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Siddharth Kara: “Hay gente que muere y sufre todos los días para que podamos enchufar nuestros móviles y coches”

El investigador y escritor acaba de publicar ‘Cobalto rojo’, un libro donde invita a reflexionar sobre la explotación que sufren cientos de miles de personas en el Congo para extraer el mineral con el que se fabrican las baterías recargables

Siddharth Kara
Mineros en una mina de cobalto en la República Democrática del Congo.Siddarth Kara
Patricia R. Blanco

“Cuando tú o yo vamos y compramos un teléfono inteligente, un portátil o incluso un vehículo eléctrico, creyendo que estamos tomando una decisión ecológica, no pensamos que unos cuantos niños congoleses van a ser enterrados vivos para que disfrutemos de esta tecnología”. Siddharth Kara (Knoxville, Estados Unidos, 46 años), investigador y activista contra la esclavitud, intenta incomodar al consumidor del Norte global con esta afirmación, en una entrevista por videollamada con este diario. Acaba de publicar en español Cobalto Rojo (Capitán Swing), un superventas en su versión en inglés, donde invita a reflexionar sobre el “componente” que hace posible que funcionen las baterías recargables. “Alrededor de las tres cuartas partes del suministro mundial de cobalto se extraen en el Congo y, para ello, cientos de miles de personas, incluidos niños, rebuscan en la tierra para extraerlo por uno o dos dólares al día”, continúa.

Kara ha contemplado en directo, en sus viajes a la República Democrática del Congo (RDC) durante los últimos años, cómo el mineral “se extrae en condiciones que violan gravemente los derechos humanos y que provocan una enorme destrucción ambiental”, especialmente en la región de Katanga, en el extremo sudoriental del país, “que posee más reservas del cobalto que el resto del planeta junto”. “El paisaje es de absoluta destrucción humana y ambiental, se han talado millones de árboles para dejar espacio a los grandes asentamientos mineros, mientras poblaciones enteras son desplazadas. La tierra, el aire, el agua… todo ha sido contaminado con vertidos tóxicos que emergen de las instalaciones de procesamiento”, describe.

Es “un nuevo capítulo de la esclavitud”, exclama Kara. El Congo, recuerda, ha sufrido la desgracia de que su riqueza natural se haya convertido históricamente en su maldición, porque siempre ha contado con el elemento clave de lo que demandaba la economía mundial: esclavos como mano de obra para las plantaciones de América y Asia, caucho para los neumáticos de los automóviles, uranio para las bombas nucleares, níquel, plata, zinc, diamantes, oro y madera. Y ahora cobalto.

Mineros hacinados en una explotación de cobalto en la RDC.
Mineros hacinados en una explotación de cobalto en la RDC.Siddarth Kara

La carrera por este mineral, que de momento “gana China”, le recuerda “al infame saqueo del marfil y del caucho congoleños que el rey Leopoldo II [de Bélgica] llevó a cabo durante su brutal reinado [de 1885 a 1908]” y en el que se estima que murieron unos 13 millones de personas, aproximadamente la mitad de la población de la colonia en aquel entonces. “En 1888 se inventó el neumático de caucho, y Leopoldo II desplegó en el Congo un ejército mercenario terrorista para esclavizar y aterrorizar a la población local y obligarla a extraer caucho para usarlo en la fabricación de neumáticos durante esta primera revolución automovilística”, recuerda Kara. Y ahora, “130 años después, hay una segunda revolución automovilística, esta transición a los vehículos eléctricos, cuyas baterías necesitan cobalto”. Y una vez más, “el Congo tiene las mayores reservas de cobalto del mundo”.

Por ello, el gran dilema ético que debería plantearse en Europa y Norteamérica es que “hay gente que muere y sufre todos los días para que podamos enchufar nuestros móviles y coches”, lamenta Kara, testigo de este padecimiento. “Me he sentado con padres y madres que me han contado que su hijo de 10 o 13 años fue enterrado vivo en el colapso del túnel de una mina”, rememora.

