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Planeta Futuro
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Las periodistas que soñaron con un futuro diferente para Sudán

En 2007 fundamos un medio de comunicación con un grupo de jóvenes reporteras. Nuestras esperanzas de construir un país más libre se truncaron con la guerra que arrancó en 2021

Periodistas Sudan
Taller de análisis de datos sobre violencia de género impartido por el medio sudanés 'Al Alag'.Al Alag Press

En el año 2007 fundé Al Alag en Sudán, junto con mi querida amiga y también periodista Madiha Abdullah. Éramos un grupo de jóvenes reporteras interesadas en temas relacionados con las mujeres y las comunidades locales y que soñaban con un hermoso futuro. Al Alag significa “sorpresa” y “luz”, una luz en medio de la oscuridad de un régimen islamista que destruyó las esperanzas de los jóvenes, especialmente las de las chicas, y los aprisionó en un sistema que se negaba a cambiar o a escuchar las voces de las mujeres.

Nuestra pequeña organización trataba de dejar un legado para que las jóvenes generaciones de mujeres licenciadas en Ciencias de la Información se inspiraran en el espíritu del periodismo profesional. Defendíamos la causa de las mujeres y las comunidades marginadas, transmitiendo la verdad y denunciando la corrupción que se había vuelto omnipresente a lo largo de 30 años de un régimen obsesionado con silenciar. Trabajamos durante casi dos décadas en la consolidación de esta institución y nos esforzamos por crear confianza y reforzar la voluntad a través de nuestro trabajo. Queríamos inspirar y formar a una generación de periodistas y profesionales de los medios para borrar el discurso del odio y el racismo.

Nuestro espíritu y ambición eran grandes después de la revolución de diciembre de 2018. Un hermoso sueño empezaba a nacer en los corazones de miles de jóvenes; un sueño de libertad, paz y justicia. Pero el golpe de Estado que tuvo lugar el 25 de octubre de 2021 destruyó las expectativas de millones de personas que soñaban con un Estado civil. A pesar de ello, nos mantuvimos firmes frente a la tiranía y no renunciamos a la esperanza. Seguíamos buscando la alegría y tratando de difundir una luz y la esperanza en esa transformación que creíamos que llegaría.

Nuestra pequeña organización trataba de dejar un legado para que las jóvenes generaciones de mujeres licenciadas en Ciencias de la Información se inspiraran en el espíritu del periodismo profesional

Nos instalamos en una elegante sede situada en uno de los barrios más prestigiosos de la capital, Jartum, que nos cedieron unos amigos nobles y generosos que creían en el cambio, la libertad y la justicia. Nos sentíamos muy felices al ver que crecíamos. Habíamos cumplido nuestro sueño como periodistas. Dedicamos a este sueño nuestros esfuerzos, nuestros ahorros y nuestras experiencias.

Las cosas iban bien y soñábamos con celebrar la vuelta de la democracia después de las vacaciones del Eid [el fin del ayuno del Ramadán]. El lema era libertad, paz y justicia. No imaginábamos que el Eid acabaría siendo un infierno para Sudán ni que la maldita guerra estallaría. Los más de 10 millones de habitantes de Jartum vieron cómo su ciudad quedaba destruida entre el sonido de enormes explosiones. Las noticias hablaban de un enfrentamiento entre las Fuerzas Armadas de Sudán Ejército (SAF, por sus siglas en inglés) y las Fuerzas de Apoyo Rápido (RSF, por sus siglas en inglés). Los aliados de ayer se habían convertido en los enemigos de hoy.

Mujeres refugiadas en el asentamiento de refugiados de Gorom, cerca de la capital de Sudán del Sur, el pasado 6 de enero.
Mujeres refugiadas en el asentamiento de refugiados de Gorom, cerca de la capital de Sudán del Sur, el pasado 6 de enero. picture alliance (dpa/picture alliance via Getty I)

Al principio pensamos que sería cosa de uno o dos días. Sudán había vivido antes golpes militares similares, que solían terminar con la victoria de una de las partes. Pero el ruido de las armas y los cañones no cesaba. Las construcciones y las infraestructuras habían sido arrasadas. Podían oírse los gritos de la gente mientras las casas les caían encima, matando a niños y mujeres. Las balas perdidas mataban a los ciudadanos. Lo más horrible eran los relatos de violaciones de niñas y mujeres y los gritos de estas, historias que fueron difundidas por las redes sociales y los observadores, y documentadas en informes oficiales.

Tras 50 días de bombardeos, decidí abandonar mi hogar y a mi marido, después de que mis hijas y mi único hijo varón hubieran huido en busca de un refugio seguro y tras aceptar que los cañones no callarían, ya que ambos bandos querían lograr la victoria. Daba igual que la gente fuera asesinada y masacrada; lo único que importaba era hacerse con el poder.

Mi desgracia por la pérdida de nuestra institución y de nuestros sueños era mucho menor que el dolor de las familias que habían perdido a sus seres queridos, o cuyas hijas habían desaparecido, o habían sido secuestradas, o violadas

Me uní a un grupo de personas que se dirigían a Argeen, en la frontera con Egipto, para seguir a parte de mi familia que estaba repartida entre Omdurman y El Cairo. Allí caí en la cuenta de que mi desgracia por la pérdida de nuestra institución y de nuestros sueños era mucho menor que el dolor de las familias que habían perdido a sus seres queridos, o cuyas hijas habían desaparecido, o habían sido secuestradas, o violadas. Vi a recién nacidos en brazos de madres que luchaban por mantenerse con vida a pesar de la falta de atención médica; a ancianos y ancianas con enfermedades crónicas que murieron en el camino y fueron enterrados lejos de sus casas. Oí las historias de unas madres desconsoladas que habían dejado a sus hijos y a sus maridos, asesinados a balazos delante de su casa; ni siquiera habían podido enterrarlos y no sabían si los cuerpos de sus seres queridos habían sido devorados por perros y gatos. Esas mujeres sobrevivieron, pero será difícil que superen sus recuerdos y su enorme tristeza.

Una joven me contaba que cuatro soldados de las RSF, en Jabra, Jartum, la violaron delante de su marido, al que golpearon y rompieron la mandíbula porque intentó detenerles. Relataba su terror y el de sus hijas cuando los milicianos volvieron para llevárselas. Tuvieron que esconderse debajo de la cama, y se salvaron gracias a un grupo de jóvenes del barrio que obligaron a huir a los milicianos lanzándoles piedras. Ella y su familia lograron salir de Jartum con el apoyo de una organización de la ONU. También recuerdo a una profesora que me contaba en una sesión de terapia que su hija de 13 años tenía miedo de los hombres e insistía en llevar más ropa de la necesaria por miedo a ser violada, aunque vivía en una zona segura. Las obsesiones seguían acompañándola a pesar de los esfuerzos de la madre por convencerla de que no le pasaría nada.

Se me saltan las lágrimas pensando en las ilusiones de tantos jóvenes llenos de vida y que ahora solo sienten preocupación, varados en los pasos fronterizos. Es doloroso ver cómo la noble visión de reconstruir un país rico en recursos queda reducida a un mero sueño de obtener un visado de entrada o de conseguir una tarjeta amarilla que confiere el estatus de refugiado.

Yo me exilié en El Cairo, y mi cofundadora, Madiha Abdullah, en Kampala. Al Alag todavía trabaja en Sudán y en la diáspora, tratando de informar sobre violencia de género y otros asuntos que afectan a las mujeres.

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