Los hombres que traicionan la intimidad de las mujeres
La sociedad recibe con machismo los vídeos sexuales de ellas. La Fiscalía alerta de su uso creciente para acosar
La chica intentó suicidarse antes de llegar a la consulta del psicólogo Raúl Padilla. Un vídeo sexual con su exnovio, en el que solo se la reconocía a ella, había llegado a los móviles de sus padres y saltaba de teléfono en teléfono entre compañeros y profesores de la universidad privada. A los seis meses acudió otra estudiante, también de familia acomodada, hundida en la depresión y con muchísima ansiedad. Sus fotos íntimas circulaban por el campus. “Las dos se habían separado de sus novios, con los que llevaban bastante tiempo. Ellos no estaban de acuerdo”, cuenta Padilla, también sexólogo y terapeuta de parejas. “Todo el mundo les dio la espalda, la familia, los compañeros, los amigos. Las rodearon de ostracismo y por detrás cuchicheaban: 'son unas guarras”.
Ambas veinteañeras vieron su intimidad expuesta, almacenada en centenares de teléfonos, igual que V. R., la mujer que se suicidó hace una semana mientras cinco vídeos explícitos circulaban entre los compañeros de una fábrica de camiones en Madrid. Padilla pudo ayudar a aquellas estudiantes. “Una de ellas rompió con la familia, se fue de casa y cambió de universidad”. Las que ha conocido Julio Martínez en su juzgado mixto de Violencia de Género en Avilés son jóvenes en su mayoría, alguna se tuvo que mudar de ciudad y también pasaron por el psicólogo porque sus exnovios lanzaron al mundo los vídeos que solo podían ver ellos. “Para lo dañinos que son esos comportamientos, están poco penados”, dice el también coordinador de Jueces para la Democracia en Asturias. El Código Penal considera la difusión de material sensible, aunque haya sido grabado con consentimiento, como un delito contra la intimidad castigado con de tres meses a un año de prisión o multa. Ocurre desde 2015, después de que el caso de Olvido Hormigos sacudiera España mediáticamente. La concejal de Yébenes (Toledo) había enviado un vídeo a un amante, que llegó a hacerse público. Los responsables, a los que denunció, no fueron condenados.
El juez recuerda que estos casos son difíciles de instruir porque hay que recabar muchos datos, solicitarlos a las compañías telefónicas. “Y eso se dilata en el tiempo, los vídeos siguen circulando y continúa el sufrimiento de las mujeres”.
Enviarse textos o imágenes subidas de tono, lo que se conoce como sexting, es una práctica que se dispara con la ubicuidad del teléfono móvil, ya el tercer brazo de todas las generaciones. Dice la abogada experta en privacidad Paloma Llaneza, autora de Datanomics: “Antes no llevábamos la cámara de fotos a todas horas, ahora caminas con un ordenador potentísimo en el que documentas tu vida permanentemente. Tienes la tentación de grabarte. Lo habitual en Tinder es que lo primero que haga un tío es mandar la foto de una polla”. Uno de cada siete menores de 18 años envía fotos o vídeos sexuales, y uno de cada cuatro los recibe, según una extensa revisión publicada en JAMA Pediatrics el pasado año. En España, uno de cada tres niños recibía mensajes de contenido sexual en 2016 cuando seis años antes la proporción era de uno de cada 10.
El sexting analógico siempre ha existido en forma de prenda, “una carta, un pañuelo perfumado, un mechón de pelo”, dice Padilla, “que era una anticipación del encuentro”. En el mundo digital la prenda es una autofotografía de un pene o el torso desnudo, “lo que piensan los hombres que más va a gustar a las mujeres” y piden algo similar a cambio.
Ellas lo suelen hacer a demanda, mantiene Padilla y también su colega, la sexóloga Adriana Royo, autora del libro Falos y falacias. “Tengo muchísimas pacientes que me dicen: 'Me sentí presionada por mi pareja para mandar los vídeos. Lo hago por él'. Tienen miedo de perder al novio si no los envían, no son capaces de poner límites”, explica Royo. Paloma Llaneza cree que muchas de las chicas que comparten esas imágenes se ven impelidas por la presión reinante, “ese 'si no lo haces eres una rancia”. Como telón de fondo, siempre está el porno, ese aula gigantesca en la que las nuevas generaciones aprenden sobre sexo. “Otras pacientes me dicen que no cortan con el novio por la cantidad de vídeos sexuales suyos que tiene él en su teléfono”, continúa la sexóloga.
