Lo peligroso es el choque térmico, no los ‘cortes de digestión’
¿De verdad es arriesgado bañarse después de comer? No existe evidencia científica que relacione ahogamientos con haber comido poco antes. Los expertos recomiendan cambiar el foco a evitar cambios bruscos de temperatura
Todos los veranos, en las horas más cercanas a las comidas, hay niños y niñas junto a la piscina o en la arena, esperando impacientes a hacer la digestión. Por fin podrán bañarse cuando finalice este proceso, que dependiendo del progenitor y de la copiosidad de la comida puede durar entre 30 minutos y 2 horas. ¿Qué pasa si se zambullen antes de tiempo? El nombre de la amenaza es de sobra conocido: corte de digestión. Si la digestión se corta, dice la sabiduría popular, te puedes ahogar.
Esta idea de que hay que esperar un tiempo después de comer antes de bañarse existe también en otros países, aunque en las explicaciones populares que ofrecen no hablan de que la digestión se corte. Algunos alertan de que es más probable sufrir un calambre, por lo que estar en el agua sería peligroso. Otros argumentan que, como casi toda la sangre está centrada en el proceso digestivo, llega menos a los músculos de brazos y piernas, haciendo que sea más complicado nadar.
No hay evidencia científica que apoye ninguna de las afirmaciones. De hecho, según un análisis de la literatura científica sobre el tema publicado en 2011 en el International Journal of Aquatic Research and Education, “no se han registrado casos en los que comer antes de nadar haya causado o contribuido a ahogamientos mortales o no mortales”. El texto indicaba que se podía considerar un mito. Sin embargo, seguimos oyendo la recomendación.
“Es un poco leyenda urbana (y rural) llamarlos así, porque poco tiene que ver con la digestión”, asegura Jesús Sueiro, portavoz de la Asociación Galega de Medicina Familiar e Comunitaria (AGAMFEC). “Tiene más que ver con el choque térmico, meterse en el agua muy fría de forma brusca. Es un colapso circulatorio, se produce una hipotensión o una bajada de tensión, una especie de síncope. Se pueden producir mareos, incluso vómitos, y, si en ese momento estás en el agua, puede producir un ahogamiento por la pérdida de conciencia”, explica. Con meterse con cuidado, de forma lenta y progresiva, dejando que el cuerpo se aclimate, ya se elimina el riesgo.
Comidas y ejercicio
La insistencia en relacionarlo todo con las comidas, sin embargo, no está del todo infundada. Andrés Sánchez Yagüe, responsable del comité de Comunicación de la Fundación Española del Aparato Digestivo (FEAD) y jefe de Servicio de Endoscopia en el Hospital QuironSalud Marbella, explica que, en cierto modo, la digestión sí se corta. “Lo que vulgarmente conocemos como corte de digestión es un fenómeno que se denomina médicamente hidrocución. En este fenómeno lo que ocurre es que, ante un cambio brusco de temperatura, por contacto de la piel con agua fría, se detiene la digestión para derivar el flujo sanguíneo desde el tubo digestivo a la piel. Por lo que sí, en el corte de digestión se detiene el proceso de digestión”, asegura. El peligro, según explica, es que “los síntomas digestivos incluyen vómitos que con el estómago lleno pueden desencadenar un paso del contenido del estómago al pulmón, lo que facilitaría el ahogamiento”.
Desde la Escuela Española de Salvamento y Socorrismo, su director Alberto García Sanz puntualiza que ellos distinguen entre dos fenómenos distintos. Lo que llamamos popularmente corte de digestión es en realidad una mala digestión, explica. “Cuando hemos comido, el aparato digestivo necesita de una mayor concentración de sangre y oxígeno, lo que nos produce por ejemplo una somnolencia, en el cerebro hay un menor aporte. Si realizamos una actividad física, lo que estamos haciendo es que los grupos musculares que actúan en esa actividad van a necesitar también aporte de oxígeno y sangre y va a aumentar el ritmo respiratorio y cardiovascular. ¿En detrimento de qué? En detrimento de esa actividad digestiva”, afirma. Aquí, sin embargo, el agua no tiene nada que ver: cualquier actividad física con el estómago lleno puede provocar malestar gastrointestinal, náuseas, vómitos o mareos. Si eso nos ocurre mientras corremos, no pasa nada; si estamos nadando, podemos ahogarnos.
