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Med Lemine Rajel, cineasta mauritano: “Nuakchot es única: ni tradicional ni moderna, ni nómada ni sedentaria”

El joven artista se ha propuesto desentrañar, a través de sus habitantes, los finos hilos que mueven una ciudad que era un puñado de cabañas de madera hace 65 años y hoy ronda los 1,5 millones de personas

Med Lemine Rajel
El cineasta mauritano Med Lemine Rajel posando para una foto con una de sus múltiples cámaras en su estudio de Nuackchot, Mauritania.Juan Luis Rod
José Naranjo

Como si fuera la cueva de un hechicero, el estudio de Mohamed Lamine Rajel en Nuakchot, la capital de Mauritania, está poblado por artilugios mágicos. De los cajones asoman, curiosas, cámaras y objetivos y en las paredes observan atentos reflectores y decorados. Es aquí donde este talentoso cineasta de 34 años mezcla los ingredientes de sus pócimas audiovisuales, les da forma y alumbra. Autor ya de un puñado de cortos, está empeñado en desentrañar, a través de quienes la habitan, los finos hilos que mueven su ciudad, de apariencia hostil, como nunca han sido revelados. “Hago cine porque es lo único que me hace llorar”, asegura. A Med, su nombre artístico, le apasiona la alquimia de transformar su mundo en algo bello que contar. Su varita es su cámara.

Su primer contacto con este arte nació en su cabeza. “Mi abuela me contaba historias antes de dormir y yo las traducía a imágenes”, recuerda. Reunía durante cuatro días el dinero para pagar la entrada del único cine que existía en Nuadibú, su ciudad natal, y se atiborraba de pelis infantiles y del onírico imaginario de Bollywood. No es de extrañar que pronto se comprara su primera cámara de fotos de usar y tirar. Tras pasar por una escuela coránica y terminar los estudios secundarios, llegó el momento esperado: trasladarse a Nuakchot. “Con 17 años aquello fue un sueño, suponía ir a la ciudad donde había de todo y donde todo era posible”, comenta.

Comenzó a estudiar Sociología en la Universidad, pero pronto empezó a trabajar para poder dejar la casa familiar y pagarse una habitación donde dar rienda suelta a sus sueños. “Me interesaba la música, la danza, el arte, el hip hop, la poesía y por supuesto el cine”, explica. “Entré en contacto con una juventud que tenía mucha energía. En 2009 empecé a cubrir la actividad cultural de Nuakchot con mi primera cámara de verdad y en 2011 participé como actor en mi primera película. Para mí, era el paraíso”. Nacía así una conexión con la ciudad que le acogió y, al mismo tiempo, el ansia por contar su historia, sus desafíos y contradicciones. Como cineasta, pero también como productor o periodista.

A finales de los años cincuenta, Nuakchot era apenas un pueblito rodeado de mar y arena. Sin embargo, Moctar Ould Daddah, padre de la independencia mauritana, lo escogió para fundar la capital del país. Desde entonces, la ciudad ha vivido una impresionante transformación acrecentada por la llegada de cientos de miles de personas del interior, pastores y guerreros, pero también notables eruditos. “Cuando piensas en una ciudad moderna se te viene a la cabeza Dakar, Casablanca o Dubai, no Nuakchot. Pero tampoco es tradicional. Está habitada por población sedentaria, pero vivimos como nómadas. Es una ciudad única. Yo tengo una historia de amor con ella, aunque no mucha gente la quiere, solo los artistas”, asegura. Como Roma, París o Nueva York, la capital mauritana también necesita quien le cante.

En nuestra cultura un hombre que llora es una expresión de debilidad. Y a mí el cine, cuando me parece bello, me hace llorar

Hace unos años, Med se unió al antropólogo danés Christian Vium, otro enamorado de Nuakchot que ha dedicado media vida a desentrañar su esencia, para llevar al cine el proyecto Historias de una ciudad nómada. Mientras tanto, sigue asomando su cámara a sus retos: el agua, los jóvenes, el medio ambiente o la difícil relación entre las comunidades que existe en su país. Pero en todas estas iniciativas, de una manera o de otra, la protagonista es siempre la misma, una ciudad de la que sus habitantes escapan cada vez que pueden para reencontrarse con el desierto, un viejo pueblito de cabañas de madera al que le nacieron calles y aceras y edificios y tiendas que, década tras década, se ha ido convirtiendo en hogar de unos 1,5 millones de personas.

“El arte es belleza, pero también una herramienta de cambio. Hay cosas de nuestra sociedad o de nuestra política que no nos gustan y tenemos que contarlas. Existe una imagen muy negativa de África en general y de Mauritania en particular, hay esclavitud, conflictos o emigración, pero también hay cosas positivas que casi siempre se desconocen porque muchos artistas africanos no pueden viajar ni salir al mundo con su obra. Yo tengo la suerte de hacerlo, pero no quiero irme, quiero quedarme y contar desde aquí para nuestros jóvenes”, asegura Med. Para ello ha incluido entre sus objetivos el de construir un cine en Nuakchot. “A finales de los años ochenta había 24 salas en esta ciudad, hoy no hay ninguna comercial, tan solo la del Instituto Francés. Hay semanas que no hay ninguna actividad cultural en Nuakchot, y creo que una sociedad como esta tiene un gran problema”, comenta.

“En nuestra cultura un hombre que llora es una expresión de debilidad. Y a mí el cine, cuando me parece bello, me hace llorar. Por eso me dedico a ello, para intentar transformar las cosas que pasan a nuestro alrededor en algo bonito”, comenta. Entre sus referentes africanos, destaca a los realizadores senegaleses Ousmane Sembene o Moussa Touré, el mauritano Med Hondo, el chadiano Mahamat Saleh Haroun o la franco-senegalesa Mati Diop. “Me encanta también el cine sudanés o iraní, como el de Abass Kiarostami, Jafar Panahi, Asghar Farhadi o Panah Panahi”. En Occidente, cita al portugués Pedro Costa, el alemán Wim Wenders, el danés Vinterberg, el estadounidense Martin Scorsese o el italiano Paolo Sorrentino.

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Sobre la firma

José Naranjo
Colaborador de EL PAÍS en África occidental, reside en Senegal desde 2011. Ha cubierto la guerra de Malí, las epidemias de ébola en Guinea, Sierra Leona, Liberia y Congo, el terrorismo en el Sahel y las rutas migratorias africanas. Sus últimos libros son 'Los Invisibles de Kolda' (Península, 2009) y 'El río que desafía al desierto' (Azulia, 2019).
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