Niños en las minas

El trabajo infantil, según el escritor, es palpable. “Hay decenas de miles de niños que excavan en busca de cobalto todos los días, cualquiera puede verlos”, dice. Sus padres, continúa, se enfrentan a una disyuntiva muy diferente a la de los ciudadanos occidentales: “Mandar a sus hijos a la escuela o trabajar en una mina, pero esta última opción supone la diferencia entre comer y no comer”. Incluso hay en RDC “grupos armados y milicias que trafican con niños de otras partes del Congo y los llevan a las provincias mineras para excavar”, asegura.

Y además de las llamadas “minas industriales”, en las que según Kara hay mano de obra infantil, existe todo un negocio paralelo de “minas artesanales”. “El lenguaje se utiliza para crear ficciones y el concepto de ‘artesanal’ puede evocar la idea de agradables condiciones de trabajo”, reflexiona Kara. Sin embargo, una mina artesanal es un lugar “lleno de pozos y túneles en los que cientos de miles de algunas de las personas más pobres del mundo hurgan con sus manos, cubiertos de sustancias tóxicas, para conseguir una cantidad de cobalto que les permita ganar uno o dos dólares al día”.

Siddarth Kara, autor del libro 'Cobalto rojo', editado por Capitán Swing.
Siddarth Kara, autor del libro 'Cobalto rojo', editado por Capitán Swing.Lynn Savarese

Por el camino, muchos mueren o resultan heridos. “Nunca sabremos cuántas personas se han roto la columna, las piernas o los brazos, o han muerto en el colapso de un túnel, pero cada vez que viajo al Congo alguien me cuenta que una mina se ha desplomado”, relata.

Las grandes empresas tecnológicas —Apple, Samsung o Tesla, entre ellas— aseguran, que todo el cobalto que emplean se ha obtenido en condiciones que no violan los derechos humanos y de respeto por el trabajo digno. Sin embargo, Kara lo cuestiona. “No hay forma de que ninguna compañía pueda desglosar qué cobalto del que utiliza proviene de las manos de un niño o de una excavadora”, denuncia. Entre otros motivos, porque es China quien “domina la cadena de suministro” del mineral. “Probablemente, sean responsables de más del 70% de las operaciones mineras de cobalto en el Congo; el año pasado suministraron alrededor del 80% del cobalto refinado del mundo y produjeron más de la mitad de baterías recargables”, apunta el escritor, que asegura que China “presta muy poca atención en el terreno a los derechos humanos del pueblo congoleño”. “El Gobierno chino no respeta los derechos humanos de su propio pueblo. ¿Cómo van a respetar los derechos humanos de los africanos pobres que se encuentran a miles de kilómetros de distancia?”, se pregunta.

Pero tampoco ahorra críticas hacia las empresas occidentales, a las que tilda de “hipócritas” por hacer negocios con las empresas chinas. “Todas ellas aceptan, sin comprobarlo, que China les diga que no permite el trabajo infantil, que no tala bosques ni contamina ríos y que la industria minera de cobalto en el Congo es sostenible, pero no comprueban ellos mismos en el terreno lo que ocurre”, denuncia.

Por ello, anima a los consumidores occidentales a indignarse: “Nos han convertido en partícipes de la violencia contra el pueblo del Congo, porque todas estas empresas creen que es suficiente con decir que se preocupan por el pueblo africano, pero en realidad no hacen nada para respaldar esas palabras”.

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Sobre la firma

Patricia R. Blanco
Periodista de EL PAÍS desde 2007, trabaja en la sección de Internacional. Está especializada en desinformación y en mundo árabe y musulmán. Es licenciada en Periodismo con Premio Extraordinario de Licenciatura y máster en Relaciones Internacionales por la Universidad Complutense de Madrid.
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