Formas ancestrales, visión contemporánea: los artesanos que reinventan, y conservan, sus oficios
De Lugo a Mallorca, estos artesanos trabajan con sus manos para mantener vivas técnicas tradicionales a las que aportan una visión contemporánea. Madera, barro y vidrio para proteger saberes en riesgo de extinción
Todos ellos tienen una cosa en común: miran al pasado para perdurar en el futuro. De Galicia a Baleares, estos artesanos apuestan por mantener vivos oficios centenarios. Crean objetos que han existido durante siglos y les dan nuevas formas para adaptarlos al gusto contemporáneo. Descubrimos sus historias, que hablan de lentitud, trabajo manual, materiales naturales y dedicación.
Idoia Cuesta: “Es complicado aprender el oficio de cestería, porque no existe una formación reconocida”
“Tengo la suerte de vivir en el concello de Outeiro de Rei, muy cerca de Lugo, en plena reserva de la biosfera a orillas de río Miño”, subraya Idoia Cuesta. Su taller “está rodeado de prados y bosques”, desde él ve cómo pastan las vacas y las ovejas de sus vecinos. El entorno es crucial para esta cesteira que, sin salir del rural lucense, ha creado piezas de diseño para firmas de lujo como Loewe y hecho instalaciones para Zara Home o Adolfo Domínguez. Todo, mientras colabora con la Asociación de Custodia del Territorio para preservar el entorno que la rodea.
Descubrió la cestería por casualidad, cuando hacía su tesis en la universidad. “Allá por el 98 vi que se ofertaba un curso de formación en el Centro de Artesanía y Diseño de Lugo y me apunté. ¡Tuve un flechazo!”, recuerda. Después concatenó cursos, aprendió las técnicas tradicionales de la cestería gallega y buscó inspiraciones fuera. Constata que no resulta sencillo ser artesano, echa en falta una estructura: “Es complicado aprender el oficio porque no existe una formación reconocida como en otros países. Desde el sector artesano se están reivindicando ciclos formativos”. Ella abre su taller a estudiantes, busca impulsar la artesanía contemporánea. “Para mí consiste en reinterpretar las técnicas tradicionales y aplicarlas con otros materiales para darles otro enfoque”, sintetiza. Esa visión implica experimentar; en sus terrenos cultiva diferentes especies de mimbre para inventar nuevos diseños. Siempre con la naturaleza como guía: sus colecciones toman nombres que surgen de ella, como Nido o Néboa.
Época: “Mientras nos sumergimos como sociedad en la eficiencia mecánica, la artesanía se convierte en una forma de frenar”
Un buen día, Sonia Pueche y Jaime Mato decidieron hacer cántaros, esas vasijas grandes de boca ancha por la barriga y estrecha por el pie que define el diccionario de la RAE, ya utilizadas en tiempos de griegos y romanos. “Nos gusta la sonoridad de su nombre, su historia, con ellos procuramos rescatar su hermosa y necesaria función, que probablemente veamos absurda hoy pero que antaño era parte de las tareas diarias, porque los cántaros dieron la capacidad de almacenar agua fresca a nuestros antepasados”, cuenta Pueche. Lo suyo “es un esfuerzo por traer al presente objetos que forman parte del folclore, que es la mejor manera de protegerlos”.
Por eso estos madrileños dejaron la ciudad para vivir en San Lorenzo de El Escorial primero y luego se instalaron en Ávila, donde tienen desde hace más de un año su casa y el taller de su firma, Época. En su web anuncian que es “cerámica hecha con calma”. Y el cambio de los ritmos es central en su propuesta. “Ambos veníamos de trabajar en oficios creativos, pero encontramos en el barro algo que nos conectaba con lo esencial y nos hablaba de nuestras raíces”, señalan. Esa revelación tuvo lugar en 2016, fue lo que les llevó a volcarse en este oficio. “Mientras nos sumergimos como sociedad en la eficiencia mecánica, la artesanía se convierte en una forma de frenar, donde el proceso es tan importante como el producto final”, reflexionan, “en estos tiempos de rapidez, trabajar a mano es una invitación a apreciar el tiempo y esto nos conduce siempre de vuelta a lo esencial”.
El uso constante de la tecnología, opinan, muchas veces lleva a olvidar la propia capacidad creativa. Y las tendencias pueden provocar que no se aprecie el trabajo detrás de lo artesano. “Estos oficios son patrimonio cultural del país, y debemos valorarlos social y económicamente, es un trabajo no solo de la sociedad, sino también del artesano en particular”, sostienen. Sus cántaros, cuencos, jarrones, lámparas y teteras presumen de texturas, hablan de los materiales naturales, de lo vivido: “Somos felices de ver que cada vez más gente elige comprar piezas con historia calidad y autenticidad, conectar con otra manera de consumo”.
