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Escuela de eutanasia

Médicos, enfermeros y psicólogos acuden a clases en Bélgica para aprender a ayudar a morir al paciente sin errores

Álvaro Sánchez
Una de las sesiones del curso, en Lieja, el 1 de diciembre.
Una de las sesiones del curso, en Lieja, el 1 de diciembre.Delmi Álvarez

El profesor explica cómo quitar la vida correctamente. Los alumnos toman notas en silencio y alzan la mano para ahondar en los detalles del procedimiento. No quieren acabar declarando ante un juez. La sala, a la entrada del hospital de Lieja, está casi llena. Unos 60 jóvenes y mayores. Tres cuartas partes son médicos, el resto enfermeros y psicólogos. Han pagado 25 euros por asistir a una de las seis sesiones formativas que cada año organiza en Bélgica la Asociación por el Derecho a Morir Dignamente. Dicho más brevemente: están aprendiendo a practicar eutanasias.

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El primero en tomar la palabra es el anestesista belga François Damas. Recientemente jubilado, ha realizado más de 150 eutanasias durante su carrera, y pese a haber terminado su etapa laboral, sigue ayudando a morir legalmente a los que cumplen los requisitos. Micrófono en mano, insiste en la importancia del acompañamiento al paciente en todo momento, desde la solicitud hasta el día final. Se sabe bien el discurso. Lleva años repitiéndolo en Francia, donde es invitado con frecuencia a hablar en medio de un intermitente debate sobre su legalización. Para Damas, la lucidez del enfermo al pedir la eutanasia es la gran diferencia frente a otras fórmulas para aplacar el dolor como la sedación terminal, practicada en España o Francia.

Sentada en las primeras filas le escucha Dominique Pitz, de 67 años. Estudiante de español en sus ratos libres, esta médico generalista ha dejado las clases de idiomas porque no se concentra. En septiembre, un antiguo director de colegio de 75 años enfermo de párkinson le pidió la eutanasia. Desde entonces, su cabeza bulle ante la idea de hacerse cargo por primera vez de esa responsabilidad. En su memoria está lo sucedido hace 14 años con una paciente, cuando tras el largo proceso hasta obtener el consentimiento y varias noches sin dormir por los nervios del estreno, la naturaleza se le adelantó. "Durante el fin de semana la había visto ya muy somnolienta, y cuando llegué el lunes por la mañana con todos los productos para practicar la eutanasia acababa de morir".

Sobre el papel, cualquier médico está capacitado para practicar una eutanasia, pero los más experimentados insisten en que la teoría de las aulas universitarias es insuficiente. "Voy a parecer un poco severa, pero cuando hablamos de poner fin a la vida, no nos podemos permitir ningún error. Ni en la técnica médica, ni en la atención psicológica", advierte Jacqueline Herremans, de la asociación por una muerte digna.

Precisamente para eso, para no cometer fallos, se ha inscrito Pitz. El curso ayuda a conocer la ley aprobada por el Gobierno belga en 2002 y evitar así sobresaltos. En noviembre, tres médicos se convirtieron en los primeros en ser llamados ante un tribunal belga acusados de envenenamiento. La familia de una mujer denuncia que le realizaron una eutanasia pese a no padecer una enfermedad incurable, una de las estrictas condiciones para recibir la inyección.

Junto a los conocimientos técnicos que aporta, la clase es una reivindicación de la eutanasia frente al empeño de algunos médicos por mantener al paciente con vida a toda costa, un propósito que califican de ensañamiento terapéutico. "La eutanasia es reapropiarnos de nuestra muerte. Oímos que en Francia no lo aceptan. En Bélgica hemos superado esa etapa, podemos estar orgullosos", saca pecho uno de los conferenciantes. En la pantalla, una viñeta avala la tesis de la eutanasia como acto de compasión. Un hombre crucificado se queja: "Me duele". Otro responde indiferente: "Ya pasará". 

Pitz, con la fecha de su primera eutanasia aproximándose, reconoce que vive con cierto conflicto interno. "No estoy programada para eso, estoy programada para salvar vidas", admite. Los expertos dicen en un momento de la charla que aliviar el dolor es una obligación deontológica del médico, y la clase se adentra en senderos existenciales. "El médico debe llegar con el paciente a la convicción de que no hay otra solución", dice a los presentes la filósofa Marie Lucie Delfosse. 

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Sobre la firma

Álvaro Sánchez
Redactor de Economía. Ha sido corresponsal de EL PAÍS en Bruselas y colaborador de la Cadena SER en la capital comunitaria. Antes pasó por el diario mexicano El Mundo y medios locales como el Diario de Cádiz. Es licenciado en Periodismo por la Universidad de Sevilla y Máster de periodismo de EL PAÍS.

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