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“Lo que la hace radical son todos esos hombres tratando de impedir que saliera a la luz”: Nan Goldin llega a Filmin en un momento crucial para el debate público

El documental ‘La belleza y el dolor’ de Laura Poitras sobre la obra de la fotógrafa feminista,’queer’ y anticapitalista Nan Goldin ha llegado a la plataforma de cine independiente. Irantzu Varela nos explica por qué verlo es más necesario y pertinente incluso que cuando se estrenó.

Nan Goldin en una proyección de sus fotos en Suecia en 2007.
Nan Goldin en una proyección de sus fotos en Suecia en 2007.AFP (AFP via Getty Images)

Dice la legendaria fotógrafa Nan Goldin que “es fácil crear relatos sobre tu vida, es más difícil sostener recuerdos reales” y puede que por eso lleve la vida haciendo fotos tan hiperrealistas y bellas que parecen escenarios, para creer que los recuerdos sostenidos son la realidad. Pero ella sabe que “la experiencia real huele y está sucia y nunca se cierra con finales simples”. Se lo ha contado la vida. Por eso, el documental de Laura Poitras te roza el cuerpo con las uñas largas y rojas de las manos de Nan, que han tocado tanto fondo que han encontrado belleza en él. ¿Por qué deberías verlo?

Por feminista

Nan compone en 1985 la Balada de la Dependencia Sexual y esas fotos construyen un retrato tan realista sobre “la lucha entre la autonomía y la dependencia” y las relaciones de poder de los hombres sobre las mujeres que la pone a ella en peligro. La visibilidad de obra y autora crecen y ella se fotografía con la cara reventada a puñetazos por su novio, porque él no aguanta quién es ella y lo que ve. “Mis fotos en las que salgo maltrecha fue lo que me impidió volver”, dice Nan y lo cumple. Y que muchas mujeres en su situación pudieron hablar de eso porque vieron las fotos. Y todas sabemos que no miente. Que las fotos, las miradas, las pruebas, las supervivencias de otras nos hacen creer que lo que nos pasa no es lo que merecemos. Y a veces no volvemos. No la he encontrado definiéndose como feminista ni a Laura tampoco, pero los únicos segundos en los que hablan a dúo pasan al contar Nan que cuando su novio trató de destrozarle los ojos a puñetazos, al menos no tenía las diapositivas de “balada” en la habitación —y aquí viene el dúo—: “Porque las habría destruido”. Hablan las artistas, hablan las mujeres que saben que sus ojos son su voz.

Por queer

El primer galerista que compró obra a Nan explica que “nunca había visto fotos como esas. Retratos de personas que vivían su vida y que no se parecían a nada que nadie más estuviera haciendo”. Y se refiere a las fotos pero igual también a las vidas. A los recuerdos de las travestis, las lesbianas, las mamarrachas, el lumpen hedonista y la familia elegida de la artista en el epicentro de los ochenta, que estaba en Nueva York. Las fotos están llenas de luz y lentejuelas y risas y speed, y forman recuerdos brillantes que no huelen tan mal como deberían, según cuenta de la misma gente y los mismos sitios Leslie Feinberg.

Pueden parecer fotos de marginados, pero Nan cuenta sin inmutarse que “la gente normal eran los marginados para nosotros”. Y quizás esta sea la declaración política que explica todo su arte. Nan hacía fotos del que era su mundo sin ser consciente de que era un mundo excéntrico, para recordar su vida como quería creer que era, el mundo como quería verlo. Y el propio acto de existir ya era político y fotografiarlo era revolucionario y que se leyera como arte era subversivo.

Por criticar la familia, la propiedad privada y el estado

Laura Poitras crea un recuerdo de la Nan Goldin de ahora, paseando por un Nueva York que tampoco es el mismo y diciendo que “los ricos tienen miedo de que escarbemos hasta hallar la forma malvada con la que hicieron su dinero”. Nan sigue haciendo fotos y arte y política y ahora está empeñada en que los museos, galerías y universidades borren el apellido Sackler de sus muros porque esa familia se ha hecho rica siendo responsable directa de más de medio millón de muertes en Estados Unidos generando a propósito, conscientemente y sólo por el dinero, la epidemia de adicción a los opiáceos por prescripción.  Las siglas de su organización (PAIN) significan dolor. Ahí está la belleza. En que una artista que iba para underground y para no sobrevivir ni a la sobredosis de Oxicodona consigue organizarse con un grupo de activistas y obligar a la industria cultural más elitista a borrar de sus muros el apellido de quienes no han hecho nada más que lo que les enseñó el capitalismo: ganar dinero a costa de las muertes de otras personas. También consiguen que tengan que escuchar los relatos de sus víctimas y entonces consiguen que odies -más- a los ricos, porque tú pensabas que se iban a inmutar. Y que odies a un estado que no es capaz de conseguir ni siquiera que los medicamentos sean para aliviar y no para matar. Ni siquiera que los asesinos de masas paguen por ello.

Y es curioso que los grandes supervillanos del fentanilo sean una familia, porque la familia como big bang del dolor es una subtrama clave en el documental, porque lo es en la vida de Nan. “Mis padres no estaban preparados para tener hijos” dice ella, y te hace pensar en cuantas vidas hubieran tenido otro equilibrio entre lo que duele y lo bello si no hubieran llegado a familias que lo fueron sólo porque había que serlo.

Por salud mental

Es tremendo que “toda la belleza y el dolor” que titulan el documental sea una frase de un informe médico de su hermana mayor, psiquiatrizada por indomable, lesbiana y libre, que no aguantó la vida. Ni “la banalidad y el adocenamiento de los barrios periféricos”. Todo el documental y todo el arte de Nan son una denuncia a la normalidad, como dictadura silenciosa que arrastra a los márgenes a quienes no se rinden y en los márgenes siempre hay más boletos para la tragedia. El retrato de su hermana es el espejo que atraviesa Nan para mirar desde otro lado y hacer arte, y es una presencia constante en el documental, porque es un documental contra el sistema. Porque en el sistema sólo hay dolor, hay que atacarlo para hacer belleza.

Por mirar hacia dentro y hacia arriba

En 1989 Nan comisaría su primera exposición colectiva y reafirma su perspectiva del arte como algo que lo cambia todo y que tiene que ser honesto. El obispo O’Connor y toda la “decencia” escandalizada con la exposición Witnesses, le dieron la razón a ella y todos los artistas viviendo con VIH que la componían. David Wojranowicz se ríe del escándalo y confirma la subversión mirando a cámara: “Es maravilloso porque significa que el control de la información tiene una grieta”. Y de eso va la vida y la obra de Nan Goldin y la obra de Laura Poitras que habla de ella, de crear grietas en las creencias que sostienen el sistema. Por eso —las dos— hablan de reformatorios, suicidio, amistad, familia elegida, sanidad pública, trabajo sexual, drogas, homofobia, la muerte, los rituales de memoria como estrategias políticas, y de las raíces políticas de todos sus dolores. Porque la obra de ambas parte de las heridas propias para señalar a quienes dan los hachazos desde las estructuras del poder, de la cama al Capitolio.

“La fotografía siempre fue mi forma de caminar a través del miedo” dice Nan. Y quizás esta sea la declaración política que explica todo el arte. “Lo que hace aún más radical la obra son todos esos hombres tratando de impedir que saliera a la luz”. Si te suena, tienes que verlo.

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