Alfarería La Navà: “Estas piezas tradicionales son nuestras raíces. Es pura arqueología industrial”
“Sospechamos que podrían ser más de 15 las generaciones que nos preceden en esto, existen documentos de encargo de cerámica a alfareros de Agost con nuestro apellido que se remontan al siglo XIV. Seguramente sean nuestros antepasados, pero no tenemos forma de demostrarlo. La Navà es una síntesis de todo nuestro acervo cultural mezclado con las ansias de cambio del momento en el que se forjó el proyecto, a finales de los años setenta, en una encrucijada existencial para las artesanías tradicionales”, cuenta Pau Vicedo Mollà, gerente de esta empresa que presume de historia... y de botijos.
Porque ese utensilio es uno de los protagonistas de su catálogo. “Es la pieza más icónica de nuestra alfarería tradicional, pero no la más antigua, parece que hasta mediados del siglo XIX lo que se trabajaba más eran los cántaros”, explica mientras recuerda que hubo un tiempo no tan lejano en el que “el agua corriente era prácticamente un lujo reservado a muy pocos, había que acarrearla de las fuentes públicas a las viviendas y esta pieza era primordial en la vida cotidiana. Con la llegada del ferrocarril Madrid-Alicante se tuvo acceso a la meseta castellana y se amplió el mercado y ese fue el punto de inflexión en la producción de botijos, que en ese periodo llegaron a exportarse a las colonias francesas del Magreb y a Cuba”.
Vicedo observa que hoy los botijos triunfan entre los más jóvenes y opina que su auge tiene que ver con “el interés creciente por la sostenibilidad y el cuidado del medio ambiente, porque es la forma más ecológica de refrescar el agua”. Señala que está aumentando el cliente urbanita, que redescubre el botijo a través de sus nuevos diseños y lo utiliza para decorar, además de para beber. Su padre fue quien comenzó a imaginar nuevas formas para los botijos de La Navà, “sin papeles ni cotas ni planos en pdf, de la mente a las manos”. Y la apuesta funcionó, empujada por una revalorización de la artesanía: “Las piezas tradicionales son nuestras raíces. Hablan de cómo fuimos, de cómo vivimos. Es pura arqueología industrial”. Aunque por el camino, lamenta, se ha perdido mucho: “Nos da la impresión de que socialmente ahora se comienza a valorar más nuestro trabajo, pero llega tarde, muchos talleres artesanos van a desaparecer por falta de relevo generacional en los próximos 10 o 15 años. Son saberes que se perderán para siempre, los artesanos estamos en un peligro de extinción real”.
Lafiore: “La historia del vidrio en Mallorca tiene sus raíces en los fenicios, y en el siglo XVIII vinieron los maestros de Murano a enseñar su oficio”
¿Cuándo se empezó a hacer vidrio en Mallorca? Sònia Torres, directora de proyecto de Lafiore, lo explica al detalle: “La historia del vidrio en Mallorca tiene sus raíces en la época fenicia, ellos establecieron hornos vidrieros en el litoral en el siglo II a. C. Pero el vidrio mallorquín alcanzó su apogeo en el siglo XVIII por la influencia veneciana, cuando los maestros de Murano llegaron hasta nuestra isla para enseñar su oficio. Muchas de las técnicas y de las palabras que usamos hoy día son herencia de los venecianos”.
En 1964 la familia Tortella quiso recuperar ese saber hacer y creó Lafiore, tirando de tradición, pero consciente de las prioridades de la época actual, por lo que el vidrio reciclado es su materia prima. “El verano pasado iniciamos un proyecto con hoteles, recogemos su vidrio no retornable y lo transformamos en nuevas piezas, interceptamos ese material que de otra manera volvería a la Península para ir a fábricas de gestión, transformamos esos residuos locales en materia prima”, explica. Para Torres una de las claves de la artesanía contemporánea es explorar caminos como ese, o como los que descubren cuando colaboran con diseñadores y arquitectos: “Son oportunidades para estudiar nuevas técnicas, acabados y formas y ofrecer productos actuales y diferenciados”.
Fabrican vasos, cuencos, lámparas o jarrones, y han sabido darle una vuelta a utensilios tradicionales como las aceiteras, en las que incorporan un diseño antigoteo para evitar manchas en la mesa y en las que juegan con el color. En sus talleres de la carretera de Valldemossa trabajan cinco artesanos del vidrio soplando y una artesana especializada en fusing, una técnica decorativa basada en la fusión de vidrios de colores. No resulta sencillo dar con estos expertos, admite: “Las instituciones públicas deberían elaborar un programa que incluya su formación y que además consiga que acercarlo a arquitectos y diseñadores, para que su conocimiento haga crecer el interés por este material”. No solo el de su herencia y su pasado, sino el de las posibilidades que ofrece para un futuro basado en la optimización de los recursos.
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