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‘IN MEMORIAM’ | MIGUEL PRIMO DE RIVERA Y URQUIJO

El Primo de Rivera que impulsó la democracia

Nieto del dictador y sobrino de José Antonio, defendió la ley para la reforma

Miguel Primo de Rivera, en su despacho en 2005.
Miguel Primo de Rivera, en su despacho en 2005.RICARDO GUTIÉRREZ

Con el fallecimiento de Miguel Primo de Rivera y Urquijo (San Sebastián, 1934) desaparece una figura clave en el impulso inicial de la transición a la democracia en nuestro país. Un miembro de la clase política del franquismo que supo entender que la sociedad española demandaba espacios de libertad que la dictadura no podía otorgarle y se implicó en el empeño de abrir vías de apertura, dentro del Estado del 18 de julio, para posibilitar su desaparición.

Pocas veces en nuestra reciente historia un apellido ha marcado un destino político tanto como marcó el suyo. Su abuelo, el general Miguel Primo de Rivera, gobernó España como dictador entre 1923 y 1930. Entre sus tíos paternos, José Antonio fundó Falange Española y, fusilado en los inicios de la Guerra Civil, se convirtió en un referente doctrinal básico para el longevo régimen franquista. Pilar presidió la Sección Femenina de Falange, y luego del Movimiento Nacional, durante casi medio siglo. Y Miguel fue dirigente del Partido único y ministro de Agricultura en un Gobierno de Franco.

Hijo de Fernando Primo de Rivera, militar, médico y falangista asesinado en la cárcel Modelo de Madrid en agosto de 1936, se orientó a la actividad empresarial que correspondía a la tradición de la familia de su madre, María del Rosario de Urquijo. En sus años escolares compartió estudios con Juan Carlos de Borbón, con quien le unió siempre una estrecha amistad. Abogado en ejercicio, trabajó en la banca londinense y luego en la Sociedad de Construcción Naval española.

Pero un Primo de Rivera no tenía fácil en estos años eludir la actividad política. En 1965 fue designado por el ministro de la Gobernación alcalde de Jerez de la Frontera, la ciudad donde tenía arraigo su familia paterna. Ejerció el cargo, con notable éxito, hasta 1971. Para entonces era procurador en Cortes por el tercio municipal y miembro del Consejo Nacional del Movimiento, la “Cámara de las ideas” de la dictadura. En la que, como ponente en su Sección Segunda, se esforzó en abrir un muy limitado pluralismo de asociación política en la estructura monolítica del partido único.

Su encendido discurso fue clave en el harakiri de las Cortes franquistas

En las Cortes se alineó con el grupo de jóvenes políticos de origen falangista que defendían una paulatina evolución del régimen hasta posibilitar, tras la muerte de Franco, una transición a la democracia, por lo que fueron conocidos como los reformistas azules. Primo de Rivera desempeñó un papel muy destacado en esta línea y fue uno de los impulsores del Grupo Parlamentario Independiente, creado en marzo de 1976, que se convirtió en el mejor apoyo en las Cortes de la reforma impulsada por Adolfo Suárez. Su amistad personal y su sintonía política con el rey Juan Carlos contribuyeron también a situar a Miguel Primo de Rivera en un primer plano de la vida nacional en los momentos iniciales de la Transición.

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Especialmente el 16 de noviembre de 1976, cuando asumió públicamente un papel protagonista de la historia de España. Miembro de la ponencia parlamentaria de la Ley para la Reforma Política, la última de las Leyes Fundamentales del franquismo y la llave de la apertura hacia la democracia, fue el encargado de presentarla en el Pleno de las Cortes. Su encendida defensa del proceso democratizador tuvo fuerte impacto en la opinión pública y aportó argumentos fundamentales para justificar lo que se definió como el “harakiri de las Cortes orgánicas”.

Liquidado en los meses siguientes el aparato institucional de la dictadura, Primo de Rivera evitó participar en las actividades de los partidos durante la Transición. Aun así, en junio de 1977, el rey Juan Carlos le incluyó entre los miembros del Senado por “designación real”. Como senador formó parte de las Comisiones de Presidencia del Gobierno, Justicia e Interior y Agricultura y Pesca. Pero solo permaneció dos años en su escaño. Celebradas nuevas elecciones en 1979, abandonó la política y se centró en la actividad empresarial privada. Aunque siempre se mantuvo como un referente histórico de las políticas de reforma y consenso que posibilitaron la Constitución. Cuando publicó sus memorias (Plaza & Janés) en 2002, las tituló No a las dos Españas.

Julio Gil Pecharromán es profesor de Historia Contemporánea en la UNED.

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