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Ve preparando tu muerte

El fallecimiento sigue siendo un gran tabú, nos falta información sobre lo inevitable. Tenerla nos ayudaría a afrontar mejor el fin

Una experta japonesa en tanatopraxia, en un congreso sobre la industria funeraria en 2015 en Tokio. 
Una experta japonesa en tanatopraxia, en un congreso sobre la industria funeraria en 2015 en Tokio. toshifumi kitamura / afp/ getty
Carmen Pérez-Lanzac

Todos sabemos lo que sucede antes de un nacimiento. Náuseas matutinas, ardor de estómago, contracciones… Las matronas enseñan a los padres vídeos para que estén tranquilos y preparados para el momento del parto. Sin embargo, nada ni nadie nos cuenta cómo será el instante de nuestra muerte. Llegamos al fin sin información real de nuestros últimos momentos.

Hace un siglo, cuando alguien cumplía los 30 años ya había visto morir a varios familiares en su casa. Su abuela, quizá su padre, muchas veces a uno de sus hermanos. Esa experiencia preparaba a las personas para afrontar ese temido momento. Sin embargo, en los últimos 40 años, es muy raro que alguien tenga ese conocimiento, sobre todo en las ciudades. Conforme ha avanzado la medicina, hemos pasado a morir en los hospitales, buscando siempre una posible solución a la enfermedad.

La inestabilidad de los tiempos que corren tampoco nos ayuda a despedirnos en paz. Para Oriol Quintana, profesor de Ética y Pensamiento Cristiano de la Universidad Ramon Llul, que trata la muerte en su libro 100 preguntes filosòfiques (editorial Cossetània; solo disponible en catalán), antes, cuando todo era menos cambiante, podías morirte en paz con el mundo, pues todo iba a continuar más o menos como hasta entonces. “Pero en el momento en que entramos en una sociedad tecnológica, con infinidad de ideas y de cambios, desaparece esa tranquilidad”, afirma Quintana.

El miedo a la muerte es la base del sentimiento humano. Nadie piensa que vaya a morir antes de llegar a una edad muy avanzada. No lo aceptamos y por eso es un tabú bien asentado. “Ni el sol ni la muerte pueden mirarse fijamente, como dijo François de La Rochefoucauld en el siglo XVII”, afirma el filósofo Fernando Savater, que no cree que los humanos seamos capaces de alcanzar la idea de una buena muerte. “Vivir el fallecimiento de mi mujer”, reconoce, “me acabó convenciendo de ello”.

Una muerte normal es amable e indolora. Si lo supiéramos, elegiríamos con serenidad dónde queremos morir y junto a quién

El resultado es que cuando nos llega el instante, afrontamos el proceso con mucho desconocimiento y temor, porque pensamos que, además de algo terrible, que lo es, será muy doloroso. Pero no lo suele ser. La intención de acabar con ese desconocimiento es lo que ha llevado a Kathryn Mannix, una experta británica en cuidados paliativos, a escribir Cuando el final se acerca (editorial Siruela). “Lo que quiero con mi libro es devolverle a la gente la sabiduría de la muerte”, afirma la autora durante una entrevista en Madrid. “Para que entendamos que se puede vivir bien dentro de los límites de la pérdida de energía, e incluso desarrollar cierta familiaridad con las fases que suceden en el lecho de muerte”, sostiene.

Leer la treintena de casos que relata en su libro produce desasosiego y tristeza, pero su narración de los momentos de humanidad compartida junto al lecho de muerte es empática y transmite la paz de la última verdad: la que viviremos todos. El relato comienza con la primera vez que escuchó a su entonces jefe contarle con pelos y señales a una paciente de 80 años cómo sería su muerte. Mannix, entonces una estudiante de 4º de Medicina, no daba crédito. La enferma, que sufría metástasis, estaba aterrorizada ante la posibilidad de sufrir dolor en la agonía. Su jefe la miró a los ojos y le relató todo el proceso: “Irás durmiendo cada vez más. A veces ese sueño será que has perdido la consciencia, pero no lo notarás. Luego tu respiración empezará a cambiar. Se ralentizará hasta que se detenga suavemente del todo. No sentirás un dolor repentino, ni miedo. Solo una gran sensación de paz”. Sabine, la mujer, recibió la información besando las manos del doctor.

