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El viaje al centro de Pedro Sánchez

El PSOE desvela al fin un programa de perfil bajo que plantea más autogobierno para Cataluña; PP, Cs y Vox claman contra los escraches

Operarios trabajan en la fachada de la calle de Ferraz de Madrid donde el PP había instalado la falsa agencia Falcon Viajes.Vídeo: EUROPA PRESS
Claudi Pérez

Hay expectación en Leganés. Pedro Sánchez está a punto de hacer su aparición en un mitin organizado en esa ciudad del sur de Madrid, y el PSOE va a desvelar, por fin, su programa electoral a solo dos semanas de las elecciones. “Va a llegar el presidente, muévase”, le dice un policía a uno de los asistentes. “Tengo un ataque de gota”, replica el señor con muy malas pulgas: el acto se celebra en un centro de jubilados y la media de edad supera los 65 años. Sánchez aparece con media hora de retraso. Y recibe una ovación cerrada con su primer redoble de tambor: “Vamos a reformar la Constitución para blindar el sistema de pensiones frente a quienes hablan de recortes”. Nada nuevo, pero un caramelo retórico para una audiencia receptiva a pesar de los puntuales ataques de gota. Apenas unos minutos después, el PSOE publica su programa: propone más autogobierno para Cataluña, sin referéndum ni 155 permanente. Nada nuevo —en todo caso un pequeño paso atrás respecto al último congreso del partido—, pero un caramelo retórico para PP, Cs y Vox, que tras unos días a la greña resucitan el espíritu de Colón y cargan contra un Gobierno que se alía con “comunistas, terroristas y separatistas”.

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En las grandes inundaciones lo primero que escasea es el agua potable. Tal vez por eso en las campañas electorales lo primero que escasea es la política: la izquierda agita el miedo a la derecha, la derecha agita el miedo a los independentistas y el espantajo de la desaparecida ETA, y de momento santas pascuas. Ese es el resumen de la campaña: un Pedro Sánchez que se limita a no meter la pata y a alentar el temor a un giro conservador —“no hay tres derechas: hay una sola que actúa como bloque, que quiere reeditar el pacto andaluz y revertir derechos que creíamos conquistados”—, un Pablo Iglesias (Podemos) que trata de recuperar el color, y tres partidos hiperventilando en el flanco derecho.

Pablo Casado (PP) anunció este lunes que si gana aplicará la ley de partidos —traducción bíblica: los ilegalizará si se lo permiten los jueces, extremo poco probable— a quienes organicen o permitan escraches. Albert Rivera (Cs) denunció en los tribunales los ataques en Rentería durante el fin de semana, e incluso el boicot en la Universitat Autònoma de Barcelona contra la candidata del PP, Cayetana Álvarez de Toledo, que los populares —oh! paradoja— no han llevado a la Fiscalía. Y Santiago Abascal se limita a llenar pabellones y a que este cronista se pregunte si el líder de Vox ha sintonizado con el zeitgeist —el espíritu de nuestro tiempo— o se limita a conectar con lo más ancestral de España. No está claro cuál de esas dos opciones es peor que la otra.

Sánchez era este lunes el hombre del día. El público le recibió con aplausos a la espera de un discurso ceñido, como dicen de los toreros que se arriman. El maestro Rafael Sánchez Ferlosio abominaba de los mítines electorales: aseguraba que el público de los toros era el respetable porque podía aplaudir pero también abuchear, mientras que en un mitin solo cabe la aclamación unánime. El líder del PSOE se limitó a hacer lo que se espera de él: lanzó propuestas sobre dependencia, pensiones y gasto social. Se dedicó, en fin, a las variaciones políticas del cuento de la lechera: no dijo una palabra de la desaceleración que viene o de las reformas que España necesita. Arremetió contra los ultras (“van de nuevos, pero siempre han existido los Blas Piñar, que luego se unen al PP”). Y poco más.

Leganés está en el mismísimo centro geográfico de la Península: algo así, políticamente, es lo que viene buscando Pedro Sánchez para el PSOE en estos tiempos de postureo y mampostería palabrera. “Viene una campaña sucia, a la que seguirá una legislatura sucia”, vaticina José María Maravall, exministro de Felipe González y maestro del 99% de los politólogos que se estrujan las meninges tratando de ver más allá del 28-A. “La política española produce todavía un nivel de ocurrencias singular, como si pretendiéramos resolver problemas cada vez más emponzoñados a base de recitar a coro opiniones contundentes débilmente argumentadas”, sostiene Maravall.

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Contra el apocalipsis —que casi siempre defrauda a sus profetas—, los sabios defienden el arte de ir tirando. Y frente a una campaña inundada de extravagancias (“Sánchez se sienta a la mesa con asesinos, violadores y pederastas”, dijo el candidato del PP en Huelva), hay que buscar agua potable: propuestas sobre cómo encajar la cuarta revolución industrial, sobre cómo mejorar el marco de relaciones laborales, sobre el sistema fiscal o la transición energética. De eso, por ahora, poco. Ni en Leganés ni en Rentería ni en Huelva se sacia esa sed.

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Sobre la firma

Claudi Pérez
Director adjunto de EL PAÍS. Excorresponsal político y económico, exredactor jefe de política nacional, excorresponsal en Bruselas durante toda la crisis del euro y anteriormente especialista en asuntos económicos internacionales. Premio Salvador de Madariaga. Madrid, y antes Bruselas, y aún antes Barcelona.

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