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Bruselas acelera su agenda verde para importar solo productos “libres de deforestación”

La Comisión saca brillo a su política medioambiental ante la inminente llegada de Ursula von der Leyen

Bosque afectado por la sequía en Menden (Alemania), este lunes.
Bosque afectado por la sequía en Menden (Alemania), este lunes.INA FASSBENDER (AFP)
Álvaro Sánchez

La Comisión Europea prepara el terreno a Ursula von der Leyen para facilitarle la ambiciosa transformación que aspira a poner en marcha durante sus primeros 100 días al mando de la institución. Dos pesos pesados del Ejecutivo comunitario, los vicepresidentes Frans Timmermans y Jyrki Katainen, presentaron este martes un paquete de medidas para frenar la tala de bosques en todo el planeta y promover su recuperación.

El movimiento llega en plena preocupación por las políticas del presidente brasileño Jair Bolsonaro respecto a la Amazonia. Bruselas es consciente de que su campo de acción es limitado: la mayoría de bosques se encuentra más allá de su territorio y no puede obligar a los Estados fuera de su perímetro, pero planea utilizar cada vez más sus potentes herramientas comerciales para disuadir a otros países de seguir pelando los bosques y selvas: según sus cálculos, entre 1990 y 2016 se han destruido en el planeta 1,3 millones de kilómetros cuadrados de bosque, lo que supone que cada hora desaparecen el equivalente a 800 campos de fútbol.

La hoja de ruta final para dar un giro a la acción comunitaria está todavía por pulir, y mezcla nuevas medidas con objetivos. Una de las que pueden tener un efecto más claro sobre el consumidor es la intención de Bruselas de endurecer los estándares y certificaciones para que al mercado europeo lleguen sobre todo productos que no contribuyan a la deforestación. "Por ejemplo, se puede indicar: este producto que está usted comprando se ha elaborado sin repercusión sobre la deforestación. Eso ayuda al consumidor a tomar una decisión informada sobre lo que compra", ha explicado Timmermans.

El ejemplo de la moratoria de la soja de la Amazonia brasileña

NAIARA GALARRAGA GORTÁZAR |São Paulo

Si la Unión Europea quiere asegurarse de que no importa productos fruto de la deforestación existe un sistema vigente hace casi 12 años que persigue precisamente ese fin y que, según Greenpeace, funciona. Aunque es limitado a un producto -soja- y a un territorio -la Amazonia brasileña-, lo considera un buen modelo a replicar. En 2006, las grandes empresas del sector de la soja, el Gobierno de Brasil y la sociedad civil suscribieron un acuerdo por el que la industria se comprometió a no utilizar soja producida en áreas deforestadas en el mayor bosque tropical del mundo. El pacto incluye mecanismos fiscalizadores. Gracias a ese mecanismo, Brasil no exporta soja derivada de la deforestación de la Amazonia.

El problema es la producción agrícola en otras zonas del país que no tienen tanta protección legal y ambiental como la Amazonia y cuya cadena de producción es más difícil de controlar. Buena parte de las mayores empresas alimentarias del planeta de comprometieron hace nueve años a que para 2020 excluirían de sus cadenas de producción de varios productos (incluidos la soja, el ganado, el cacao, los lácteos, el aceite de palma y el papel) cualquier ingrediente fruto de la deforestación. Cuando recientemente Greenpeace les apremió porque el plazo se acerca, solo una respondió. Cargill, una de las mayores comercializadoras de grano del mundo, admitió, a través de su directora de sostenibilidad, Ruth Kimmelshue: “Pese a nuestros esfuerzos, nuestra empresa no cumplirá la meta de eliminar la deforestación en 2020”.

La Unión Europea importa productos como aceite de palma, carne, soja, cacao, maíz, madera y caucho, todos ellos incompatibles, en muchos casos, con el objetivo de mantener intacta la superficie boscosa. "La UE representa un 10% del consumo final de productos asociados a la deforestación", ha reconocido el líder holandés.

