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Maryam El Gardoum, la joven bereber que venció a las olas del Atlántico

La cinco veces campeona marroquí de surf se abrió camino en un deporte en el que no hay muchas mujeres. Pero, además de como atleta, lo hizo como empresaria

Maryam El Gardoum
La surfista Maryam El Gardoum en la playa de Taghazout, el pasado 9 de septiembre.Francisco Sarrió Volpi

Una mañana de un sábado, Maryam El Gardoum (Tamghart, Marruecos, 26 años) avanza por las calles de Taghazout, un rincón pesquero y la meca del surf de la costa marroquí, a escasos kilómetros de Agadir. A cada paso que da, alguien la para y la abraza, intercambia una mirada con ella o le manda un saludo desde lejos. La joven bereber que aprendió de niña a sortear las olas en la playa de Devil’s Rock es hoy un referente en este deporte acuático, en el que se ha proclamado cinco veces campeona en su país.

El Gardoum es además una de las pocas mujeres marroquíes, si no la única, que dirige una escuela de surf en esta parte de la costa del Atlántico, donde la mayoría de negocios relacionados con deportes del mar están regentados por hombres, muchos extranjeros. La joven fundó Dihya Surf School a finales de 2022, cuando una lesión la obligó a descansar un tiempo. “Bendita lesión”, bromea entre risas durante una entrevista con este medio.

De afición a negocio

Con tan solo 11 años, El Gardoum se subió por primera vez a una tabla. Y aprendió de los hombres de su familia y amigos, a quienes llama “hermanos del surf”. “El día que cogí la primera ola, mi vida cambió”, cuenta. Por aquel entonces, no había escuelas de este deporte en las costas de Taghazhout y en su vecina Tamghart, de donde la deportista es originaria, decenas de hombres se apiñaban con las cañas de pescar. “Mi padre era pescador y mi madre recogía mejillones de las rocas. Éramos y somos una familia de clase media-baja”, apunta.

“El surf no era tan masivo como es ahora. Después de mucho insistir, construyeron la primera escuela en 2003, y no como un reclamo turístico, sino como un lugar donde los chavales locales podían aprender a surfear de verdad”, cuenta. Los primeros centros de enseñanza estaban en manos de extranjeros, principalmente británicos y sudafricanos, pero pronto también se convirtió en una oportunidad de negocio para los locales. “Muchos aprendemos de lo que nos enseñan estos grandes negocios del surf. No solo eso, sino que, además, nos brindan con oportunidades laborales. La gente joven puede dedicarse a ser instructores, guías o cualquier trabajo relacionado”, añade.

El día que cogí la primera ola, mi vida cambió

Antes de esta fiebre del surf, las principales fuentes de ingreso de los habitantes en esta zona de Marruecos eran la pesca, las plantaciones de plátanos y la producción de aceite de argán. Hoy, “el surf es el negocio estrella”, afirma El Gardoum. “Ya no hablamos de una afición o de un deporte. En mi caso, antes era un pasatiempo, luego pasó a ser mi trabajo como atleta nacional y, ahora, es mi principal fuente de ingresos”.

Antes de que El Gardoum se lanzara al mundo del emprendimiento, pisó el primer puesto del podio marroquí hasta en cinco ocasiones. Y también representó a su país en citas europeas e internacionales. A pesar del éxito, las condiciones para seguir labrándose una carrera como deportista de élite no eran fáciles. “Ser atleta en Marruecos es un camino difícil. No hay suficiente financiación y menos aún en el surf”, desvela. Con más gastos que ingresos, El Gardoum tuvo que abandonar las competiciones. “La federación marroquí no me ayudó a continuar y el dinero que me daban los patrocinadores no daba para pagar nuevo material, las clases privadas para mejorar mi rendimiento y habilidades o todos los gastos que involucraban un viaje al extranjero para competir en otros países”, explica.

“Antes de mi primera competición, no tenía nada de dinero. Mis amigos y mis padres me ayudaban como podían. Lo hacían a ciegas porque nadie podía imaginar que iba a ganar”, cuenta. En 2011, consiguió que la tomaran en serio. “Se dieron cuenta de que una mujer bereber también podía surfear como un hombre marroquí”. Echa de menos competir, se sincera, pero la comunidad surfera ya no es lo que era: “Ahora somos más, y también mejores, pero no hay un sentimiento de compañerismo. El negocio se ha comido a la pasión por el surf”.

Recuperar y transmitir la pasión por el surf

Una motivación importante para fundar una escuela de surf, asegura, fue pasar por una mala experiencia laboral. “Empecé trabajando en otra de las grandes escuelas de la zona. Primero como instructora y poco después como responsable de la administración y la gestión de las reservas”, cuenta. No se sentía apreciada. “Lloraba antes de llegar a la oficina”, recuerda. Fue entonces cuando se dio cuenta de que quería trabajar por y para ella. “Puedo levantarme con mis propios pies, tenía que hacer algo por mi cuenta. Con cariño y pasión”.

Desde entonces, y sin perder la vista a sus orígenes bereberes, El Gardoum gestiona su escuela, que promociona a través de sus redes sociales y su sitio web, e imparte clases individuales y grupales. Sus clientes más frecuentes son mujeres jóvenes que llegan de Alemania, Países Bajos, Suiza o Nueva Zelanda. “A veces es difícil controlar la carga de trabajo, pero soy la única que puede sacar este negocio adelante”.

El Gardoum sueña con disponer de unas instalaciones físicas en las que reunir a sus alumnos, dar clases teóricas y formar un equipo de mujeres marroquíes relacionadas con el mundo del surf. “Uno de mis objetivos para el próximo año es construir un bungaló en la playa. Así podré formar a chicas que, como yo, sueñan con dedicarse a este deporte”, avanza.

“Vivimos en un país en el que te enseñan a no hablar, a no quejarte. Si queremos mostrar lo que valemos, solo podemos demostrarlo con hechos y con el reconocimiento público de los demás. Hoy puedo decir que se respeta mi trabajo como mujer y surfista”. Unos segundos después, un grupo de chicas se acercan a la joven. Son algunas de sus alumnas. El Gardoum sonríe.

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