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Recomiéndame algo para no pensar: la incansable sed por contenidos positivos y amables

Por qué “recomiéndame algo de no pensar” es el nuevo “recomiéndame algo bueno”. Ante una realidad asfixiante, no sorprende que triunfen lo que algunos llaman “series diazepam”.

Un fotograma de The Durrells.
Un fotograma de The Durrells.Cortesía de Filmin

“Solía ocurrir que, al término de una conferencia, alguien viniese a felicitarme por lo ‘bonita’ que había sido o por cuánto le había emocionado. Generalmente, estas amables congratulaciones, lejos de complacerme, me producían el efecto contario; mi prurito profesional se resentía y lo recibía como poco menos que un insulto”. Esto lo escribió Chantal Maillard en Contra el arte y otras imposturas (Pre-Textos) pero podría haberlo dicho casi cualquier artista o pensador. Bonito. Agradable. Simpático ¿Acaso existen palabras más hirientes para un creador que oye hablar de su obra?

Lo bonito, lo que ayuda a pasar un buen rato y conduce a la evasión, arrastra una mala fama atávica. Este año, la batalla final por el Oscar a la Mejor película volvió a inscribirse en esa dicotomía tan antigua. En la semana anterior a los premios, quedó claro que todo se dirimía entre CODA: los sonidos del silencio, la película feelgood de Sian Hêder sobre una adolescente oyente, hija de dos personas sordas, y El poder del perro, de Jane Campion, que se entendió como una película mucho más cruda, un western tardío sobre la masculinidad sin reformar.

Todo el mundo sabe lo que pasó: ganó CODA, el mismo año que en Estados Unidos han triunfado series como Ted Lasso y Abbott Elementary, sobre un entrenador de fútbol fuera de lugar y una profesora de guardería respectivamente, dos ficciones que se consideran un monumento a la buena onda, en las que no cabe la negatividad. También Heartstopper, la serie de Netflix sobre un romance gay entre un chico víctima del bullying y un miembro del equipo de rugby del instituto, se ha alzado como uno de los superéxitos globales para Netflix. The Guardian la llamó “la serie más adorable de la televisión”. Y los libros en los que está basada la serie, de Alice Oseman, que aquí publica, en castellano y en catalán, Cross Books, también llevan semanas escalando en las listas de los libros más vendidos. Allí lleva semanas instalado también el ensayo de autoayuda Encuentra tu persona vitamina y otro título de la misma autora, Marian Rojas Estapé, con idéntico tono buenrollero en la cubierta: Cómo hacer que te pasen cosas buenas.

Será la primavera o la reacción a la acumulación de desgracias, pero parece haber un pico en la sed por los contenidos hiperpositivos. El escritor y comunicador Rubén Serrano, autor de No estamos tan bien (Temas de Hoy) los llama “productos diazepameros”. Y en concreto se refiere a Hearstopper, esa serie adorable que ha contado un romance gay sin traumas. “Es sencillamente una historia bonita entre dos chicos, de adolescentes siendo adolescentes. No tienen cara y cuerpo de 25 años y se están metiendo rayas en una rave. Son chicos normales y de ahí que la haya abrazado una audiencia joven, pero también ha tapado heridas de varias generaciones de homosexuales, desde los 25 hasta los 70 años, que siempre se han visto representados pasando por el drama. Con historias de bullying, palizas, rechazo. Hearstopper da esperanza y da futuribles. No tienes que ser siempre el chico al que meten hostias y que llora”.

La serie y los libros se suman a otros contenidos feelgood LGBTQ+ como Love, Simon. Esta película de 2018 también recibió críticas por exigir a su protagonista gay que fuera impoluto e intachable, pero Serrano cree que este tipo de contenidos sigue siendo necesario. “Ojalá veamos un Love, Simon y un Heartstopper de lesbianas, de personas bi y trans. Está bien un producto que se centre en que nuestras vidas también son dignas de ser amadas y admiradas. ¿Que todo esto forma parte de un engranaje capitalista, de consumo de productos mediáticos fast food? Pues sí, pero si quiero ver algo más crítico me voy a otra plataforma que no sea Netflix”.

En realidad, en esas otras plataformas a las que alude Serrano también triunfan, a veces, las series azucaradas. Filmin cuenta enter sus grandes éxitos de audiencia con ficciones como Los Durrell, Todas las criaturas grandes y pequeñas y Los Larkin (si bien en esta última asoma alguna oscuridad), todas ellas luminosas y construidas sin disimulo desde la voluntad de agradar. Es imposible ver un capítulo de Los Durrell, sobre la excéntrica familia del escritor Gerald Durrell y su vida en Corfú, y no decir un par de veces, o unas veinte, eso que horrorizaba tanto a Chantal Maillard: qué bonito.

