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“Es rídículo que los políticos gasten dinero en mítines”

El presentador transmitirá por quinta vez Eurovisión

Rosario G. Gómez
Íñigo: "En otros tiempos la televisión se veía como un altar"
Íñigo: "En otros tiempos la televisión se veía como un altar"LUIS SEVILLANO

En los años setenta y ochenta era el periodista más popular de España. Por sus programas —con envidiables audiencias de 15 y 20 millones de espectadores— pasaban los personajes más rutilantes del momento: desde el premio Nobel de Literatura Alexander Solzhenit-syn hasta actores como Rita Hayworth, Charlton Heston y Sofía Loren. José María Íñigo (Bilbao, 1942) convirtió formatos como Directísimo y Estudio abierto en fenómenos de masas. “En otros tiempos, la televisión se veía como si fuera un altar. Proporcionaba celebridad inmediata. No daba prestigio, pero sí popularidad”, dice el periodista, que ha sido actor, locutor, crítico musical, editor de revistas de viajes, torero aficionado y ahora acaba de debutar como novelista con El códice secreto de Platón, una historia de espías con la Guerra Civil como telón de fondo.

Es, además, curtido comentarista del Festival de Eurovisión (tarea que afronta por quinta vez este sábado), un espectáculo que siguen 200 millones de personas —“es como una Champions”— y al que TVE presenta a Ruth Lorenzo. “Es una desconocida absoluta. Sabe cantar, tiene buena voz y oficio. Ganar o perder es una lotería. Es como en el fútbol: vence quien más goles mete. Pueden ser chicas jóvenes o grupos melenudos”.

Salvo estas incursiones esporádicas, la relación de Íñigo con el medio que le dio una inmensa fama es la de mero espectador. “Solo veo series y películas. Los programas me ponen nervioso. Busco los defectos y no disfruto”. ¿Por qué sigue teniendo éxito la televisión? “No requiere esfuerzo. Un libro requiere, al menos, tenerlo en la mano”. Descontando los avances tecnológicos, asegura que los contenidos de antes tenían otra altura. “En la España más depauperada, entre col y col se hacían series de grandes literatos y se podía entrevistar a la gente de todo tipo sin ahondar en las vísceras”. Lo que no ha cambiado es el colosal poder del medio. Por eso, a las puertas de una campaña electoral se pregunta: “¿Cómo es posible que teniendo un arma como la televisión los políticos se gasten el dinero en mítines?”. Y se contesta: “Es puro narcisismo. Quieren verse ante una multitud que les aclama. No he visto cosa más ridícula”.

Su fórmula para conseguir traer a la España que salía de la dictadura a personalidades de primera fila era sencilla. “Les escribía una carta. No sabía las señas. Ponía Neil Armstrong. Cabo Cañaveral. Estados Unidos. Y llegaba. Ahora hemos perdido la confianza en las cartas”. El astronauta compareció en TVE 10 años después de pisar la Luna. Íñigo recuerda que solo pidió dos cosas: visitar el acueducto de Segovia y asistir a una corrida de toros. “Otros querían ir a un tablao flamenco o comer una paella. La costumbre de pagar a los entrevistados no existía”.

De todos los que desfilaron por sus programas, todavía en blanco y negro para la mayoría, el presentador cita al escritor ruso Solzhenitsyn. “El relato que hizo del Gulag y los campos de concentración de Siberia fue espectacular. Se me ponía la carne de gallina”. Aunque en la memoria de los españoles seguramente la imagen más viva sea la de Uri Geller, aquel excéntrico tipo que Íñigo descubrió en la portada de Newsweek y que se dedicaba, según decía, a doblar cucharillas con la mente. ¿Se lo creyó? “También hay personas capaces de sumar en segundos una pared llena de números”, dice enigmático.

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