La Comisión estudia proponer leyes que minimicen su porcentaje de culpa en la tala masiva. El enunciado no siempre va acompañado de respuestas sobre cómo lo logrará, y cada paso de Bruselas requiere a menudo de un largo proceso legislativo hasta su aprobación definitiva, pero a apenas tres meses de que se produzca el trasvase de poder en su cúpula, el gesto denota el afán de Bruselas por agilizar la agenda medioambiental.

El documento contempla la creación de un observatorio europeo sobre deforestación global que agrupe datos a disposición de las Administraciones, empresas y consumidores; también de un foro donde estén presentes para discutir sobre la cuestión; incentivos para que los pequeños agricultores no dañen los ecosistemas —la expansión de los cultivos provoca el 80% de la deforestación, el resto corresponde al crecimiento de ciudades e infraestructuras—, fomentar el consumo de productos libres de deforestación o apoyo financiero a los países productores para que protejan sus bosques.

Los mandamases comunitarios consideran que Europa está exenta de problemas a nivel interno porque ha conseguido aumentar su superficie boscosa en los últimos tiempos, pero insisten en la importancia de estas masas arboladas para la biodiversidad y la captura de carbono, y creen que los europeos tienen una responsabilidad en su deterioro por sus hábitos de compra. Cambiar la cadena de suministro para reducir esa huella de consumo no se antoja sencillo. “No podemos hacer esto solos, tenemos que formar parte de una alianza global”, emplazó Timmermans.

El objetivo es doble: preservar los bosques y plantar nuevos. "Suena muy fácil, pero no hay una solución rápida y simple. Si la hubiera ya lo habríamos resuelto", recordó Katainen. El gran instrumento de presión con que cuenta la UE para influir en sus socios son los tratados comerciales. Bruselas ha aprovechado la regresión proteccionista de Donald Trump para embarcarse en una carrera en la que ha firmado numerosos acuerdos de libre circulación de servicios y mercancías. Entre otros países, con Canadá, Japón o los miembros de Mercosur (Argentina, Brasil, Uruguay y Paraguay).

Este último pacto, aprobado pero que todavía no ha entrado en vigor, es especialmente delicado, dado que Brasil concentra las mayores inquietudes sobre la salud de los bosques del planeta. Greenpeace se apresuró a calificar el tratado como "un desastre para el planeta" que afectará al Amazonas y afectará a los pueblos indígenas. La UE defiende lo contrario. Estima que incluye salvaguardas muy robustas contra la tentación de sus líderes de acelerar la tala. Y en el articulado del texto se menciona el objetivo de sacar a los bosques de las cadenas de suministro y la moratoria al cultivo de la soja en Brasil para limitar la expansión de las plantaciones en terrenos forestales. "Sabemos la posición de los países de Mercosur, sobre todo de Brasil, respecto a la degradación del bosque tropical, pero no estamos dispuestos a ceder lo más mínimo", advirtió Katainen.

El Ejecutivo europeo confía en que si impone restricciones, el mercado se autorregulara para excluir a los productos que no sean sostenibles. "Cuando limitamos el uso de plaguicidas perjudiciales el mercado cambió. Ahora no hay mercado para alimentos obtenidos con plaguicidas prohibidos", celebró Katainen.

Pese a que la Comisión saliente ha logrado sacar adelante en los últimos cinco años numerosas medidas contra las emisiones contaminantes, el auge electoral de Los Verdes en Europa, y el movimiento estudiantil que ha sacado a las calles a centenares de miles de alumnos en todo el planeta, han contribuido a crear un momentum favorable a las políticas ecológicas que sobrevolará todo el mandato de Von der Leyen a través del llamado green deal. “El bosque te devuelve el eco de lo que le grites”, remató Katainen citando un refrán finlandés.

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Sobre la firma

Álvaro Sánchez
Redactor de Economía. Ha sido corresponsal de EL PAÍS en Bruselas y colaborador de la Cadena SER en la capital comunitaria. Antes pasó por el diario mexicano El Mundo y medios locales como el Diario de Cádiz. Es licenciado en Periodismo por la Universidad de Sevilla y Máster de periodismo de EL PAÍS.

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