“Lo cierto es que el éxito de Los Durrell no nos sorprendió. Cuando la adquirimos ya sabíamos que era una marca conocida. La serie había arrasado en Reino Unido y muy mal deberíamos haberlo hecho para que no funcionase. El mérito estuvo en poder quedárnosla”, admite Jaume Ripoll, el fundador de Filmin. En su casa, sucede algo curioso, los largometrajes más vistos no tienen ni por asomo esa vertiente feelgood. Entre sus éxitos recientes están películas como Hierve, un tensísimo y larguísimo plano secuencia que sucede en una cocina y en la que la metáfora de la olla a presión brota sola, la película japonesa Drive my car, que lidia entre otras cosas con el duelo, y The Assistant, una ficcionalización de una empleada acosada por una especie de Harvey Weinstein invisible.

En cambio, entre sus series más buscadas sí están las que Ripoll llama “series refugio”. Ahí incluye, por ejemplo, la noruega El tiempo de la felicidad, que acaba de estrenar en la plataforma su segunda temporada. “Es probable que con las series la gente busque más luminosidad cuando llega a casa, es un viaje más largo”, aventura Ripoll.

Suele ser una de las preguntas más repetidas en redes: recomiéndame algo de no pensar, algo para desconectar, algo para dejar el cerebro en el sofá durante 25 o 50 minutos. Para estar en la conversación hay que ver Severance, la serie de Apple TV sobre los efectos deshumanizadores del mercado laboral, pero para enterrar un miércoles complicado, que quizá ha transcurrido en una oficina similar a la de Severance, lo que pide el cuerpo es un poco de Starstruck, la comedia romántica de HBO protagonizada por Rose Matafeo que hace creer que una taquillera de cine puede ser novia de una superestrella global.

El mercado, sin duda, está tomando buena nota de estos éxitos. Abbot Elementary, la clase de serie que suele adjetivarse como “deliciosa”, acaba de ganarse el espacio en la parrilla del canal ABC que antes ocupaba Modern Family, lo que la convierte, de facto, en la comedia insignia de la cadena. Cuando Ted Lasso, una serie sobre gente maja siendo maja, arrasó en los Emmy, sin duda se concertaron decenas de reuniones en productoras de Europa y Estados Unidos con un solo asunto en el orden del día: amable es el nuevo cool. Y, sin duda, todos los observadores han tomado nota del espectacular éxito de taquilla en Estados Unidos de la comedia de acción en el multiverso Todo a la vez en todas partes, que se estrenará en España en junio. Los seguidores de la película de Dan Kwan no solo la van a ver más de una vez al cine, algo realmente complicado hoy, sino que no se cansan de tuitear cosas como: “Esta película me ha hecho mejor persona. He borrado cinco tuits negativos hoy”.

El Max Planck Institute for Empirical Aesthetics llevó a cabo uno en 2021. Un equipo de neurocientíficos testó a 450 participantes de Alemania, Suiza, Bélgica y Austria, que hablaron de sus reacciones a películas indudablemente feelgood como Love Actually, Pretty Woman, Amélie e Intocables. El estudio midió las respuestas de los participantes que eran casi unívocamente de mejora emocional, y sirvió de paso para establecer un esquema de qué contienen todos esos contenidos de éxito comercial y críticas desiguales. Según Keyvan Sharkhosh, el principal autor del estudio, las tramas más satisfactorias tienen ver con un outsider que está buscando el amor verdadero, alguien que tiene que demostrar su valía y luchar contra circunstancias adversas o alguien que eventualmente encuentra su papel en la comunidad. Toda película de este género, concluye también el estudio, contiene sus buenas dosis de drama, pero el público lo lleva bien porque nunca pierde la esperanza en el triunfo del héroe. Daniela Schiller, otra de las autoras del estudio, llamó a ese tipo de contenidos “reguladores emocionales”.

Otro estudio anterior, de 2013, titulado The Pursuit of Hopefulness: Operationalising Hope in Entertainment Media Narrative, publicado en una revista académica de psicología de los medios, concluyó que es precisamente esa esperanza prefabricada y la satisfacción que da al espectador apoyar al que percibe como débil (aunque esté convencido de su victoria final) la que hace que estos contenidos sean tan satisfactorios.

Aunque los productos-vitamina, por citar el best seller, siempre han existido y siempre han congregado su público, no hay que encargar muchos estudios de estética empírica para aventurar por qué ahora viven un momento especialmente dulce. La necesidad de refugiarse, como decía Ripoll, de los horrores de la realidad, sumada a una reacción a la excesiva y a veces artificiosa oscuridad que se ha inoculado a la ficción mainstream cuando se decidió que lo turbio era el lenguaje del prestigio –todos esos superhéroes con trauma plot– han conducido a una temporada en la que se aspira a poder decir: qué bonito.

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