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DIVULGACIÓN CIENTÍFICA
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Las ‘fake news’ de la ciencia

El fenómeno de las revistas 'predadoras' es un subproducto inesperado del vigoroso movimiento del acceso libre en la publicación académica

Investigadores en un laboratorio.
Investigadores en un laboratorio.Getty
Javier Sampedro

"Publish or perish", reza el lema irónico de los científicos. Publica o perece. Desde conseguir una beca de doctorado hasta una plaza fija de investigador, todo en la carrera científica pasa por la acumulación de publicaciones "revisadas por pares". Esto quiere decir que el borrador del artículo debe superar una evaluación por científicos expertos en esa misma área, generalmente anónimos, que pueden exigir a los autores experimentos adicionales, o considerar teorías alternativas, o simple y llanamente rechazar el trabajo. La presión para publicar, unida a la cultura de gratuidad que impera en Internet, han generado un monstruo en los últimos años: las revistas predadoras, que en 2018 ya alcanzaban las 8.700 cabeceras y los 400.000 artículos anuales, según los datos de Cabell’s, una firma analítica de Texas.

El fenómeno es un subproducto inesperado del vigoroso movimiento del acceso libre (open access) en la publicación académica. Las revistas científicas se han financiado tradicionalmente cobrando suscripciones a las bibliotecas de los departamentos universitarios y los grandes laboratorios. El movimiento del acceso libre ha conllevado la fundación de revistas gratuitas de notable calidad, como las de la Public Library of Science (PLoS) o eLife. Por definición, los trabajos publicados ahí son de acceso libre en Internet para cualquier persona. Y la corriente es tan pujante que los propios gigantes de la publicación convencional, como Nature y Science, han abierto sus propios títulos de libre acceso.

Esto significa que la fuente de financiación de las revistas convencionales depende cada vez menos de cobrar por las suscripciones y cada vez más de cobrarles a los propios autores del artículo. Pay or perish, paga o perece. Todos los científicos están ya acostumbrados a abonar esas tarifas, que pueden de ir de los pocos cientos a los varios miles de euros, según la revista. Los científicos, como es natural, cargan esos costes a sus proyectos de investigación, financiados en todo o en parte por los impuestos. Las bibliotecas universitarias también se financiaban con dinero público. La diferencia es que el modelo de open access permite que el público que ha costeado las investigaciones acceda gratuitamente a sus conclusiones. Todos los científicos consultados por este diario consideran justo ese aspecto.

Pero un sistema en que las revistas no cobren por sus suscripciones —es decir, no cobren a los lectores, sino a los autores— lleva un palo entre las ruedas: la revista ya no tiene ningún incentivo para que alguien la lea, y por tanto para guardar un estándar de calidad. Puede publicar cualquier refrito mal apoyado en las evidencias, siempre que los autores del bodrio, o quienes les financian, estén dispuestos a pagar por ello. Estas son las revistas predadoras, que no solo publican cualquier cosa, sino que ‘viven’ de ello. La idea es que así se inflan los currículos y se consiguen los ascensos.

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Se supone que una revisión por pares detectaría la mala calidad del trabajo, y éste suele ser el caso con las revistas legítimas. Pero la revisión por pares de la que presumen las revistas predadoras suele ser poco más que una fachada.

Un artículo-trampa de 2013 sigue siendo el epítome del género. Un periodista con formación en biología molecular, John Bohannon, escribió un borrador donde se concluía, falsamente, que un componente de los líquenes inhibía a los tumores. Según contaba Bohannon a The Economist, el artículo adolecía de una metodología “irrisioriamente mala”, y vendía el componente del liquen como “un prometedor nuevo fármaco contra el cáncer” sin la menor mención a un ensayo clínico. Se inventó todos y cada uno de los autores del trabajo, así como sus centros de investigación en África, y mandó el manuscrito a 121 revistas sospechosas de predación. El 69% de ellas aceptaron publicar el artículo a cambio de una tarifa. Son las fake news de la ciencia.

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