel. Su vida como ladrón ha inspirado una novela y una película

San José (Uruguay) -
Luis Mario Vitette, en el parque de su casa de campo en San José, Uruguay, tras la entrevista con EL PAÍS,
Luis Mario Vitette, en el parque de su casa de campo en San José, Uruguay, tras la entrevista con EL PAÍS,Ramiro Barreiro

Llaves mellizas, programas de rastreo de llamadas, tenedores con las puntas dobladas. El ladrón del siglo (Planeta, 2019), del uruguayo Luis Mario Vitette, tiene numerosos consejos para delinquir y, también, decenas de ilícitos confesados; sin embargo, para el autor se trata de “una gran historia de amor”. Su vida será llevada a la pantalla grande en el película El robo del siglo, próxima a estrenarse el 16 de enero. El uruguayo es el único exladrón que puede presumir de haber tomado mate con el papa Francisco, entonces cardenal Jorge Bergoglio, y de contar con miles de seguidores en sus redes sociales. 

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Vitette nació hace 64 años y en 2006, tras una larga carrera de “escruchante” —palabra elegante para describir a quien entra a las casas cuando los dueños no están—, protagonizó uno de los más espectaculares robos de la historia en una sucursal del Banco Río en las afueras de Buenos Aires, en un plan ideado por cinco hombres durante un año y gracias al cual se llevaron 25 millones de dólares empuñando armas de juguete. Ninguno de ellos pasó más de cinco años en prisión y no volvieron a delinquir. Del botín solo se recuperó un millón de dólares.

Vitette vive ahora en una casa de campo cercana a la pequeña ciudad de San José, a una hora de Montevideo, lugar que comparte con su esposa Elicet, 35 años menor, su hijo de cuatro años y un montón de perros. En esa tierra nació, se crio, conserva las cenizas de su padre y piensa terminar su vida. En esas calles conoció el alcohol y las drogas; en esa ciudad fue a prisión por primera vez luego de decirle ‘hijo de puta’ al entonces presidente de facto, Juan María Bordaberry, en 1972. “Ahora soy otra cuestión”, se ataja Marito, como le llaman. “Tenemos que separar mi vida en dos, mi estúpida vida, mi mala vida, y mi nueva vida. En mi nueva vida el robo no tiene nada, en mi vida anterior era el pilar”, dice.

En la casa no se habla del robo salvo con algún periodista, pero cuando se habla se hace sin ningún reparo, delante del niño y marcando sin pudor los momentos “en off”, mientras se comparten mates. Cuando el periodista se va, es Elicet quien imparte y ejecuta esa orden de silencio que Vitette acata sin chistar. La mujer, que conoce sus mañas, también vive bloqueando mensajes de Facebook. Llegan de dos tipos: ladrones que quieren seducirlo con propuestas y señoras mayores, que buscan seducirlo con lo que sea. “Hicimos un test de madurez que dice que yo tengo 18 años y ella 47”, bromea Vitette, “Somos dos viejos chotos que dormimos agarrados de la mano”.

Sin embargo, no es esta la historia de amor que cuenta el libro que lleva prólogo del periodista rioplatense Víctor Hugo Morales y cuya edición digital pelea los primeros puestos de venta. En uno de los tantos ingresos a viviendas, Marito conoció a la otra gran protagonista del libro: Gisselle. Los datos precisos de nombres (algunos muy famosos), fechas y lugares que el ladrón da en su libro son parte de su enorme capacidad creativa y narrativa pero, además, y según sus editores, de una aptitud para pensar esa narrativa en función del producto. Un administrador que tiene alta capacidad de improvisación y adaptación, cualidades que sirven tanto para meterse en una casa, robar un banco o escribir un libro.

“El ladrón es como el clown, cuando lo están escuchando habla de botellas de champagne y mujeres entangadas bailándole alrededor, pero el día a día es muchos panes duros y tristezas en los pabellones de las cárceles. Por cada botella de champagne hay años de prisiones”, resume Vitette. Algunos productores de Netflix avisaron de que irán a visitarlo para producir series, tras el anuncio de El robo del siglo, la película sobre su vida que se estrenará el 16 de enero y tendrá a Guillermo Francella en su papel. Vitette dice que les dará la mano y se presentará como el único ladrón en el mundo con seguidores en redes sociales y cientos de entrevistas. Hasta su boda fue transmitida por televisión.

También como el exladrón al que el papa Francisco, entonces cardenal Jorge Bergoglio, visitaba en la cárcel de Devoto para tomar mate. “Ahora me tiene bloqueado en Twitter porque le reclamo he reclamado la inclusión de la mujer en la Iglesia, que asesinen a todos los curas pedófilos y que afloje con el celibato. Y se lo voy a seguir reclamando. Yo soy el pecador manifiesto, me debería lavar las patas él a mí”, dice.

Vitette tiene ahora una joyería, y de eso vive. “Si ahora viene Netflix necesitaré dinero cada vez que tenga que cerrar mi joyería para filmar”, se adelanta, “yo no financio, yo cobro salga o no salga. A mí me contratan, yo soy la figura, hablen con mi representante”.

El uruguayo, aunque no lo reconoce, quiere evitar que le suceda lo mismo que hace unos años, cuando un compatriota que es productor y vive en España le mandó el guion de algo que se llamaba La casa de papel. “Me pidió que le diera una miradita de ladrón y le respondí que la historia era imposible de llevar a la vida real. Pero después la compró Netflix”, afirma. Vitette dice que la serie retomó cosas idénticas de aquel robo al Banco Río, en el que el uruguayo y sus compañeros simularon una toma de rehenes, aprovecharon la repercusión mediática y escaparon, boquete mediante, en dos lanchas inflables por un desagüe pluvial.

La serie española también habla de errores por ambición, egos y amor. Y exhibe la furia contenida de alguien que se sabe abandonado. “El olvido para mí no es nada, es una cuestión que no existe. A veces la mente humana tiende a mitigar situaciones que nos duelen y esconder otras que no nos gustan mucho. Yo tengo esa parte anulada en mi cabeza y ahí radica la veracidad de mi relato. Ojalá pudiera olvidar, decir ‘eso me duele, no me quiero acordar más’. Me gustaría tener la facultad de olvidar”.

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