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Nueva Zelanda
Tribuna
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Jacinda Ardern y el valor de la compasión

La primera ministra de Nueva Zelanda ha demostrado una excepcional capacidad política para ponerse en el lugar del otro. La echaremos de menos

Jacinda Ardern saludaba al salir de las oraciones del viernes en Hagley Park en Christchurch, Nueva Zelanda, el 22 de marzo de 2019. Su mandato, que acaba tras su dimisión, ha estado marcado por la empatía. Foto: VINCENT THIAN (AP) | Vídeo: Reuters
Gonzalo Fanjul

Se me ocurren pocas figuras públicas más distantes que Donald Trump y Jacinda Ardern. Una característica de sus comportamientos políticos, sin embargo, ilustra bien esa distancia: la diferencia entre hablar en nombre de otros y ponerse en el lugar de ellos.

La RAE define el término compasión como el “sentimiento de pena, de ternura y de identificación ante los males de alguien”. La capacidad de padecer con otro es un ejercicio profundo de empatía que tiene consecuencias tangibles en quien lo experimenta. Algo muy diferente de lo que hace la ultraderecha cuando habla del aborto, por ejemplo. Al suplantar a las mujeres, las infantiliza, distorsiona su punto de vista y les niega la capacidad de opinar por sí mismas.

Otras personas tal vez no nos expresemos con la crueldad y la chulería de Trump, pero caemos con frecuencia en el mismo vicio que este personaje. Los hombres hablamos en nombre de las mujeres, los blancos en nombre de las personas racializadas, los donantes interpretamos lo que quieren los destinatarios de la ayuda y los adultos lo que necesitan los niños que sufren la pobreza.

Jacinda Ardern, por el contrario, ha construido su figura política sobre la base de la compasión. Una de sus intervenciones memorables tuvo lugar tras la masacre de las mezquitas de Christchurch, en la que murieron 51 personas a manos de un pistolero blanco: “Muchos de quienes han sido directamente afectados por este tiroteo pueden ser migrantes en Nueva Zelanda. Pueden incluso haber buscado refugio aquí. Han elegido hacer de Nueva Zelanda su hogar y este es su hogar. Ellos son nosotros. La persona que ha perpetrado esta violencia contra nosotros, no lo es”.

Esta identificación profunda con la víctima es la misma que ha demostrado al hablar de la pobreza infantil —una de sus banderas políticas—, de la violencia machista o de la respuesta a la Covid-19. Es una virtud rara que distingue ciertos liderazgos, que no tiene un nicho ideológico y que confiere a la acción política un valor social particular.

Hoy hemos sabido que Ardern ha decidido dejar su cargo de primera ministra. Y lo ha hecho sobre la base de un nuevo ejercicio de compasión, esta vez consigo misma y con su familia. El candor con el que lo ha explicado ­—”no me queda energía”­— es una muestra más de la calidad de esta rareza política, a la que tanto echaremos de menos. Ojalá no sea por mucho tiempo.

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