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DEMOGRAFÍA
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La tribu del colegio son los nuevos primos

La disolución de la familia extensa se suple a veces con redes de afines: son los llamados “papamigos”, con hijos de la misma edad

Patricia Gosálvez
Varios padres llevan a sus hijos al colegio, al inicio del curso, el pasado septiembre en Valencia.
Varios padres llevan a sus hijos al colegio, al inicio del curso, el pasado septiembre en Valencia. Mònica Torres

En los ochenta, crecías rodeado de primos y cada par de años caía una comunión. La primera copa te la servía un verano uno de los mayores y a los pequeños nos dejaban salir porque íbamos todos juntos. Si hubiesen sabido… Yo tenía siete primos por parte de madre (a los que más veía) y 14 por parte de padre a los que no veía casi. Mis hijos tienen tres, pero viven muy lejos. Dos en Estados Unidos y otra más allá de la M-30, que con la vida moderna, pilla también a trasmano.

Los nacimientos han caído un 30% en España en la última década, publicaba recientemente el INE. En 1975, el año que nací, las mujeres tenían 2,8 hijos de media. Hoy tenemos 1,25. A nivel macro, esto pone en peligro la pirámide y las pensiones; a nivel micro significa menos hermanos y menos primos. Y a la larga, menos tíos y aún menos primos, y también abuelos cada vez más viejos, porque en la última década ha aumentado en un 63% el número de madres que hemos parido con 40 años, ¿llegaremos a conocer a nuestros nietos? ¿Tendremos las rodillas como para cuidar de ellos?

Ante la ausencia de una familia extensa –provocada por esta bajada de la natalidad pero también relacionada con la movilidad laboral en un mercado jodido, con las largas jornadas de trabajo, el diseño de ciudades en barrios desconectados y el precio de la vivienda (¿quién puede alojar un abuelo en casa?)– muchos hemos construido alrededor de nuestros hijos una red de tíos y primos putativos. Una pseudofamilia de pega formada por papamigos.

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En mi caso, una tribu de unos 10 padres y madres que además de coincidir a las nueve menos cinco en la puerta del colegio del barrio, se quiere. Tenemos un sub-chat al margen del oficial de la clase y nos referimos a nosotros mismos como si fuésemos una banda de rock muy chunga con el nombre de ese grupo de Whatsapp: “Los tal” (no pienso revelarlo). Vamos en comandita al parque y salimos a tomar cervezas con toda la prole. Hacemos excursiones que no ha organizado el AMPA. Y sí, también vamos de vacaciones juntos. Una semana, una casa, 15 niños. Ríete de Supervivientes. Sé que el concepto papamigos puede dar grima, pero a mí esta tribu me está salvando la crianza. Me acompañan y me cubren las espaldas. Y forman parte de mi día a día con más presencia que mi familia o mis amigos de siempre.

“La familia extensa cada vez se va a diluir más porque ahora hay una montaña de hijos únicos; así que todos buscamos sustitutos, con más o menos éxito”, me consuela la ensayista Carolina del Olmo autora de ¿Dónde está mi tribu? Maternidad y crianza en una sociedad individualista. Analizamos por teléfono los pros y los contras de esta familia no sanguínea. A favor: “A los sustitutos los eliges por afinidad”. Es decir, aunque los has sacado de una muestra limitada (padres de compañeritos), los has elegido más que a tus hermanos. Además, al ser relaciones frescas, no hay agravios que se remontan décadas ni tampoco psicodramas, porque por lo general nadie se pelea con un amigo como lo hace con un hermano o con tu madre ya ni te digo. Y de paso, te ahorras los cuñados.

En contra: “Con las familias de afines dejamos de aprender a vivir con lo que te ha tocado; son más homogéneas”, dice Del Olmo. Con la mía lo ha clavado: tenemos entre 36 y 45 años, compartimos código postal y pisos similares, todos tenemos un hijo en primero de primaria, y la mayoría otro en infantil. Solo hay una católica convencida, nuestra querida oveja negra. Estudios superiores, políticamente progresistas, inquietudes parecidas, abuelos de clase media… Todos somos hetero. Hasta vestimos parecido. Al menos hay cuatro extranjeros y una madre soltera.

“Lo peor es que se ha perdido el caldillo de la familia extensa”, dice Del Olmo. “La intergeneracionalidad y esa convivencia real que era el cauce de circulación de los conocimientos asociados al cuidado, donde coexistían de cerca la abuela enferma y el bebé recién nacido, en el que los niños más mayores cuidaban de los pequeños, los adolescentes de los ancianos, los ancianos de los infantes... Ahora llegamos a adultos sin haber cuidado de nadie”.

“Antes había otros problemas –los derechos de la infancia, la libertad de las mujeres– pero siempre había alguien que te sostenía el niño”, opina Cira Crespo, autora de Maternalias. De la historia de la maternidad. “Estamos en una excepcionalidad histórica; hacer las cosas solo con cuatro manos adultas es difícil y diferente a cómo se ha hecho siempre”. La historiadora explica que el modelo de familia nuclear viene de la industrialización (“cuando surgen el salario familiar”) y se consolida con el capitalismo. “Es muy difícil salirse de un modelo que marca incluso cómo se construyen las casas y que también, por mil razones económicas, ha roto las redes de vecinos”, dice Crespo, para quien la nueva crianza en comunidades de afines no son tan ideales “porque es difícil compartir la intimidad con un extraño”.

Los papamigos compartimos sobre todo el ocio. Los problemas cotidianos también, claro, y las urgencias (“¿quién me los puede recoger, que no llego?”), pero ¿qué pasaría si nos ponemos a prueba con la tensión de un drama de verdad? Una deuda gorda, una enfermedad grave, una muerte. Lo comento en el sub-chat de Los tal. Algunos dicen que para eso, además de la familia (sus padres o sus hermanos) tirarían de los amigos íntimos en general, sean o no de la tribu. La mayoría calla, creo que hartos de que use mi familia putativa o no para escribir reportajes. Y entonces, la madre soltera que es una valiente se atreve: “Si yo me muero, os pienso dejar la niña al grupo de Whatsapp”. Ya lo tiene hablado con su madre y su hermana, perfectamente encantadoras. También con la niña que ha dicho que mejor criarse con sus amigos. Yo me la quedaba sin dudar, pero prefiero que no se muera mi “hermana”.

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Sobre la firma

Patricia Gosálvez
Escribe en EL PAÍS desde 2003, donde también ha ejercido como subjefa del Lab de nuevas narrativas y la sección de Sociedad. Actualmente forma parte del equipo de Fin de semana. Es máster de EL PAÍS, estudió Periodismo en la Complutense y cine en la universidad de Glasgow. Ha pasado por medios como Efe o la Cadena Ser.

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