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Alterconsumismo
Coordinado por Anna Argemí
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Otra película ecológica que quiere convertir a los espectadores en actores (militantes)

El documental ‘Animal’, de Cyril Dion, busca despertar la conciencia ciudadana para modificar la relación del hombre con el mundo animal y mostrar sin tapujos qué se esconde detrás de nuestros filetes de cada día

Los dos adolescentes protagonistas de 'Animal' visitan una playa de Mumbai llena de plásticos.Foto: CAPA STUDIO_BRIGHT | Vídeo: UGC Distribution

No es agradable ver vacas zarandeadas de un lado para otro en una granja industrial a golpe de bastón eléctrico. El documental Animal, la última obra de Cyril Dion, echa mano de algunas imágenes de recurso como estas para mostrar sin filtros y sin tapujos qué se esconde detrás de nuestros filetes de cada día. A estas alturas de la película, nunca mejor dicho, estas imágenes de maltrato animal se acumulan en la retina junto con muchas otras, mucho cine militante, que denuncia a machamartillo desde hace años lo que el hombre hace a diario, y sin vergüenza, con el reino animal. Para muestra, el documental El fin de la carne del que hablamos en su día.

Animal formó parte de la selección oficial del Festival de Cannes 2021 y llegó al gran público, a las pantallas de cine francesas, el mes de diciembre pasado. En su financiación han participado más de 5.000 personas, a través de Kisskissbank, que aportaron más de 300.000 euros para que el filme fuera una realidad. El largometraje se anuncia bajo el lema: “Cada generación tiene su lucha. Esta es la nuestra”.

De nuevo Dion recurre al género de la road movie ecológica, como hizo con Demain, protagonizada en este caso por dos adolescentes, defensores a ultranza del medio ambiente. Bella Lack es una londinense de 16 años que aboga por los derechos de los animales. Vipulan Puvaneswaran es un parisiense que baja a la calle cada vez que hay una manifestación por el clima. Ambos nos llevan de paseo por el ancho mundo, desde la India hasta Kenia, pasando por California, a la búsqueda de personas y de iniciativas que miran y comprenden a los otros animales, los no humanos, como dicen ellos, desde otra perspectiva que la estrictamente mercantilista.

Sabido es ya que nuestro uso y abuso de los animales, entre otras razones, nos está abocando a la sexta extinción en masa, pues han desaparecido el 60% de los animales salvajes vertebrados en los últimos cuarenta años. ¿Importa que desaparezcan especies? En el dossier de prensa se lee una cita de Claude Lévi-Strauss que viene al caso: “La existencia de una especie es tan importante como la obra de un gran pintor. Hacemos todos los esfuerzos necesarios para proteger su creación en los museos, mientras que tratamos a las especies de seres vivos con una desenvoltura y un desprecio increíbles”.

La ciudadanía llora y se indigna ante las imágenes de las vacas zarandeadas y golpeadas, pero no quiere perder ni siete minutos en la autopista para combatir el cambio climático

Volviendo a la película, el periplo cinematográfico por el ancho globo nos permite escuchar de primera mano, por ejemplo, a personalidades como la etóloga Jane Goodall. Cuenta que cuando volvió al Reino Unido para presentar sus investigaciones sobre el terreno después de convivir en África con chimpancés, los eruditos universitarios que debían evaluar sus aportaciones criticaron que les hubiera dado nombres a los animales. Puesto que se trataba de objetos de estudio debían ser citados cada uno solo con números.

¿Ser objeto de estudio significa ser únicamente eso: un objeto? Goodall recuerda todavía ese momento, desde la altura de su edad y de su reconocimiento internacional, con precisión y con tristeza. Quizá la esperanza resida en que esa precursora que fue décadas atrás la reputada primatóloga encuentra hoy no solo la ovación unánime de la comunidad internacional, sino que es comprendida por esos dos adolescentes que la escuchan y sienten vergüenza ajena.

La primatóloga Jane Goodall abraza a los dos adolescentes protagonistas de la película.
La primatóloga Jane Goodall abraza a los dos adolescentes protagonistas de la película.CAPA Studio_Bright

Cyril Dion estuvo presente en la sesión de Animal a la que asistí. Comentó después del visionado que, para él, el problema mayor para deshacer el entuerto de esta relación malsana entre el hombre y el mundo animal es el poder desmesurado que tienen los lobbys industriales en Bruselas. Eso provoca que la legislación europea acabe sesgada, es decir, contemplando los intereses de los grandes productores cárnicos o grupos pesqueros más que las convicciones de los ciudadanos europeos de a pie.

Según Dion, los políticos de alto nivel, con los que se codea desde hace años, no muestran gran interés por defender la causa ecológica. Dan la razón al discurso que se les presenta, pero no mueven un dedo para cambiar el statu quo. Explicó que hace unos años fue recibido en audiencia por el presidente de la República, Emmanuel Macron, a quien explicó durante 45 minutos lo que, según él, habría que hacer para combatir el cambio climático. Macron no quiso aceptar sus propuestas porque le parecía que pondrían a los franceses en pie de guerra: habría que reducir drásticamente el uso del coche, el consumo de carne… Y de hecho, el presidente, a mi modo de ver solo puso el dedo en la llaga. Los políticos, mal nos esté el aceptarlo, son las más de las veces simples reflejos de la sociedad que los ha aupado al poder.

Los protagonistas de 'Animal' visitan una macrogranja.
Los protagonistas de 'Animal' visitan una macrogranja.CAPA Studio_Bright

Cyril Dion formó parte en su día de la Convención Ciudadana por el Clima, una institución francesa creada para recoger las propuestas de la ciudadanía en la lucha contra el cambio climático. Se acabaron proponiendo 149 medidas, entre las cuales reducir la velocidad límite en las autopistas francesas (actualmente 130 km/h) a 110 km para reducir de manera considerable las emisiones de gas invernadero. Esa simple medida despertó las iras de propios y extraños en todo el territorio francés. Dion se preguntaba todavía atónito ante el público cómo vamos a ajustar nuestras vidas si no estamos dispuestos ni siquiera a este pequeño sacrificio. De hecho, la limitación suponía en la práctica para el conductor una pérdida de solo siete minutos en un trayecto de dos horas.

La conclusión es que, hoy por hoy, la ciudadanía llora y se indigna ante las imágenes de las vacas zarandeadas y golpeadas, pero no quiere perder ni siete minutos en la autopista para combatir el cambio climático. Y de ahí el título de mi post: ¿Cambiará la exposición y la explicación reiterada del desastre global la actitud de los espectadores? Dicho de otra manera, ¿pasaremos de espectadores a actores, todos sin excepción: políticos, legisladores y la ciudadanía en general?

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