Presionadas o no las mujeres, su auténtica pesadilla comienza cuando esas imágenes de masturbaciones o coitos abandonan el dispositivo u ordenador del destinatario. Y ahí la sociedad patriarcal lo somete a su lectura y en eso todos los consultados coinciden. “Una chica es una guarra y un tío un machote. Es tremenda la presión y la sensación de violación que soportan las mujeres”, sostiene Royo. “Las nuevas tecnologías suponen nuevas formas y oportunidades de acoso que apuntan a ellas”, señala la jurista y directora de la Fundación Mujeres, Marisa Soleto, que cree que ese acoso “se convierte en violencia de género, porque hay asimetrías entre los sexos, el componente sexual en las mujeres se juzga bajo estereotipos machistas”. El juez también lo considera así, además de que quienes comienzan a difundir los vídeos suelen ser exparejas que quieren castigarlas a ellas.
La Fiscalía advierte en su última memoria de “la frecuencia creciente con que se utilizan las tecnologías como medio para canalizar el hostigamiento, la humillación, la persecución, la coacción, el acoso o el ejercicio del control sobre otros”, algo que, señala, “está teniendo una clara incidencia respecto de determinados colectivos en situación de especial vulnerabilidad, como menores de edad o víctimas de violencia de género”. En 2017, último año con cifras disponibles, se incoaron 466 procedimientos, un 7% de todos los abiertos por delitos informáticos
Y luego están los catalizadores de ese acoso, quienes reenvían los vídeos y las fotos, como ocurrió en el caso de V. R. y en el de las dos pacientes del sexólogo Padilla. Esos hombres que no pueden evitar enseñarlos porque son hombres, como decía el torero Fran Rivera esta semana, para después advertir a las chicas de que no los manden. Royo se horroriza ante la falta de empatía y el morbo. Un ejemplo de esto último: en una página de porno que contiene ocho millones de vídeos, la inmensa mayoría de las tendencias para España son búsquedas con el nombre de V. o términos como “trabajadora Iveco”. Así hasta 20 nombres para la misma búsqueda. Llaneza recalca que se está cometiendo un delito al marcar el botón de reenviar. “Lo que hay que hacer cuando recibes vídeos o fotos sexuales es borrarlos y avisar a la persona que los ha enviado”.
En cualquier caso, y ahí el machismo regresa, igual que la culpable de una violación no es la chica que lleva minifalda, tampoco lo es la mujer que envía un vídeo sexual a su pareja o amante. “Estamos acostumbrados a que, en los delitos contra las mujeres, la responsabilidad es de la víctima. Es la vieja retórica de nuestra abuela: 'hija, guárdate tú', cuando los que cometen delito son ellos”, dice Soleto
"Si lo vas a hacer, que no se te vea la cara"
Bajo la lupa del derecho y la privacidad, el caso de V.R. tiene una durísima lectura: "Si hay un contenido susceptible de ser utilizado en tu contra, se usará", advierte la abogada Paloma Llaneza, "ya sea un vídeo, un whatsapp o un correo electrónico, y todos tenemos cosas que ocultar". Y así, "lo que no se graba no existe y lo que no existe no puede ser utilizado contra ti". Todo lo digital, advierte, puede ser teóricamente recuperado o encontrado, incluso lo que desaparece al poco tiempo, como ocurre en Snapchat. El autor de Mundo Orwell, manual de supervivencia en un mundo hiperconectado, Ángel Gómez de Ágreda, dice que, sin enviar nada, "lo que guardamos en un teléfono u ordenador es vulnerable; ya no es un espacio privado". También la policía, ante el aumento de circulación de vídeos sexuales, pide que no se graben ni envíen. "Y si lo vas a hacer, que no se te pueda reconocer, no mostrar la cara", dice el psicólogo y sexólogo Raúl Padilla.
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