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Refugiados
Tribuna
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Abuk: la huida de una joven madre del conflicto de Sudán

Unas 200.000 personas han buscado refugio en Sudán del Sur desde que comenzó el conflicto en el país vecino en abril. La mayoría son personas vulnerables, incluidos niños y niñas separados de sus familias

Abuk Sudan
Campo de tránsito de refugiados en Aweil, en Sudán del Sur. Los refugiados sudaneses tienen que sobrevivir en condiciones difíciles bajo un calor abrasador.Scovia Faida Charles (World Vision)

Los hogares son lugares de estabilidad, seguridad y sentido de pertenencia. Cuando se rompen, debido a un conflicto, como en Sudán, a la gente no le queda más remedio que huir. Esto significa no solo estar desarraigado de lo que para uno era familiar. También significa querer seguir con vida, cueste lo que cueste y a pesar de no saber lo que te espera. También perderlo casi todo, incluidos familiares y amigos, y enfrentarte a la posibilidad de no poder regresar nunca y no poder reunirte con tus seres queridos. Así es la historia de Abuk y de muchos otros que transitan y buscan refugio en Sudán del Sur.

“No sé adónde voy”, fue su primera respuesta cuando conocí a Abuk, de 26 años y madre de cinco hijos, en la pista de aterrizaje de Aweil, en el estado septentrional de Bahr El-Ghazel, en Sudán del Sur. Fue durante mi reciente visita a la región para comprobar de primera mano la situación de las personas refugiadas, retornados y comunidades de acogida afectadas por el actual conflicto en el país vecino, Sudán, y cómo World Vision y otros socios humanitarios están respondiendo a sus necesidades. Abuk acababa de bajar de un vuelo apoyado por la Organización Internacional para las Migraciones procedente de Renk, en el estado del Alto Nilo, lugar por el que la mayoría de los desplazados de Sudán entran en el país.

Durante mi breve conversación con Abuk, me enteré de que había vivido en Jartum toda su vida. Allí, ella y su marido, propietario de una pequeña tienda, criaron a sus hijos. Llevaban una vida normal hasta que estalló el conflicto el 15 de abril. Esa fue la última vez que vio a su marido. Ese día había salido a trabajar y desde entonces no ha vuelto a verle ni a saber nada de él. Confundida sobre qué hacer, acudió a su vecina, que se encontraba en su misma situación. Pocos días después, su vecina se marchó a Sudán del Sur. Esto confundió aún más a Abuk. Estaba indecisa entre quedarse o marcharse. No sabía dónde estaba su marido ni si volvería. Tampoco sabía si llegaría sola a Sudán del Sur con sus cinco hijos pequeños.

Si pudiéramos escuchar todas las historias de sus viajes hacia la supervivencia, nuestros corazones se romperían en mil pedazos

Casi tres semanas después de que comenzaran los combates en Sudán, Abuk se armó de valor y decidió unirse a un grupo que se dirigía a Sudán del Sur. Era el 6 de mayo. Una anciana se ofreció a ayudarla a llevar a sus hijos y asumió el coste de un medio de transporte. Finalmente, tras ocho días de penoso viaje con frecuentes controles e interrupciones, llegó a Renk, en el Estado del Alto Nilo, a través del paso fronterizo de Wunthou.

El centro de tránsito de Renk fue un refugio seguro, aunque con servicios mínimos, durante las cinco semanas que pasó allí. “Me alegro de que mis hijos recibieran algo de comida, aunque no suficiente para los cinco. Están vivos y su futuro está en manos de Dios”, me explica.

La mayor incógnita de Abuk era: “¿Adónde podría ir?”. Le dieron los números de teléfono de sus suegros en el condado de Aweil Este y los nombres de personas que no conocía. Abuk solamente habla árabe.

Mientras contemplaba lo que le esperaba en un lugar desconocido, en la posibilidad de conocer a su familia política por primera vez, en atravesar terrenos desconocidos y en no saber si volvería a ver al padre de sus hijos, ella y sus hijos subieron a un camión rumbo a los polvorientos senderos de la zona rural de Aweil.

La vida ha cambiado drásticamente para Abuk, para sus hijos y para millones de personas desplazadas a causa del virulento conflicto, no solamente en Sudán o aquí, en Sudán del Sur, sino también en muchas otras partes del mundo.

Como mínimo, no debemos olvidar la difícil situación de los desplazados

Todos ellos se enfrentan a un sufrimiento inimaginable antes, durante e incluso después de su viaje a través de las fronteras. Han sido testigos y han experimentado la violencia, incluidas extorsiones y saqueos. Si pudiéramos escuchar todas las historias de sus viajes hacia la supervivencia, nuestros corazones se romperían en mil pedazos. Lamentablemente, sus voces a menudo se ven apagadas y ahogadas por otros acontecimientos mundiales.

A finales de julio, la Oficina de la ONU para la Coordinación de Asuntos Humanitarios (UNOCHA) calculó que casi 200.000 personas habían llegado a Sudán del Sur desde que comenzó el conflicto en Sudán en abril, y “se prevé que el número de llegadas aumente a medida que continúe el conflicto en Sudán”. De esta cifra, la mayoría son personas vulnerables, “incluidos niños y niñas no acompañados y separados de sus familias, ancianos, personas con discapacidad, personas con necesidades médicas urgentes, familias monoparentales o encabezadas por mujeres y mujeres embarazadas”.

A la pregunta de Abuk: “¿Adónde podría ir?”, nosotros también deberíamos preguntarnos: “¿Qué más podemos hacer?”

Únicamente cabe esperar que las facciones enfrentadas tomen pronto las medidas necesarias para poner fin al conflicto. El momento de actuar es ahora. Como mínimo, no debemos olvidar la difícil situación de los desplazados. Se necesita un pueblo, una nación y a todos nosotros para reasentar y apoyar a personas como Abuk, para que tengan un comienzo digno. Esto requiere un mayor compromiso por parte de los gobiernos, los socios humanitarios y de desarrollo y la comunidad internacional para poder poner fin a los conflictos y garantizar que se destinan más recursos financieros a la ayuda humanitaria.

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