Aunque hay excepciones, ese es el patrón cuando morimos. Es un proceso amable, habitualmente indoloro y lento. Si todos contáramos con esta información, podríamos elegir con más serenidad dónde nos gustaría morir y junto a quién. Hay quien aboga porque se haga en casa. Y sin embargo, la tendencia entre los españoles es la contraria: en 2015, el 25% (105.643 personas, según el INE) murió en su hogar, frente a un 22,4% (99.149) en 2016, último año disponible.

Mannix afirma que no le gustaría tener una muerte repentina, porque querría despedirse en condiciones de sus hijos y nietos. “Decirles adiós. Gracias. Es muy triste, pero no tener la oportunidad de hacerlo es mucho más duro para quienes dejamos atrás”. La británica incluso incluye en su libro un esquema de carta de despedida que nos anima a redactar para las personas a las que queremos si no somos capaces de decírselo frente a frente. “Gracias por ser una parte tan importante de mi vida”, cierra la carta, que se despide con un “Te quiero”.

"Se puede vivir bien dentro de los límites de la pérdida de energía", dice una experta

En la literatura hay casos de fallecimientos bien narrados, pero en las películas y en las series es difícil que el pasaje de una muerte real tenga protagonismo porque es algo lento que no resulta entretenido. Entre todas las películas que ha visto, la autora solo cae en una que trata bien el tema: Philadelphia, de 1993, con Tom Hanks y Antonio Banderas. “Retrata muy bien la enfermedad, aunque el momento del fallecimiento no aparece”, dice con una mueca.

¿Deberíamos plantearnos alguna forma de informar sobre la muerte? ¿Sería correcto hacerlo en los institutos o habría que ceñirlo a los hospitales? ¿Y si hubiera algo parecido a esos vídeos para padres primerizos sobre la muerte? Seguramente nos dejaría más tranquilos y ahuyentaría miedos. “Ayudaría a que entendiéramos la realidad y no nos viéramos en la tesitura de imaginarnos cosas que no son”, afirma Quintana.

Llegado el momento de la muerte, del miedo del moribundo lo normal es que se pase al que experimentan los familiares hacia el cuerpo sin vida de su ser querido. Es lo que pasa en buena parte del planeta. Pero no en todos los países. El libro De aquí a la eternidad, de la estadounidense ­Caitlin Doughty, repasa los ritos a la hora de despedir a sus muertos en Indonesia, Bolivia, España o Japón. Doughty es una firme defensora de no retirar el cuerpo nada más suceder el fallecimiento, como pasa en España. “No deberíais dejar que las funerarias os metieran prisa por retirar el cadáver”, dice por correo electrónico. “No causa ningún problema de salud velar el cuerpo en casa, antiguamente se hacía”. Le chirrió la forma en que velamos los cuerpos, tras un cristal, pero le gustó comprobar que muchas familias siguen eligiendo que el difunto esté presente durante el velatorio. Ella posee una funeraria innovadora y conoce bien nuestro temor a la muerte, porque lo vivió en primera persona siendo una niña. Fue testigo cercano del fallecimiento de otro menor que cayó de un balcón en un centro comercial. Enseguida la alejaron del lugar y nunca le mencionaron el suceso, dejándola sola, rumiando lo vivido e imaginando su muerte y la de toda su familia.

“Solo hay dos días con menos de 24 horas en nuestra vida, que esperan como dos paréntesis abiertos que cierran nuestra existencia: uno de ellos lo celebramos cada año, aunque es el otro el que hace que atesoremos la vida”, escribe Mannix en su libro. La muerte es inherente a la vida. Es inevitable. Y esa certeza debería abrirnos los oídos a saber más sobre ella, para hacernos el favor de quitarnos ese pavor y para que podamos despedirnos en condiciones.

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Sobre la firma

Carmen Pérez-Lanzac
Redactora. Coordina las entrevistas y las prepublicaciones del suplemento 'Ideas', EL PAÍS. Antes ha cubierto temas sociales y entrevistado a personalidades de la cultura. Es licenciada en Ciencias Económicas por la Universidad Complutense de Madrid y Máster de Periodismo de El País. German Marshall Fellow.

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