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¿Es inocua la sacarina? Un nuevo estudio reabre el debate sobre su potencial para alterar el equilibrio intestinal

Una investigación sugiere que los edulcorantes alternativos al azúcar, como la sacarina o la sucralosa, no son inertes y pueden modificar el microbioma y afectar a la tolerancia a la glucosa en adultos sanos

Un hombre echa sacarina en una infusión.
Un hombre echa sacarina en una infusión.Getty
Jessica Mouzo

La sacarina fue cosa de las serendipias de la ciencia. Una casualidad en un momento inesperado. En este caso, comiendo pan. El encuentro accidental con un sabor dulce en sus manos cuando comía un trozo de pan puso sobre la pista al químico Constantin Fahlberg, que investigaba en su laboratorio de la Universidad John Hopkins con derivados del alquitrán de hulla a finales del siglo XIX: “Ninguna otra circunstancia podría haber estado involucrada aquí, sino que, a pesar de mi lavado [de manos], de alguna manera había traído el sabor a casa de mi trabajo en el laboratorio”, relató después el investigador en unos escritos reproducidos por la revista de la Asociación Europea de Sociedades de Química. Había encontrado un edulcorante sintético que pronto se popularizó en la calle como una alternativa al azúcar tradicional. Pero la controversia siempre ha acompañado a este endulzante en sus más de 100 años de historia: se divulgó como método para perder peso, se llegó a asociar con el cáncer de vejiga en ratas —aunque en humanos se comprobó que se metaboliza diferente— y siguen hoy en tela de juicio sus potenciales efectos sobre el organismo. Un nuevo estudio, publicado este viernes en la revista Cell, sugiere que no son “inertes” para el organismo: la sacarina y otros edulcorantes no nutritivos, como la sucralosa, pueden alterar el microbioma —el equilibrio de microorganismos gastrointestinales— y afectar a la tolerancia a la glucosa.

Los investigadores pusieron el foco en cuatro edulcorantes no nutritivos —esto es, sustancias endulzantes sin contenido calórico—, todos ellos conocidos e introducidos en la dieta humana: la sacarina, la sucralosa, el aspartamo y la estevia. Querían comprobar si estos productos, que se han popularizado como alternativa al azúcar en plena batalla para combatir las epidemias de obesidad y diabetes, son o no inertes, si tienen algún efecto sobre el organismo. Y lo hicieron reclutando a 120 adultos sanos a los que separaron en cuatro grupos de intervención y dos de control: a los cuatro les administraron sobres de sacarina, sucralosa, aspartamo y estevia; a un grupo de control, sobres con dosis mínimas de glucosa, la misma cantidad que suelen llevar agregada los sobres de los cuatro edulcorantes; y, al otro control, no se le dio nada. Los investigadores dieron estas sustancias durante dos semanas y estudiaron potenciales cambios en el microbioma de cada participante y en los niveles de glucemia.

La comunidad científica está dividida, con estudios que concluyen que estos edulcorantes no tienen efectos en el organismo e investigaciones que constatan todo lo contrario. Los hallazgos de la investigación publicada en Cell giran la balanza en favor de la rama científica que encuentra efectos sobre el organismo: “Nuestros resultados sugieren que los microbios intestinales y las moléculas que secretan se alteraron en los cuatro grupos consumidores de edulcorantes no nutritivos, cada uno a su manera. Estos cambios no ocurrieron en los grupos de control. Esto significa que [los edulcorantes analizados] no son inertes para el microbioma humano”, concreta Eran Elinav, autor del estudio e investigador del Instituto de Ciencia Weizmann. El impacto fue distinto según el tipo de edulcorante, explica el científico: “Con respecto a los efectos glucémicos, estos se alteraron en los grupos completos de humanos que consumían sacarina y sucralosa, pero no en los grupos completos que consumían estevia y aspartamo. Esto sugiere que las respuestas glucémicas inducidas por la sacarina y la sucralosa (posiblemente por el microbioma intestinal) pueden ser más pronunciadas cuando se evalúan a nivel de grupo”.

Los investigadores también trasladaron muestras fecales de los participantes a ratones estériles, libres de gérmenes y que no consumieron estos edulcorantes, para afinar si había un vínculo causal. “Cuando evaluamos la contribución del microbioma a las alteraciones glucémicas mediante un trasplante fecal de microbios intestinales de consumidores de edulcorantes de mejor respuesta [esto es, los que tuvieron cambios más consistentes en su microbioma], los ratones desarrollaron alteraciones glucémicas que reflejan en gran medida las de los consumidores humanos de los cuatro edulcorantes. Y cuando hicimos el mismo experimento usando muestras de los tres respondedores inferiores [los que reportaron menos cambios en su microbioma], los ratones que recibieron las muestras de los respondedores inferiores a la sacarina aún desarrollaron alteraciones glucémicas”, no así los ratones que recibieron muestras de los respondedores inferiores de sucralosa, aspartamo y estevia, que “no desarrollaron ninguna alteración glucémica”. Esto significa, apunta Elinav, que las respuestas del microbioma a la exposición de los edulcorantes analizados son “altamente personalizadas”. “Pueden conducir a alteraciones glucémicas en algunos, pero no todos los consumidores, dependiendo de sus microbios y los edulcorantes que consumen”.

El estudio duró apenas dos semanas, pero Elinav se mostró “sorprendido por la rapidez con la que se desarrollaron los cambios inducidos” por los edulcorantes estudiados. Aunque matiza que algunos fueron reversibles en cuanto se dejó de administrar a los participantes estos endulzantes y serán precisos más estudios para profundizar en el impacto a largo plazo.