Por otro lado, García Sanz habla de la hidrocución, que es en realidad un shock termodiferencial. “Si nos zambullimos de golpe, sin habernos duchado, en el momento del contacto con el agua se produce un cambio de temperatura, un shock termodiferencial. Ahí puede haber una pérdida de conciencia y con eso nos ahogamos. Podríamos no haber comido”, aclara.
El término hidrocución lo acuñó en los años cincuenta del siglo pasado el profesor francés G. Lartigue como análogo a electrocución. Es una ejecución por el agua, pero no hay consenso científico sobre el proceso fisiológico específico que lleva a que el síncope ocurra, aunque sí se apunta a que el culpable es el cambio de temperatura y no la digestión.
Centrar la prevención en la temperatura
En este fenómeno, que nos obliga a esperar después de comer antes de bañarnos, hay en realidad tres factores que interactúan: la temperatura, la actividad física y la comida. El primero supone un riesgo en sí mismo: si nos metemos en el agua fría de golpe después de haber estado mucho tiempo al sol o haciendo ejercicio —es decir, si nuestra temperatura corporal es elevada—, el choque térmico es mayor y se puede producir el síncope. Esto nos podría ocurrir también si nos damos una ducha fría después de hacer deporte, pero aquí el mayor peligro sería “que nos demos un golpe si perdemos la conciencia”, explica García Sanz.
Lo de la comida entra en juego al relacionarlo con la actividad física. “La recomendación general es no hacer un ejercicio físico después de comer (por eso los deportistas comen con varias horas de antelación a un partido o una competición) o algo que pueda causar un estrés fisiológico, y eso incluiría entrar en el agua de repente y tener un choque térmico cuando el agua está fría (se considera fría por debajo de 24ºC, más o menos)”, señala Luis Miguel Pascual, responsable de investigación de ahogamientos.com. Es decir, si uno se mete en el agua justo después de comer, pero no hay mucha diferencia de temperatura entre el agua y el cuerpo o lo hace de forma progresiva, y su intención es únicamente estar a remojo y no hacer ningún tipo de actividad física, no habría ningún riesgo (más allá de los normales al estar en el agua).
El experto insiste en que habría que dejar de hablar de cortes de digestión, ya que no hay evidencia científica de que bañarse después de comer sea peligroso. Lo que sí es potencialmente peligroso es ese shock termodiferencial y es ahí donde habría que poner el foco de la prevención para evitar riesgos desinformados. “No evito el riesgo si me pongo dos horas al sol para hacer la digestión y luego me meto en el agua de forma brusca”, ejemplifica Juan Jesús Hernández, médico y técnico del área de Salud de Cruz Roja. Entre el 1 de enero y el 31 de julio de este año fallecieron 222 personas por ahogamiento, según la Real Federación Española de Salvamento y Socorrismo. No están desgranadas las causas, pero el ahogamiento tras un shock termodiferencial es una de las que está en nuestras manos prevenir.
El mensaje importante, insiste Hernández, es entrar en el agua de forma progresiva, mojándose poco a poco, y tener en cuenta si estamos acalorados. En las piscinas, ducharse siempre antes, porque si entramos tirándonos el cambio de temperatura es más brusco. “De hecho, esta situación, las hidrocuciones, es mucho más frecuente en piscina que en la playa, donde entro de forma más progresiva”, asegura.
No todo el mundo va a sufrir un shock si hace ese cambio brusco de temperatura, pero Luis Miguel Pascual, de ahogamientos.com, explica que tomar precauciones es siempre necesario. “Si tú vas con un coche por una carretera y te pilla una curva de improviso demasiado rápido, no es lo mismo si vas en un coche moderno que si vas en uno más antiguo, con los frenos mal, sin ABS… es ir sumando factores de riesgo. Aquí pasa igual”, indica.
Añade que es muy importante también vigilar a los niños, ya que el principal factor de riesgo en ellos es “el fallo de la supervisión de los adultos”. Y después, todo eso que ya sabemos: “Evitar las zonas poco vigiladas, seguir las indicaciones, etcétera”. Además, en los casos en los que la persona pierde la conciencia, no se ve a nadie luchando en el agua, simplemente se va al fondo, por lo que el riesgo es mayor al tener la boca y la nariz sumergidas, especialmente si nadie se da cuenta y actúa con rapidez. Mucho mejor hacer todo lo posible por evitar acabar en esa situación.
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