¿Asistentes virtuales también para partidos y políticos?
Democratizar la información, hacerla más accesible es, en sí misma, una tarea política de fondo, imprescindible e impostergable
Un asistente virtual es un software capaz de reconocer el lenguaje natural, de simular una conversación o una interacción para dar información u ofrecer un servicio, mediante la voz o el texto, a los usuarios de sistemas con acceso a internet. Hablamos mucho de ellos actualmente, aunque no son nuevos. Sus antecedentes se remontan a varias décadas.
El primer dispositivo que permitió ejecutar el reconocimiento digital de voz fue el IBM Shoebox, lanzado al mercado en 1961 y presentado al público general en 1962, durante la Feria Mundial de Seattle '21 Century Exposition'. Esta computadora fue desarrollada 20 años antes de la llegada del primer Personal Computer de IBM, que fue mostrado al mundo en 1981 y que, en sus inicios, fue capaz de reconocer 16 palabras y los dígitos del 0 al 9. Era el principio de una gran revolución.
Poco a poco los sistemas de reconocimiento digital de voz fueron creciendo y adoptando nuevas funcionalidades, que los llevaron a ser parte de las características internas de las computadoras personales de Microsoft, IBM, Philips y Lernout & Hauspie, en los años 90. No obstante, el primer asistente virtual instalado en un teléfono inteligente (iPhone 4S) fue Siri, cuando Apple, en 2011, compró su desarrollo a SRI internacional, un instituto de investigación financiado por el Departamento de Defensa de EE. UU. y DARPA. Es en estos entornos de acelerada movilidad digital cuando los asistentes virtuales ofrecen una nueva y poderosísima versatilidad.
La inteligencia artificial es una poderosa herramienta que puede optimizar y hacer más accesible la información pública, también la política.
Siri, Google Assistant, Alexa, Cortana y Bixby son solo algunos de los nombres de varios de los asistentes virtuales más avanzados del momento. Los métodos de interacción que usan son el de texto, voz o por medio de fotografías. Su sistema se basa en el procesamiento de lenguajes naturales, que les permiten combinar el método de interacción con los comandos ejecutables. Al mismo tiempo, muchos de ellos aprenden de manera continua al utilizar técnicas de inteligencia artificial (IA), entre las que se incluye el aprendizaje automático.
Hoy en día, empresas de todos los sectores trabajan en el desarrollo de sus propios asistentes virtuales. Tal es el caso de BBVA, que hace tan solo unos meses hizo pública una nueva funcionalidad que permite a sus clientes enviar dinero de un móvil a otro, incluso estando por fuera de la app del banco móvil. La entidad financiera reveló que tanto los usuarios de Android como de iOS podrán enviar dinero a través de los chatbots de BBVA, presentes en plataformas como Facebook Messenger o Telegram; sin embargo, solo quienes tengan iPhone podrán realizar el envío de dinero por medio de su asistente de voz, Siri. Y, muy recientemente, Telefónica acaba de anunciar su alianza con Google y Facebook para lanzar la plataforma virtual Aura, para el desarrollo del asistente virtual con el que "busca una nueva relación con el cliente". El presidente de Telefónica, José María Álvarez-Pallete, lo explicaba en estos términos: "Queremos que nuestros clientes se relacionen de forma más sencilla con la compañía gracias a las tecnologías de inteligencia artificial (IA) y puedan gestionar los productos y servicios contratados a través de Aura".
Un asistente virtual puede facilitar la participación democrática. Más diálogo, más democracia.
La irrupción de los asistentes virtuales en todos los ámbitos de la vida cotidiana y el desarrollo de las tecnologías de inteligencia artificial nos lleva a preguntarnos también si la vida política, los partidos y la representación política y nuestra arquitectura institucional pueden mejorarse con la IA o si bien, por el contrario, pueden suponer una amenaza para la libertad individual o para la misma democracia. Las alertas no vienen solo de los activistas o de los usuarios más concienciados. Grandes protagonistas de la revolución digital como Sean Parker, cofundador de Napster y el primer presidente de Facebook, reconocen que explotaron "una vulnerabilidad de la psicología humana" para el desarrollo de su plataforma. Y, recientemente, George Soros, en Davos, cargaba muy duramente contra el ecosistema digital de las grandes plataformas, advirtiendo sobre el hecho de que la democracia, tal y como la conocemos, está en peligro por la hegemónica —y subyugante— centralidad de la vida digital en nuestra sociedad, que nos aboca a los más diversos populismos sin control.
Hay otra visión menos apocalíptica, menos defensiva — tampoco ingenua—, que concibe la tecnología como una oportunidad real para seguir humanizando nuestra vida, a pesar incluso de la propia tecnología. La experiencia ciudadana (la experiencia de usuario, en términos de marketing) respecto al funcionamiento de los partidos es muy insatisfactoria, según todos los barómetros públicos y privados. Y no deberíamos cerrarnos a explorar los asistentes virtuales como una herramienta para mejorar la calidad de la experiencia política directa de la ciudadanía en su contacto con partidos y sindicatos. Democratizar la información, hacerla más accesible es, en sí misma, una tarea política de fondo. Imprescindible e impostergable. Veamos algunas posibilidades de los asistentes virtuales para partidos y sindicatos.
1. Información sobre la agenda parlamentaria y las iniciativas legislativas. Es completamente imposible que un ciudadano, una organización privada o pública, o una comunidad de intereses pueda seguir el desarrollo y el alcance de las iniciativas parlamentarias. La complejidad de estas hace que este conocimiento denso y no intuitivo quede en manos de corporaciones, lobbies, o especialistas jurídicos. Un asistente virtual podría canalizar toda la información pública y publicada con un motor de búsqueda sobre contenidos bien etiquetados y formateados. Más información, mejor democracia.
2. Información sobre la agenda política y pública de nuestros representantes. Un asistente virtual podría facilitar información puntual sobre la agenda pública, las principales declaraciones, las iniciativas políticas o los principales posicionamientos de hemeroteca. Una interfaz inteligente capaz de resolver las grandes preguntas y dudas. Más transparencia, mejor democracia.
3. Información sobre el programa electoral o los compromisos adquiridos en acuerdos o sedes parlamentarias. Necesitamos revitalizar una política más pragmática basada en compromisos y acuerdos. Un asistente virtual podría desmenuzar los programas electorales con los que los partidos se presentan y ofrecer respuestas documentadas a preguntas básicas sobre temas centrales. Más propuestas, mejor democracia.
4. Información y participación en la vida orgánica de los partidos y sindicatos. Un asistente virtual puede facilitar la participación democrática favoreciendo la toma en consideración de la opinión de afiliados, simpatizantes y electores. Una conversación múltiple que permita conocer más y mejor la opinión y las demandas de los ciudadanos y de los miembros de las organizaciones políticas puede contribuir a la revitalización política. Más diálogo, mejor democracia.
No todas las personas pueden hablar, por ejemplo, con el presidente del Gobierno o los líderes de la oposición. Y no creo que les importara hablar con sus asistentes virtuales. La inteligencia artificial es una poderosa herramienta que puede optimizar y hacer más accesible la información pública, también la política. Las Administraciones Públicas no tardarán nada en adoptarla en su relación con la ciudadanía. Pienso en servicios tributarios, de seguridad, asistenciales. Con un asistente virtual, nuestra opinión quedará registrada y obligará a mejorar las respuestas con nuestras preguntas y reacciones, a riesgo de que nuestra opinión y percepción se modifique por la calidad de la interacción. No es un mal camino. Quizá es el que debamos explorar. ¿Por qué no?
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