Efectos desconocidos para la salud

Los efectos para la salud de esos cambios en el microbioma o esas alteraciones en la tolerancia a la glucemia están por ver. Los investigadores admiten que se necesitan más estudios para concretar el impacto, pero de entrada, sostiene Elinav, “cuanto más alta es una prueba de tolerancia a la glucemia [la técnica empleada en el experimento para medir las alteraciones glucémicas], más difícil es para nuestro cuerpo procesar el azúcar consumido, y esto puede llevar a las personas en riesgo a un riesgo de diabetes”. Lo que deja claro el estudio, insiste el investigador, es que estos edulcorantes “no son inertes”. “En mi opinión como médico, una vez que se ha señalado que no son inertes para el cuerpo humano, la carga de la prueba de demostrar o refutar sus impactos potenciales en la salud humana es responsabilidad de quienes promueven su uso, y no debemos asumir que son seguros hasta que se demuestre lo contrario. Las implicaciones clínicas a largo plazo de nuestros hallazgos merecen futuros estudios aleatorizados, de intervención y no patrocinados por la industria”, zanja.

Los expertos consultados ajenos al estudio han validado, a pesar de las limitaciones, los hallazgos de esta investigación como prueba de que estos edulcorantes no son inertes. Es “importante”, apunta el digestólogo y expresidente científico del Consorcio Internacional del Microbioma Humano, Francisco Guarner, “porque hay mucho consumo de estos productos y se tiene la idea de que son inertes, pero no: hacen cambios en la microbiota intestinal y altera el modo en el que el organismo procesa los niveles de glucosa”, apunta, aunque considera que las dosis administradas son más elevadas de las que realmente consume la población general. Guarner duda, además, de que los cambios en la tolerancia a la glucosa sean provocados por la alteración en la microbiota: “Estos miligramos de edulcorante probablemente tienen un impacto nulo [en el microbioma] si la persona, por ejemplo, sigue una dieta mediterránea y hace ejercicio físico”.

Duane Mellor, dietista y profesor de la Universidad de Aston apunta algunas limitaciones que impiden ser contundente con el impacto a largo plazo y en la población general de los hallazgos de Elinav: “Este estudio no muestra un vínculo entre todos los edulcorantes no nutritivos y niveles más altos de glucosa en sangre a largo plazo, y no proporciona ninguna información sobre cómo las personas que normalmente consumen edulcorantes o las personas con diabetes tipo 1 o tipo 2 responden a los edulcorantes no nutritivos. Por lo tanto, para algunas personas, es probable que sea una mejor opción y un enfoque más sostenible usar edulcorantes como un trampolín que les permita reducir la cantidad de azúcar agregada en alimentos y bebidas, reducir su consumo de azúcar y, aun así, disfrutar lo que comen y beben”, expone, en declaraciones a Sciencia Media Center. Elinav admite que los estudios futuros tendrán que evaluar cuál es el impacto de estos edulcorantes “en personas con enfermedades cardiometabólicas y otras poblaciones en riesgo”.

Para Gemma Navarro, jefa de Dietética y Nutrición del Hospital Sant Pau de Barcelona, los hallazgos del estudio, sin embargo, “constatan” lo que los dietistas van observando desde hace tiempo: “Que estos productos no nos ayudan a cuidar el microbioma intestinal. Como nutricionistas, no recomendamos la sustitución, sino acostumbrar el paladar a no tomar endulzantes. Hay que limitar mucho el consumo de endulzantes, tanto con azúcar como con otros artificiales”.

El debate, con todo, sigue abierto. Los expertos piden no entrar en pánico y aclaran que, por lo pronto, la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria, ha validado estos productos como “seguros”. Falta saber el impacto a largo plazo, cómo afecta el consumo prolongado en el tiempo (aquí solo eran dos semanas) y si estos hallazgos se replican en otras poblaciones. “Este estudio no indica la necesidad de cambiar los hábitos de consumo promedio de edulcorantes no nutritivos”, valora Sarah Coe, científica de la Fundación Británica de Nutrición. “Es importante que se continúe revisando la ciencia sobre los efectos a largo plazo de los edulcorantes no nutritivos, y se necesitan más investigaciones con más ensayos controlados aleatorios a largo plazo en humanos para investigar los efectos potenciales de los edulcorantes no nutritivos en el intestino microbiota y cómo esto se relaciona con los resultados sobre la salud y el riesgo de enfermedad. Cambiar a alimentos con edulcorantes (en lugar de azúcar) sigue siendo una forma en que los consumidores pueden administrar su ingesta diaria de calorías como parte de lograr una dieta más sana y equilibrada”, señala Coe en declaraciones a Science Media Center.

Elinav insiste, en cualquier caso, en la necesidad de “crear conciencia” sobre que los edulcorantes no nutritivos no son inertes: “Es importante tener en cuenta que las implicaciones clínicas para la salud de los cambios que pueden provocar en los seres humanos siguen siendo desconocidas y merecen futuros estudios a largo plazo no financiados por la industria. Mientras tanto, debemos seguir buscando soluciones a nuestro antojo de dulces, evitando el azúcar, que es claramente más dañino para nuestra salud metabólica. El agua todavía parece ser la recomendación más segura”.

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Sobre la firma

Jessica Mouzo
Jessica Mouzo es redactora de sanidad en EL PAÍS. Es licenciada en Periodismo por la Universidade de Santiago de Compostela y Máster de Periodismo BCN-NY de la Universitat de Barcelona.

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